I ¿EL Fin de la cultura?: La cultura del antihumanismo

La ciencia en la Modernidad siempre fue considerada como el único verdadero conocimiento y los otros tipos de conocimiento como fábulas.

Hoy en día se cuestiona el carácter de certeza del conocimiento de la ciencia porque el conocimiento adquirido puede ser superado por otro que demuestra lo contrario. Los inventos científicos tienen poca duración. La ciencia no puede fundamentarse a sí misma.

La ciencia tampoco puede prescribir porque descubrir un hecho no implica dar a conocer a la vez la norma. Los científicos no buscan un consenso sobre lo verdadero, lo justo, lo bello sino el principio más eficiente. Los resultados prácticos de la ciencia y la tecnología son tareas parciales. Ya no existe una visión global o universal que indica fines para lograr la emancipación de la humanidad.

Dada esta situación, el manejo de las grandes decisiones ya no depende de los políticos sino de los expertos de la producción y la información. Ya A. Smith lo formuló: “la liberación integral de los intercambios económicos pone la sociedad bajo la protección de la oferta y demanda, un proceso mecánico que procurará la sociedad pacífica y solidaria.” Ya no hay que apelar a las virtudes o valores espirituales para organizar la sociedad. Los vínculos sociales se disuelven en una masa de átomos individuales. Al ser humano lo entretienen con televisión, cine e internet.

Nietzsche ha definido la nueva cultura. La Modernidad ofreció traer la felicidad reemplazando la fe en Dios y la autoridad religiosa por la razón y la libertad. Sin embargo, seguían las guerras, la pobreza, las enfermedades etc. Para Nietzsche los modernos siguen siendo “creyentes” aunque ya no creen en Dios sino en ideales superiores a la vida, como los derechos humanos, la ciencia, la razón, la democracia, el socialismo, la patria, la revolución, el progreso y la sociedad sin clases. Todos son un engaño. El ideal es la mentira que pesa sobre la humanidad.  Él señaló que ya no se trata de construir un mundo humano, un reino de los fines donde los hombres sean iguales en dignidad. No hay nada trascendental a la vida. La razón es solo reflejo de intereses. La libertad es voluntad de poder. La lucha por el individualismo surge en reacción contra sistemas del liberalismo y el socialismo, impuestos por la razón de la modernidad que elimina la participación del individuo. Nadie sabe dónde va este mundo.

Nietzsche es uno de los primeros que señala con claridad que la desaparición de Dios significa también el fin de la moral. El cuestionamiento de la razón, fundamento de la modernidad, dará inicio al criterio básico del escepticismo de grandes filósofos del siglo XX. No se puede conocer ni la verdad, ni bien, ni el mal.

El fin de la fe en Dios es al mismo tiempo el fin de los valores tradicionales porque ya no tienen el fundamento de la autoridad divina. La separación entre ética y religión ha llevados a una desintegración de la ética porque el universo es indiferente. El filósofo

ateo Jean-Paul Sartre y el existencialismo critican a los filósofos de la modernidad que aceptaron la muerte de Dios con mucha ligereza. No se habían dado cuenta de las consecuencias de la negación de la existencia de Dios para poder construir una ética de la autonomía absoluta del hombre. Los valores se habían quedado sin ningún fundamento. No se dieron cuenta de que los valores tradicionales tienen su fundamento exclusivamente en Dios. Puesto que Dios no existe, afirma Sartre, el hombre está condenado a la libertad, una libertad sin normas.

La idea del “individuo” surgida en la historia europea como un núcleo de la construcción de la sociedad ocupa un lugar central en la filosofía moderna. El individuo se siente realizado cuando no es coherente consigo mismo ni con los demás porque se siente libre. Ya no existe una relación personal Se elimina el tú. No interesa quién es el otro. Él no estima el bien por el bien sino él decide lo que es el bien y el mal. Se cae en un subjetivismo que goza sin normas. Él pervierte la belleza del amor por romper su unidad con la verdad y el bien. Algo bello separado, se vuelve esteticismo, vitalidad puro que afirma el placer a toda costa.

El hombre libertino no cuestiona a la sociedad, sino que usa la democracia para una reivindicación del placer de cada uno, desentendiéndose de los demás. El libertino no cree en la justicia, la verdad y el bien. No tiene causas que defender. Por romper toda relación humana, destruye al otro y reclama violencia tras violencia. Al final se vuelve cómplice de la injusticia. (Alberto Methol Ferré,2006, La América del siglo XXI. Buenos

Aires. Ed. Edhasa,115).

El motor de la historia ya no está en un ideal sino se reduce al resultado de la libre competencia de producción y consumo. El dominio del hombre sobre el mundo se ha vuelto un proceso automático, incontrolable y ciego, es el simple resultado de la competitividad. Ya no se trata de dominar para lograr más libertad y felicidad sino de dominar por dominar y no se sabe por qué. Estado produce cada vez más leyes y reglamentos para tratar de controlar a los individuos, pero se olvida de la educación en los valores. Cuando se pierde los fines o valores se pierde la autoridad para exigir deberes.

El progreso científico favorece a los hombres, pero puede voltearse en contra de la humanidad. El ritmo de consumo, desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera, que el estilo de vida actual, por ser insostenible, solo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo en varias regiones.  A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiado escombros, desiertos y suciedad (Francisco, encíclica Laudate Si).

En una sociedad relativista de la postmodernidad la juventud es víctima de una sociedad donde no hay un mensaje de valores y más grave aún no concuerda con los que se escucha y vive.

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