Conmovedor testimonio de sacerdote enfermo de coronavirus que estuvo en Perú
Perú Católico, líder en noticias.- Estuve cinco años en la selva peruana, como misionero en Moyobamba. Tuve que ser ingresado en un hospital por deshidratación. Me rescataron a base de suero. No se me puede olvidar. Tuve que llevar al hospital sábanas, el pijama y el papel higiénico. Allí no había nada. También tuve que ver con inmenso dolor a mucha gente pobre llegar al hospital con una rotura de brazo y escuchar el siguiente diálogo: ‘Vamos a hacerle un presupuesto. Para coserle la herida va a hacer falta tanto alcohol, tanto esparadrapo, tantos puntos de sutura y tanto algodón, y este y este medicamento. Total, 80 soles’.
-Pues doctor, yo no tengo plata, solo cuento con 20 soles.
-Pues usted decida. Si quiere no le pongo el medicamento, y en vez de 10 puntos de sutura, le doy cuatro aunque la herida quede peor. Lo siento, pero esto es lo que cuesta la cura.
Cuando he visto esto y casos a veces más lacerantes, me he echado las manos a la cabeza y he llorado de rabia y de impotencia. Yo no soy mejor que ellos. Yo no merezco más que ellos.
Aquí en España, voy a la Seguridad Social y me tratan a cuerpo de rey. Y no pago nada. Todo gratis. Es cierto que pagamos impuestos, pero de verdad tenemos un tesoro que no valoramos.
Un amigo sacerdote, capellán de hospital, hizo un cálculo que me dejó impresionado. Me dijo: creo que haría falta que la gente supiera esto. Un día en un hospital en España supone aproximadamente un gasto de 1.000 euros. No sé si el cálculo es exacto pero fijaos: luz, agua, calefacción, aire acondicionado, cama, comida (por cierto muy bien cocinada y personalizada a través de un programa informático, con tu nombre, tu tipo de dieta y, a mi gusto, rica), sábanas y pijama diario, material sanitario desechable (jeringuillas, sondas, cuñas, guantes, mascarillas, medicamentos, algunos carísimos, atención médica y de enfermería, personal de cocina y de limpieza, celadores y otros servicios del hospital, capellanes…y todo eso multiplicado por tres turnos, día, tarde y noche. O sea mucho, mucho dinero.
Y tú llegas al hospital y eres el centro de atención. Te reciben, te cuidan, te medican, te vigilan la evolución, te alimentan, te asean el cuarto y la cama, están pendientes de tus recaídas y de tus mejoras y te tratan con humanidad y muchas veces con exquisita caridad.
Y entonces.., ¿de qué se queja tanta gente? Desde hace unos años la queja en España es el deporte nacional. Y mire usted, no hay derecho. Mas aún, me parece intolerable y grosero hasta lo insoportable.
Me parece que hemos perdido el norte y el sentido común. Me parece que se nos ha subido a la cresta eso del estado del bienestar. Somos expertos en exigir nuestros derechos pero amnésicos respecto a nuestros deberes. Y nos hemos convertido en una pandilla de memos y de insolentes, sin respeto ni educación, con una soberbia que hace temblar el cielo. ¡¡¡¡Basta ya!!!!
De verdad que no lo puedo entender y me duele el alma porque la actitud de muchas personas me parece profundamente injusta.
Creo que esta crisis tiene que hacernos reflexionar. No somos los reyes del mambo. Somos seres humanos, frágiles, necesitados de Dios y de los demás. No podemos ir por la vida con esa prepotencia. Y no podemos seguir viviendo con esta venda en los ojos
Necesitamos recuperar la sencillez, la gratitud, la compasión, la amabilidad de unos con los otros.
Tenemos que cambiar tanta agresividad interior por bondad de corazón. Sonreír a quien está a nuestro lado y mirarle a los ojos. Y decirle, ¿cómo estás, qué tal te encuentras? ¿qué necesitas? Cuenta conmigo. Lo que te haga falta. Cuenta con ello. Y a cambio de nada. Por pura gratuidad. Porque así somos tratados también nosotros. Y porque no merecemos nada. Y porque todo es un don y un regalo.
Cuando era pequeño me enseñaron a dar las gracias. Ante cualquier cosa que te daban preguntaban tus padres ¿y como se dice? Y tú decías, gracias. He tenido muchas ocasiones de practicarlo. Cuando venían los médicos, gracias doctor, doctora. Con las enfermeras «astronautas», muchas gracias, vaya calor que pasáis por nosotros, con el personal de limpieza o con quien traía comida, gracias.
De verdad. Salgo del hospital inmensamente agradecido. Y no digo esto solo porque sea sacerdote, o porque soy cristiano. Es que somos personas. No somos animales irracionales. Por cierto, hay gente que dice que los animales son mejores que nosotros. Yo siempre digo ‘no te equivoques. Ellos no pueden no ser buenos. Están teledirigidos por el Jefe (Dios) a través de los instintos. Por eso son buenos’.
Pero nosotros somos personas. Y somos libres. Y podemos ser peores que los animales, ciertamente. Pero podemos ser infinitamente mejores que ellos. Podemos ser muy, muy buenos. Siempre y con todos, como decía el padre Mendizábal, un sacerdote santo que me acompañó espiritualmente durante casi toda mi vida, hasta su fallecimiento. Es verdad que todo con la gracia de Dios, con su ayuda. Pero Él es rico para enriquecernos y darnos ese corazón ilimitadamente bueno como el de Jesucristo.
Ojalá que esta pandemia nos haga cambiar. Creo que lo necesitamos, más allá de videos solidarios y sirenas de ambulancias sonando a todo meter. Todo eso está muy bien. Pero vayamos al fondo, al corazón, a las actitudes personales. Yo sé que Dios contempla cada situación. Sufre con nosotros, goza con nuestros gestos de amor. Y desea un crecimiento en humanidad de todos nosotros, sus hijos muy amados.
Hoy te pido Señor por todos los que en esta pandemia están derramando amor y misericordia sobre el que sufre poniendo en riesgo su propia vida, cuida de cada uno de ellos, dales un lugar de reposo cerca de tu corazón para reparar cada día sus fuerzas gastadas. Dales de tu propia paciencia y bondad en los momentos más difíciles de su jornada cuando las fuerzas flaquean. Que este sea un momento de encuentro personal profundo contigo, tú qué nos dijiste ‘cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’.
Gracias por vuestras oraciones. Gracias por vuestro cariño. Gracias a nuestra Madre, Virgen de la Salud. Continúo mi confinamiento. Y espero poder curarme pronto. Para luego remangarme y poder ayudar como sacerdote al que me necesite. Corazón de Jesús…en Ti confío». ABC.
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