‘Sacerdotes al pie del cañón en el Perú’. Una respuesta al mensaje presidencial del 28 de julio, por José Antonio Benito

Por el Doctor en Historia José Antonio Benito. Nada dijo el nuevo presidente del Perú, Pedro Castillo, sobre la acción de la Iglesia en el Perú. Pareciera que nada ha hecho en sus casi quinientos años de presencia. Según el Programa de gobierno de Perú Libre, capítulo VI “cuando llegaron los españoles a América, comenzó la colonización territorial y cultural, pero esto no sería fácil sin la participación de un aliado político, mediático y propagandístico, que en este caso fue, y sigue siendo, la Iglesia católica, mientras destruían nuestras culturas y ejecutaban a los líderes nativos, invocaban la obediencia y el bautizo, ofreciendo salvación en el cielo”. En su discurso de 28 de julio sólo se refirió a la llegada de “los hombres de Castilla, que con la ayuda de múltiples felipillos y aprovechando un momento de caos y desunión, lograron conquistar al estado que hasta ese momento dominaba gran parte de los Andes centrales. La derrota del incanato, dio inicio a la era colonial. Fue entonces, y con la fundación del virreinato, que se establecieron las castas y diferencias que hasta hoy persisten”.

Yo también soy hijo de campesinos, maestro de primaria, pero también historiador de América, con la sede universitaria en el mismo Museo Colón de Valladolid, y 25 años de presencia en el Perú, aprendiendo de su gente, investigando acerca de la historia, educando a la juventud, difundiendo especialmente los aportes de personajes ilustres con valores, apoyando en la construcción de una nación de todas las sangres y credos, síntesis viviente, que apuesta por toda la persona sin excluir a nadie. Hoy quiero, tan sólo, recordarle que entre los hombres de Castilla vinieron también los sacerdotes. Ya en enero de 1530 salieron de Sanlúcar de Barrameda seis frailes dominicos en compañía de Francisco Pizarro: Reginaldo de Pedraza, Alonso Burgalés, Juan de Yepes, Vicente Valverde, Tomás de Toro y Pablo de la Cruz. Al llegar a Panamá, quedan allí tres frailes y los otros tres siguen hasta el Perú: Valverde, Pedraza y Yepes. A Cajamarca, su tierra, llega Fray Vicente Valverde, como capellán castrense, que presenta el requerimiento al inca Atahualpa y que posteriormente fuera obispo de Cuzco y Protector de Indios, hasta morir a manos de los propios naturales del Perú.

También con Pizarro, a la par que los dominicos llegaron los mercedarios Sebastián de Castañeda, Miguel Orenes, Martín de Vitoria, Juan de Vargas, Antonio Bravo y Diego Martínez.  Uno de ellos Fr. Miguel de Orenes fundará san Miguel de Piura en 1533. Como primer clérigo diocesano figura Juan de Sosa. En 1536 se presentó desde Panamá el docto mercedario Francisco de Bobadilla, provincial, con el fin de visitar e impulsar la observancia religiosa. Le tocó mediar en el conflicto creado entre los conquistadores Pizarro y Almagro.

Desde el primer momento queda clara su misión: Atender espiritualmente a los cristianos, moderar y -si hiciera falta- denunciar sus acciones hasta negar la absolución sacramental como el P. Montesinos en Santo Domingo, pacificar, evangelizar a indígenas, afrodescendientes, mestizos, españoles.

Baste por ahora compartir algunos datos que el historiador Jorge Basadre  presentó en su conferencia “La obra civilizadora del Clero en el Perú Independiente” en su discurso en la Asamblea de Clausura de la Cruzada Vocacional en 1951: “el sacerdocio en el Perú contribuyó a fundar la Patria; alentó a los libertadores; estuvo íntimamente ligado a la vida pública como a la vida social y privada; trabajó por la cultura; orientó desde el aula y la tribuna; ganó tierras y almas en la selva; defendió los más altos valores espirituales y morales; enseñó un vivir más alto y a bien morir; compartió las grandes festividades y los más luctuosos momentos de la nacionalidad… Al lado de miles, de miles, de miles de cunas cumplieron los sacerdotes su misión sagrada en todo tiempo. Acompañaron en su hora postrera a incontable gente preclara, a gente de la que no tenemos noticia, y  nuestros propios padres y hermanos. Permitidme tan sólo citar unos cuantos nombres de peruanos que fallecieron dentro de las más diversas y dramáticas circunstancias: El Presidente Gamarra, cayendo en medio del fragor y del polvo de la batalla de Ingavi mientras a su lado permanecía un humilde cura, el Sr. Juan Armas, vicario del Ejército; arrodillado sobre su sangre con las manos elevadas al cielo musitando una oración halláronle los enemigos triunfantes. Domingo Nieto, presidente de la Junta de gobierno, haciendo testamento el mismo día de su muerte en el Cuzco, uno de cuyos tres testigos fue el cura párroco de la Matriz, Dr. Pedro José Martínez, y abriendo en seguida un codicilo que ya no pudo firmar “por lo trémulo de su mano”, con el único objeto de disponer que a la imagen de Nuestra Señora del Rosario del puerto de Ilo se le mandara hacer y se le dijese un manto y un escapulario que debía estrenar en solemne fiesta. El Presidente San Román falleciendo cristianamente en abril de 1863, suscitando una formidable manifestación pública cuando le fuera llevada la extremaunción que le fue administrada por el humilde P. López de Chorrillos. Manuel Pardo asesinado alevosamente en noviembre de 1878 en el pasadizo que conduce al patrio interior del Senado y pronunciando antes de morir frases de perdón para el asesino, de amor a su familia y de pedido de un confesor, que lo fue el P. Caballero de la Orden Predicadores, mientras los santos óleos le fueron administrados por el cual Tovar, del Sagrario. Miguel Grau, recibiendo siempre los auxilios de la Religión antes de salir al frente de su veloz y silenciosa nave sobre cuyo puente, según las famosas palabras de Monseñor Roca y Boloña, el Infortunado y la Gloria se dieron una cita misteriosa en las soledades del mar” “[1].

Recientemente, el propio Gobierno acaba de distinguir a la Iglesia por su compromiso solidario en tiempos de la covid-19. Su acción material y espiritual, de modo personal e institucional es bien evidente, señor presidente.

Seguiremos aportando datos precisos durante esta semana en el Congreso Nacional Católico: Iglesia en el Bicentenario, al que invitamos cordialmente a usted y todo el pueblo peruano. ¡Bienvenidos a Perú Católico!


[1] Revista Renovabis, Lima Año XI, Septiembre—octubre 1951, nn. 129-130, pp. 280-290