Los Papas recomiendan a los cristianos participar en la política, por Johan Leuridan
La justicia es el objeto, y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. Un estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones, dijo una vez San Agustín. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en su justicia, y esta es de naturaleza ética.
Benedicto XVI afirma que el Estado se encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de cómo realizar la justicia aquí y ahora. Pero esta pregunta presupone otra más radical: ¿Qué es la justicia? En este punto fe y política se encuentran. La Iglesia no puede ni debe sustituir al Estado, pero debe insertarse en ella por la argumentación racional y para despertar las fuerzas espirituales, sin cuales, la justicia no puede afirmarse y prosperar porque debe purificar la razón que puede afectarse por egoísmo, intereses y puede trabar la decisión libre para el bien. El Concilio Vaticano II considera conveniente una cooperación entre Iglesia y Estado de acuerdo a lugar y tiempo porque el Estado puede erradicar la religión como hemos visto en la Unión soviética etc.
Cuando las autoridades de la Iglesia hablan de la política, entienden en general la palabra “Iglesia” como las autoridades de Iglesia. Sin embargo, en la Iglesia hay también laicos. En contradicción con la experiencia con el amor divino. El ser humano tiene experiencias diarias de miseria, individualismo, injusticia, extorsión, trata de personas, corrupción a los altos niveles de gobierno, etc. Como respuesta, Cristo anuncia el Reino de Dios. El Reino de Dios no es solo una relación con Dios sino trae también consecuencias económicas, sociales y políticas para iniciar la construcción de este Reino en este mundo. Esto es la tarea de los laicos.
El cristiano laico, en particular, está llamado a asumir directamente su responsabilidad en la familia, en el trabajo, en la cultura, en la política, en la vida económica y social. La dimensión ética de la cultura es una prioridad porque el misterio de Dios debe estar en el centro de toda cultura. Descuidar este ámbito compromete la vida moral de las naciones. Es un deber inmediato del laico actuar en favor de un orden justo en la sociedad. El cristiano debe asumir su responsabilidad política. El laico actúa bajo su propia responsabilidad y no en cuanto miembro de la Iglesia porque la Iglesia no tiene normas concretas para la vida política, Económica-social. La revelación no da conocimientos para desarrollar al mundo.
La autoridad de la Iglesia no puede pronunciarse a favor o en contra de un partido. Los laicos pueden votar o pertenecer a partidos diferentes o pueden simpatizar con partidos de la derecha o con partidos de la izquierda. No existe ningún partido que cumple con todos los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Ser cristiano influye en la moral, pero no determina la política. Sin embargo, el parlamentario cristiano no puede con el propio voto aprobar leyes contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. El debe respetar y promover los principios de la doctrina social de la Iglesia que son el bien común, la libertad política y religiosa, libertad de educación, la familia y el principio de la vida. Todo esto supone un sistema democrático. Actualmente el sistema democrático está desviándose por el poder económico mundial que está imponiendo la “teoría” de género con la intención de eliminar la familia y la iglesia.
El Papa Benedicto XVI condiciona la vida cristiana a la participación en la eucaristía. La participación en la eucaristía no es un mero acto estético u un acto marginal en la Iglesia. Todas las fuerzas de la espiritualidad brotan desde la eucaristía. “Pues la forma del culto cristiana es también modelo para el camino y para un modo de vida humana. La vida humana es por encima de todo búsqueda de sentido, búsqueda de palabra que pueda mostrarme un camino y ofrecerme una orientación nosotros. La vida es ansia de amor, que lleva a compartir, enseña a confiar y es el fiel hasta las últimas consecuencias de la entrega mutua. De esta manera, se vincula la doctrina social y la actividad política del creyente con la eucaristía. En efecto, nos es el alimento eucarístico el se transforma en nosotros, sino somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndose a él; nos atrae hacia sí. El misterio de la eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las situaciones de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en e don de Dios. La oración que repetimos en cada santa misa: danos hoy nuestro pan de cada día” nos obliga a hacer todo lo posible.
¿Cómo debe luchar el cristiano contra el gran poder económico de homologación materialista? La principal fuerza del laico cristiano está en su relación personal con Cristo y el cuidado de su propia conversión diaria, renovación interior, profundización de sus motivaciones interiores y su relación con los que comparten el mismo ideal.
La participación en la eucaristía es la fuente de donde salen las intenciones para hacer el bien. Los políticos cristianos deben ver que se cumpla las normas morales que son inherentes en las decisiones de gobierno. Esta tarea es muy actual donde se ha perdido la ética: el mal uso de la tecnología con la consecuencia de los cambios ecológicos, una Inteligencia Artificial que traerá más desconfianza, hará perder el trabajo al 40 por ciento de los trabajadores, una economía que está globalizado en las manos de una élite que reduce el ser humano a productor y consumidor, una cultura de distracción y corrupción, la trata personas, la extorsión, una creciente pobreza, etc.
Teólogo, filósofo y escritor. Fraile dominico y padre Prior de la Basílica y Convento del Santísimo Rosario de Lima. Miembro honorario de la Sociedad peruana de Filosofía y miembro honorario de la Academia de la Lengua. Doctor honorario causa de las Universidades Ricardo Palma, Antenor Orrego, Universidad del Centro y San Juan Bautista.