La Iglesia Católica es tan rica en acciones litúrgicas y devocionales que ofrecen al cristiano la oportunidad de estar más unido a Dios, entre ellas se cuenta con las celebraciones de consagración, que encierra un especial estado de cercanía con Dios para recibir gracias que auxilian al laico, conforme a su fe, para dejarse envolver por la protección divina.

Precisamente, una consagración en su concepto es un ofrecimiento, dedicación, entrega y donación a Dios que se expresa en un determinado rito. En la Iglesia se realiza tres consagraciones por el mismo Dios, a través de sus ministros que son los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal, que marcan por siempre a la persona.

Por otra parte, se tienen consagraciones de comunidades religiosas con un ritual propio que lo preside un ministro, en el que resaltan los votos religiosos.

También, de acuerdo al interés y a la intensa devoción del fiel para entregarse a Dios toma la decisión de reafirmar su consagración bautismal con otros modos de consagraciones personales. Las más conocidas son las consagraciones al Sagrado Corazón de Jesús y María, a San José, a la Santísima Virgen María – San Luis María Grignion de Montfort, autor de la Verdadera Devoción a María llama a esta consagración mariana como una perfecta renovación de las promesas bautismales –, todas ellas ayudan al crecimiento espiritual.

Estas consagraciones, si bien no son como las anteriores, pero son muy recomendadas por la Iglesia para el laico por el sentido religioso y las virtudes que encierra para quien participe de ella. Las puede renovar una y otra vez con la misma entrega del primer momento para perfeccionar su santidad. 

Un dato adicional es que también puede haber consagraciones de países, ciudades, pueblos para ponerlos bajo la protección de Jesús por intermedio, por ejemplo, del Inmaculado Corazón de María.