El encuentro con las otras personas tiene un sentido profundo en la vida.  De los encuentros surge la relación entre un hombre y una mujer que deciden estar juntos durante toda su vida. Estas relaciones no son producto de un análisis científico o un cambio de estructuras sino se dan por una decisión libre y verdadera. La confianza interpersonal es la base de la certeza y la seguridad. Se cree en la verdad de la otra persona. Cuanto más libre la decisión cuanto más profunda y duradera será la relación. La sintonía se construye por afecto, entrega mutua, fidelidad, perdón y pertenencia. Aristóteles consideraba que la pertenencia forma parte de la familia, junta con el amor. Pertenencia y amor llevan a la felicidad porque uno siente pertenencia porque es una relación donde uno ama y sabe también que es amado(a). 

Juan y Andrés fueron los dos primeros que se encontraron con Jesús. Andrés comenta después a su hermano Simón que han encontrado al Mesías. Andrés no da explicaciones y tampoco informa sobre lo que hicieron. No hay explicaciones porque Andrés y Juan en el encuentro con Jesús se les han transformado el pensamiento y las emociones. Jesús es la fuente de una nueva conciencia. El encuentro tiene un sentido profundo. “Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y edificados en el amor” (Efesios, 3,17). La certeza del encuentro se fundamenta en la fe. Juan y Andrés aprendieron a conocerse de un modo distinto por el encuentro con esta persona excepcional. Una teoría puede provocar asentimiento o negación, pero es muy distinto cuando una persona misma se presenta como importancia absoluta para la vida. La sociedad actual tiene como principios la igualdad y la libertad, pero el individualismo, o sea, el egoísmo, la envidia, la violencia y la corrupción son comunes. A los dos principios fundamentales les falta el principio más fundamental del amor, entendido como buscar el bien y hacer el bien.  El ser humano culto, en el sentido profundo de la palabra, reflexiona sobre la gran dimensión de su existencia que lo lleva a interrogarse sobre el misterio de su existencia. Cristo no se presenta como una utopía, un poder político, un poder militar, un hombre de negocio, etc. Cristo es el bien y la fuente del bien moral. Su presencia en nuestra conciencia es fuente de amor, vida, bien, libertad y belleza. La ética parte de un proyecto de vida de amor y no es una moral de pecados. Cristo vino a perdonar los pecados y su presencia en nuestra conciencia nos orienta hacia el bien. Él nos da la fortaleza para superar los límites de nuestras fuerzas y de perdonarnos mutuamente por nuestras faltas. Gracias a Él existe un mensaje diferente al mensaje de la cultura del egoísmo y la consecuente corrupción.  Entender la vida no es imponerla arbitrariamente un sentido sino recibirla del Otro. “A Dios, cuya fuerza actúa en nosotros y que puede realizar mucho más de lo que pedimos o imaginamos, a Él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos” (Efesio:3,20). Siempre podemos dirigirnos a Él. La oración es la disponibilidad de recibirlo.

La fe crece en el encuentro, cultivada por la oración y por ser bueno uno con otros, y se vuelve pertenencia.  La relación será más profunda en la medida que sea más libre.  “La Escritura dice: Por eso dejará el hombre a su padre y madre para unirse con su esposa y los dos forman un solo ser. Es este un misterio muy grande, pues lo refiere a Cristo y a la Iglesia (Efesios, 5,31-32). San Pablo usa el matrimonio, la relación más íntima entre personas, como símbolo de nuestra relación más íntima con Dios.

En la última cena, Cristo aclara: “Como el Padre me amó, así también los he amado Yo: permanezcan en mi amor”. Este es mi mandamiento: que unos amen a otros como yo los he amado.  Recibimos el sentido de nuestra vida. Es un don al igual que Cristo recibió de su Padre. “No hay amor más grande que dar su vida para los amigos, y son ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando…Ustedes no me eligieron; he sido Yo quien los he elegido a ustedes” (Juan, 15, 9-15). Cristo siempre nos invita. La respuesta del ser humano depende de su deseo de amor y de justicia y de la humildad y la disponibilidad de reconocerlo y de vivir de acuerdo a su mandamiento. Los fariseos, saduceos y Herodes no tenían el deseo del bien.  El próximo aporte tratará sobre Cristo y el sentido de la vida.

Por Fray Johan Leuridan Huys