Cuenta la historia que María tuvo un sueño, ella despertó muy angustiada. José – le dijo – tuve un sueño muy feo, era el cumpleaños de nuestro hijo Jesús, todo el pueblo estaba contento con la llegada de ese día, la gente adornaba sus casas con árboles, esferas multicolores, luces, muñecos, compraron regalos, los envolvían en papeles con bonitas figuras. Limpiaron sus casas, prepararon deliciosos platillos, había mucha algarabía, llegado la media noche se abrazaron, brindaron, reventaron fuegos artificiales y comieron lo preparado. ¿Pero sabes José? Nadie se acordó de Jesús, nadie se acercó a felicitarlo, es como si el cumpleañero no fuera invitado a la fiesta. Este sueño se hizo realidad en nuestro tiempo.

La Navidad no es la celebración de una fecha, sino más bien de un acontecimiento, el nacimiento del Salvador. “Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor». Lc 2, 10-11. Esta gran alegría para la humanidad también fue expresada en el cielo. “De pronto una multitud de seres celestiales aparecieron junto al ángel, y alababan a Dios con estas palabras: «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia». EL 25 de diciembre celebramos el nacimiento de nuestro Señor.

La Navidad ha sido capturada por el consumismo, Jesús ha sido reemplazado por Santa Claus, los medios de comunicación solo hablan de ideas románticas de la navidad y casi nunca mencionan al cumpleañero, y lo lamentable es que nosotros hemos caído en ese juego. Nuestras preocupaciones se centran en comprar los regalos para los hijos, la pareja, los ahijados. Andamos inquietos por tener la casa limpia, la comida preparada,  los regalos empaquetados. Mucho estrés se vive estos días, son días agitados tanto así que nos olvidamos del verdadero sentido de estas fiestas. Calma, empecemos de nuevo, es hora de reaccionar.

Como todo cumpleañero debe ser puesto en el centro de nuestra celebración, a Él le debemos de dar nuestros mejores regalos, nuestros mejores trajes, nuestro más rico potaje. Y como podemos hacer eso: Primero «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Mc 12,30. Segundo “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” Jn 14,15. . Y tercero “«En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.»” Mt 25,40. A eso le llamamos obras de misericordia (corporales y/o espirituales). Haciendo esto encontraremos el verdadero sentido de la Navidad.

Por José Andrés Alvarado Morveli