La Inmaculada en la Historia del Perú, por el Dr. José Antonio Benito

El 20 de enero del 2018 el Papa Francisco se refería a la Inmaculada Virgen de la Puerta como “Madre de la Misericordia y de Esperanza”, que nos muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el mal de la indiferencia y la insensibilidad. Ella nos lleva a su Hijo y así nos invita a promover e irradiar una «cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos». Magnífico intérprete de lo que ha sido su devoción como queremos compartir en esta nota y formidable estímulo de lo que debe ser.

La toponimia es sólo una firme expresión del sentir mariano del continente americano y en particular en Perú. Así, en el Valle del Colca hay un pueblo que lleva el nombre de la Inmaculada Concepción, el de Yanque, con un templo dedicado a María y que data del S.XVI. Otro, Lari, lleva el nombre de La Purísima Concepción. De igual modo, múltiples santuarios marianos del Perú están dedicados a esta advocación: el de Huanchaco y el de la Virgen de la Puerta de Otuxco, los dos en Trujillo; Nuestra Señora de Huambalpa y Nuestra Señora de los Socos, en Ayaucho; la Purísima de Quiquijana, en Cuzco con el nombre popular de la Linda, Nuestra Señora de la Concepción en Puno, la Inmaculada en Huancayo, desde donde se divisa el bellísimo Valle del Mantaro, Nuestra Señora Inmaculada de las Manitas en los benedictinos de Lurín, proveniente del antiguo Monasterio de las Cistercienses de Lima, o la piadosa imagen de la Inmaculada Concepción que se venera en una capilla contigua a la iglesia de San Francisco, bajo la advocación de Nuestra Señora del Milagro de Lima.

De igual modo, en nuestro suelo, han arraigado costumbres tan populares como la generalización del saludo «Ave María Purísima», la celebración del mes de mayo, la devoción del Rosario de la Aurora que llegó a contar con quince rosarios salidos de sus respectivas iglesias en la Lima de 1692, cantando coplas tan «lindas» como ésta:

«María, todo es María. María,

todo es por vos.

 Toda la noche y el día

se me va en pensar en Vos».

La foto corresponde a la Inmaculada obra del escultor salmantino Bernardo Pérez de Robles, siglo XVII, en la catedral de Lima. 

Florecen las cofradías y congregaciones de Nuestra Señora (en particular la de “la Pura y Limpia Concepción” del Hospital de San Bartolomé), los romeros y danzantes de la Vir­gen. Los serenos cantaban tam­bién a María al dar la hora en las calladas noches; fachadas ador­nadas con el anagrama de María o con los versos (en zaguanes o esquinas con imágenes de María):

«Nadie traspase este umbral

 que no diga por su vida

 que es María concebida

 sin pecado original».

El Inca Garcilaso Garcilaso hace explícita su admiración por su padre y por uno de sus antepasados en la dedicatoria a la Virgen María de la Segunda Parte de los Comentarios reales: “Finalmente, [me hace dedicar esta obra a la Virgen] la devoción paterna, heredada con la nobleza y nombre del famoso Garcilasso, comendador del Ave María, Marte español”. Su devoción mariana la refleja en su escudo y en numerosos pasajes de sus obras.

Años antes, en 1618, había publicado en la imprenta de Francisco del Canto, la obra “Relación de las fiestas que a la Inmaculada Concepción de la Virgen Nuestra Señora se hicieron en esta ciudad de los reyes del Perú”. Entre las numerosas comparsas que por aquellos días recorrieron Lima, destacó una formada por quince niñas menores de diez años. Vestidas de ángeles, con túnica de raso azul y sobre ella otra de velo de plata, con coronas de oro, perlas, rubíes, diamantes, esmeraldas y topacios. Cuando la máxima autoridad, el príncipe virrey de Esquilache, se asomó al balcón de palacio para ver tan tierna comparsa, una de las chiquillas, futura marquesa de Villarubia de Langres, representado a San Miguel, capitán de aquel coro de ángeles, se dirigió a Su Excelencia y le dijo:

Soy correo celestial,

Y por noticia os traía

que s concebida María

sin pecado original.

Este ambiente lo recoge magistralmente este texto del socarrón y mago de nuestra lengua Ricardo Palma en una de sus “Tradiciones Peruanas”, titulada “El Caballero de la Virgen”, y que refiere la defensa hecha hacia 1640, en la bulliciosa Lima virreinal, por parte de Don Juan Manrique, cual “nuevo Quijote con cuerpo de Sancho”, quien en plena plaza mayor retó “a todos los que negasen que la Virgen María fue concebida sin pecado original” y que fue vitoreado con entusiasmo por el pueblo.

El historiador José de Mugaburu relata profusamente en El Diario de Lima (1640-1694) cómo se vivía la fiesta en honor a la “la Limpia Concepción”:

“Martes siete de diciembre de 1655, víspera de la Pura y Limpia Concepción, votaron la Audiencia y Cabildo eclesiástico y secular, guardar su fiesta, y que fuera con vigilia; y defender su limpieza, y la nombraron por patrona de todo el reino. Y aquél día hubo muchas fiestas”. El año siguiente, 1656, se festejó con los “mayores fuegos que ha habido en esta ciudad…el sexto, otro carro con una imagen de la Limpia Concepción…Y fue aquella noche de los fuegos que no ha habido más que ver. El domingo siguiente hubo un gran sermón y procesión alrededor de la iglesia y sacaron a la Virgen Santísima de la limpia Concepción, la chapetona, que está en San Francisco…”.

Por su parte, Don Diego de León Pinelo, hermano del célebre primer biógrafo de Santo Toribio, bachiller por Salamanca,  y luego estudiante, catedrático y rector (1656-8) de San Marcos, escribió un alegato apologético en defensa de la Universidad de San Marcos en 1648, que culmina refiriéndolo todo a la Virgen Inmaculada como quien “perfecciona las obras de los doctores […] preside la Teología, los sagrados libros, la Jurisprudencia, la Filosofía: ella que presidió aquel divino Colegio de los Apóstoles”; y concluye: “¡Oh María, que doquiera eres María, doquiera piadosa, doquiera misericordiosa, guárdanos, dirígenos, para que cada día florezca nuestra Academia, que más bien es tuya, a la cual proteges como Señora del mundo y de los cielos”.

Una delicada y apasionada muestra del fervor por la Inmaculada la tenemos, desde el siglo XVII, en los dos monasterios de religiosas concepcionistas, y que hoy se encuentran en Santiago de Surco y en Ñaña.

Uno de los más apasionados biógrafos de Santo Toribio, José Carmen Sevilla, Zuavo Pontificio, afirmará que “su ardiente y filial amor a la Inmaculada Madre de Dios nació en su cuna, acompañándolo hasta su postrer aliento: desde muy temprana edad le rezaba su oficio parvo y santo rosario sin faltar un solo día y en horno de tan excelentísima Señora ayunaba los sábados a pan y agua”.

Por su parte, el célebre Arzobispo de Lima, Francisco Javier Luna Pizarro, en contestación al Beato Pío IX pidiéndole el testimonio sobre la tradición de la iglesia limeña para la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción, escribirá: “A las letanías peruanas, compuestas en alabanza de la Santísima Virgen y aprobadas por Su Santidad Paulo V incorporó entre las glorias que se cantan a esta Señora la de su inmunidad de la culpa original, enseñándonos a decirla: ´Por tu concepción inmaculada, líbranos, Señora, de todo mal y pecado”. Cuando la noticia del Dogma de 1854 llegó a Lima, la celebración no pudo hacerse en 1855, ya que el 9 de febrero había fallecido el Arzobispo de Lima, monseñor Francisco Javier de Luna Pizarro. Fue el sucesor, Monseñor José Pasquel el que dispuso que la fiesta se celebrase el 8 de diciembre de 1856. El programa fue especial e incluyó Misa Solemne y Te Deum, y una lúcida procesión de los patriarcas de las órdenes de La Merced, San Francisco, San Agustín y Santo Domingo en sus veneradas imágenes, a las que se sumaron las andas de Santa Rosa, San Francisco Solano y Santo Toribio. Cerrando el cortejo venía la imagen de la Purísima, precedida de un coro de niñas vestidas de blanco y quemando perfumes en braserillos de plata. La procesión dio una vuelta a la Plaza Mayor. Al término de la misma, el Arzobispo Pasquel dio a la multitud la Bendición Papal.

Una gran contribución de la iglesia peruana a la formulación del dogma, defensa y celebración, fue la que prestó el teólogo franciscano Pedro Gual, quien, en los Descalzos de Lima, publicó una de las obras más sólidas y fundamentadas sobre la Inmaculada.

Por aquellas fechas surgen órdenes con su nombre como las FIC Franciscanas de la Inmaculada Madre Clara y Monseñor Alfonso María Sardinas o Religiosas Franciscanas de la Purísima Concepción de María Matilde Castillo de Jesús.

Y terminado el siglo, con el regreso de los Colegios de tanto renombre como el fundado por los jesuitas de la Inmaculada que nos ha historiado uno de sus egregios alumnos como fue el P. Armando Nieto.

Por último, cabe señalar el gozoso evento del que fuimos testigo en el 2004, la entusiasta celebración por parte de  Arquidiócesis de Lima por 150 años de la Inmaculada Concepción. En la misma se dieron cita la reflexión teológica en el gran congreso en el auditorio de San Agustín del 10 al 12 de diciembre, así como concurridas celebraciones litúrgicas dentro y fuera de los templos, entre la que destacó la gran vigilia en la Plaza Mayor iluminada con el paso de la imagen de la Inmaculada acompañada por miles de fieles con sus velas encendidas.

Culmino mi reflexión con la mirada en la bella imagen de “¡Nuestra Señora de la Evangelización!” en la catedral de Lima. Ante Ella, san Juan Pablo II, 14 de mayo de 1988 ,  le dirigió una encendida plegaria y que quiero actualizar en estos momentos tan decisivos del Perú:

 Madre de la Buena Nueva, sabemos que el camino es arduo; esta tierra gloriosa, cuna de santos, se ve ahora afligida por la violencia y la muerte, por la pobreza y la injusticia, por una honda crisis familiar fruto del olvido de la ley del Señor, por ideologías que intentan vaciar de contenido su fe cristiana. Por eso queremos ofrendar a Ti todo el Pueblo de Dios que peregrina en Perú y poner cerca de tu Corazón de Madre