4. El sentido del deseo sexual

Dios ha creado al ser humano como hombre y mujer. La sexualidad es un don de Dios para que ellos busquen el encuentro entre ellos y puedan vivir también con alegría. El acto sexual no es suficiente para lograr una verdadera relación, pero asegura y amplia el vínculo entre ambos, como lo expresa el teólogo Eric Fuchs. La búsqueda de placer indica que el ser humano solo logra ser sí mismo por la presencia con otra persona. La persona necesita a la otra para poder realizar su vida. La sexualidad no es solamente el acto sexual o una práctica del sexo sino expresa el valor que uno encuentra gracias a la otra persona. Reducir la relación sexual a placer es desconocer el sentido de la existencia, encerrarse en sí mismo y convertirla en ideolatría. No es un acto para satisfacer el egoísmo sino el reconocimiento mutuo del sentido de un encuentro que transciende muchas cosas de la vida diaria. 

El ser humano no es propietario del sexo. El amor incorpora la sexualidad en un proyecto de vida con otra persona. No se trata de un acto automático o casual sino es asumido dentro de la creatividad de la inteligencia y la decisión de la voluntad para dar sentido a la totalidad de la vida con sus alegrías, problemas, éxitos y fracasos. La sexualidad le hace descubrir algo al ser humano que no es suyo porque viene de la otra persona, pero tampoco es de la otra persona. Estamos ante un gesto gratuito que recibimos de Dios. El erotismo, asumido en la cultura se vuelve un valor espiritual.  

La relación amorosa empieza con una pasión erótica, pero necesita ir acompañado por la voluntad, la razón y el sentimiento del amor porque la nueva pareja pueda lograr una relación duradera. San Pablo da una definición perfecta: “El marido se preocupa de agradar a la esposa y la esposa se preocupa de agradar al esposo” (I Corintios, 7,32-34). El espíritu que infunde el Padre renueve el corazón al varón y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. La pareja encuentra en el don del deseo una fuerza que les ayuda gozar de su existencia. El cristiano es consciente que la entrega mutua sin condiciones tiene su ejemplo en Cristo que se entregó hasta la muerta en la cruz para descubrir la verdadera vocación de la resurrección.

El teólogo Timothy Radcliffe afirma que el acto central de la Última Cena desvela lo que para nosotros implica el hecho de ser corpóreos. Yo soy mi cuerpo, al que se ha dado la existencia en virtud de mis padres y de los abuelos y, en última instancia, de Dios…Si la entrega de un cuerpo constituye el sacramento que ocupa el centro de nuestra oración, en tal caso no tiene nada de sorprendente que una de las formas más profundas que tenemos de expresar lo que somos sea dándole nuestro cuerpo a otra persona. Se trata de un acto profundamente eucarístico. Lo que sonar casi blasfemo, pero existen profundos vínculos entre la sexualidad y la eucaristía dentro de nuestra tradición. La primera carta de San Pablo a los Corintios trata principalmente de la eucaristía y de la sexualidad. El profundo deseo de la sexualidad pertenece a la espiritualidad cristiana. 

 “No sabe que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos” (Corintios, 6, 19). La medicina observa sólo un cuerpo, pero no lo que falta, el cuerpo del otro. Somos un don frágil que conoce la muerte, pero existiendo por la gracia de Dios. Por la oración diaria recibimos la gracia de Dios para amar.

Por P. Johan Leuridan Huys