La Sagrada Familia, la Familia de Nazaret, pobre y sencilla, compuesta por Jesús, José y María, es para nosotros los cristianos y católicos un verdadero testimonio de fe y vida (Comunidad de Amor). En ella debemos de reflejarnos las familias en nuestro diario vivir como lo quiso Dios al crearnos (Primera Comunidad) y que nos lo manifiesta en Las Sagradas Escrituras que es su Palabra Revelada.

A su vez, La Sagrada Familia se refleja en la Santísima Trinidad, donde Dios Padre “Creador”, Dios Hijo “Salvador” y Dios Espíritu Santo “Santificador”, están unidos por un gran lazo de Amor Sublime, siendo esta, La Perfecta Comunidad de Amor.

Como ha sucedido en todas las épocas pasadas y actuales, La Sagrada Familia también experimentó la persecución de las autoridades políticas y de gobierno (“La huía a Egipto” – Mt 2, 13-15), así como, de padecer sufrimientos y tribulaciones y no por eso se desanimaron o dejaron de realizar su “Misión Evangelizadora” en la tierra, por el contrario, manifestaron en todo momento que el amor de la familia superaría todo tipo de adversidades o dificultades, y que a pesar de tener todo en contra, seguirían unidos y continuando con el Plan de Vida al que fueron llamados.

San José, quien tuvo el privilegio de ser el padre adoptivo del Niño Jesús y esposo virginal de la Virgen María, tuvo la gran responsabilidad de enseñarle al Niño Jesús a desarrollar su vida espiritual y profundizar en su Fe; a darle Gracias a Dios cumpliendo con lo establecido en la Ley Judía (“acudir al Templo de Jerusalén para su Presentación llevando las ofrendas” – Lc 2, 22-24 y “La Celebración de la Pascua” – Lc 2, 41). Asimismo, le inculcó los valores que nos proporcionan el trabajo diario para el sustento de la familia y realización del ser humano, así como, de la obediencia a Dios y a sus padres.

Al igual que San José, los padres de familia tenemos el gran desafío como vocación, de ser un ejemplo y testimonio de vida para nuestra familia, y con esto, hacer realidad de que nos podemos santificar en familia, a educar a nuestros hijos en la fe y en desarrollar valores cristianos para su diario vivir, a ser buenos esposos y cuidar de nuestras esposas como un tesoro y regalo de Dios.

La Virgen María la Madre, nuestra Madre en los Cielos, aceptó y se entregó voluntariamente a la elevada misión que le encomendó Nuestro Padre Dios, de ser la Madre de Jesús el Salvador, con su SÍ lleno de profunda humildad, el “Fiat de María”      (cfr Lc 1, 38), para que la humanidad toda pudiera reconciliarse con Dios debido al Pecado Original de nuestros primeros padres. La Virgen María desde un comienzo experimentó el dolor de madre por todo lo que le tenía que sucederle a ella y a su hijo Jesús, y como madre excepcional, “todas esas cosas las conservaba y las meditaba en su corazón”         (Lc 2, 19) , es decir, todo ese dolor lo llevaba en el interior de su Corazón y en profundo silencio (Los Siete Dolores de la Virgen María), aceptando humildemente la Voluntad del mismo Dios. Como madre, la Virgen María asumió plenamente su rol : el amor infinito a su familia; los cuidados y protección a su hijo (“Pérdida y hallazgo del Niño Jesús” – Lc 2, 43-51); la solidaridad y compasión con el prójimo (“Bodas de Caná” – Jn 2, 1-11 ); el servicio hacia los demás (“La visita a su prima Isabel” – Lc 2, 39-56), es decir, la Virgen María es la Madre de todo lo Creado.

Al igual que la Virgen María, las madres de hoy están llamadas a ser el fiel reflejo del amor de María por su familia, a ser “el amor que brota del corazón” dentro de ella; a que aun siendo la Madre de Dios, ejercer su autoridad de madre; ante la ausencia del padre como en algún momento de la vida de Jesús le sucedió a María, proteger, cuidar y educar en la fe a su hijo, llevarlo adelante, a que continúe obedeciendo y amando a Nuestro Padre Dios cumpliendo con la misión encomendada; acompañándolo en todo momento, aun, en su sufrimiento y agonía. Una Madre que todo lo da sin pedir nada a cambio.

Jesús, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, siendo Hijo de Dios, “obedeció en todo momento a su madre María y a su padre adoptivo José” (cfr Lc 2, 51); “respondió de inmediato ante la solicitud de su madre la Virgen María de obrar un milagro en las Bodas de Caná” (Jn 2, 4-11). Jesús como hijo de su Padre Dios, también mostró obediencia y respeto (“no se haga mi voluntad, sino la tuya” – cfr Lc 22, 42); si bien es cierto de que “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres” (Lc2, 52) por obra de su Padre Dios, esto también fue debido a la educación en la fe y en valores cristianos que le proporcionaron sus padres José y María como modelos de vida.

Los hijos debemos de ser obedientes, respetuosos, cariñosos con nuestros padres, al igual que Jesús, modelo de amor a su familia y al prójimo. Los hijos son el fruto del amor inmenso de sus padres, a imagen de la Sagrada Familia y de la Santísima Trinidad (“Amor recíproco del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo” – Summa Teológica I, q.37, a.2).

La Sagrada Familia debe infundir en todas las familias del mundo ese deseo incondicional de amarnos y respetarnos fielmente, cumpliendo los designios de Dios para con su creación, el cual es el de testimoniar su amor a la humanidad para poder disfrutar de un mundo lleno de armonía y felicidad.

Por Edith y Hugo García