El 24 de setiembre de 1921, como parte de los actos conmemorativos del primer centenario de nuestra independencia, se llevó a cabo, en la Basílica Catedral de Lima, la ceremonia de coronación canónica de la imagen procesional de Nuestra Madre de la Merced. Eucaristía presidida por el excelentísimo monseñor Emilio Lissón, en calidad de Arzobispo de Lima. En la celebración estuvieron presentes el excelentísimo señor Don Augusto B. Leguía, Presidente de la República del Perú, los religiosos mercedarios encabezados por el P. Dámaso Orós, vicario provincial, y finalmente, un sinnúmero de autoridades y fieles creyentes que dieron un marco solemne y festivo a la primera coronación canónica de una imagen mariana en el país.

La Virgen María, luego de su asunción, fue coronada por la Santísima Trinidad en el cielo, pero su corazón humano siempre se preocupa por la humanidad. Desde aquella ocasión de las bodas de Caná y pasando por cada una de sus apariciones, la Virgen María ha manifestado la cercanía del amor misericordioso de Dios, como en la fundación de la Orden de La Merced para la redención de cautivos, y el deseo constante de que los hombres conviertan su corazón, vuelvan sus caminos a Dios y alcancen la salvación eterna en el cielo, nuestra patria eterna. Estos gestos registrados en la historia y en la experiencia de los pueblos, fueron predicados a lo largo de los siglos por religiosos mercedarios, quienes difundieron la devoción a Nuestra Madre de la Merced por todos los rincones del país. Ante los innumerables favores recibidos por la intercesión de Nuestra Madre, el pueblo creyente tributa su amor a la Virgen María, honrándola con los más altos honores terrenales como a su Reina y Mariscala que protege y cuida de todos como una Madre.

Y, ¿cómo no amar a Nuestra Madre de la Merced? Si es la Reina del cielo que está junto a sus hijos peregrinos en el mundo, su imagen preside la capilla del Palacio presidencial y el panteón de los héroes. Está presente, además, en las Basílicas elevadas en su honor, iglesias en importantes centros urbanos y en las innumerables capillas ubicadas en zonas marginales y rurales. La imagen de Nuestra Madre acompaña toda presencia mercedaria presidiendo las distintas actividades carismáticas que desarrolla esta gran familia. También hallamos a Nuestra Madre en distintas grutas, donde ha sido entronizada su venerada imagen, haciéndonos recuerdo constante de que es una Madre cercana, que acompaña y auxilia con su maternal protección a todos sus hijos en todo tiempo y lugar. La imagen de Nuestra Santísima Madre, coronada canónicamente, con ese gesto de los brazos abiertos, expresa la grandeza de su corazón que nos acoge, un corazón donde todos tenemos un lugar especial. Con este corazón de hijos amados y agradecidos sigamos difundiendo su santa devoción al tiempo que abrimos nuevos espacios de encuentro para la oración, la reflexión y el trabajo carismático de la redención de cautivos. Porque ahí, donde hay ofensas a la dignidad de la persona humana, situación de cautividad, injusticias, olvido y opresión, se hace presente el mensaje de Nuestra Madre de la Merced.