La época de la “armonía” y la “felicidad” de la Modernidad conoció innumerables guerras. Mencionamos sólo la lucha mortal entre capitalismo y trabajo en el siglo XIX, la guerra civil americana, la guerra franco-prusiana, el genocidio en Armenia, la guerra civil en España, el siglo XX con las dos guerras mundiales (unos setenta millones de muertos) y el desastre del comunismo con 120 millones de muertos. Por fin, se comprendió que las naciones debían llegar a un acuerdo. El gran aporte del siglo XX era la recuperación de la propuesta de la revolución de Paris: los derechos humanos. Son producto del pensamiento filosófico de la Ilustración y del liberalismo, ideas de Locke, Rousseau y Kant.

La declaración de 1789 expresa la emancipación civil de cada ciudadano y, por tanto, la disminución del poder estatal. Es una reacción contra la arbitrariedad de todas las formas de dictaduras. Dictaduras que también pueden aparecer en el sistema democrático como el caso de Hitler que fue elegido. Los ciudadanos tienen el poder y lo delegan a las autoridades del Estado.

Las conquistas de los derechos humanos se realizaron gradualmente entre 1985 y 2005: Civiles y políticas, sociales y culturales, y derechos de los pueblos. Se declara los derechos individuales como propiedad, libertad de conciencia, libertad de asociación, libertad política, libertad de opinión, derecho la vida, derecho a la educación, derechos sociales y libertad de religión. El individuo puede cuestionar al Estado cuando no respeta los derechos humanos. Los derechos humanos son una protección contra todas las formas de opresión.

En la conferencia mundial de Viena (1992) los países asiáticos manifestaron que declararon que en su cultura prevalecen “el respeto para la autoridad y los valores de la disciplina, y el orden”. Por ser ellos mayoría no se ratificó explícitamente la libertad de prensa, opinión, de reunión y de religión. Los países árabes no aprueban los derechos de la mujer y de la religión.

Juan Pablo II ha calificado la declaración de los derechos humanos como una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad. El reconocimiento de los derechos humanos es una decisión transcendental porque todos los Estados están obligados a respetarlos.  Son las normas generales de referencia para todas las acciones de los Estados.

Sin embargo, la posmodernidad ha dado prioridad absoluta a la libertad del individuo en relación con la sociedad. La gente piensa en reclamar sus derechos, pero nadie piensa en sus deberes con los demás. Ronald Dworkin desarrolla la idea de los derechos contra el Estado. “Este deber general de obedecer a una ley promulgada es casi incoherente en una sociedad que reconoce los derechos”. Si antes el cumplimiento de la ley era la regla de oro para salvaguardar la libertad de todos, ahora se cuestiona la universalidad de la ley.

Se olvida que la ética es más que el derecho de cada uno. Uno está obligado a cumplir con las normas jurídicas bajo coacción mientras que las normas éticas brotan de la conciencia de la persona. La dignidad del ser humano está en su libertad que decide respetar los valores y las normas. La ética implica la educación de aprender y cumplir con los deberes. La ética es la decisión libre para hacer el bien. No es la ley que sostiene la moral sino al revés, la moral sostiene a la ley. No se puede mantener una sociedad con sanciones y legislaciones. Las personas deben tener la consciencia del buscar y hacer el bien.

Los valores son los únicos lazos imprescindibles para unir a las personas. La educación en valores es la tarea de las familias, las instituciones educativas y el ejemplo de las autoridades. Cuando ellos no cumplen esta tarea educativa de la libertad orientada a los valores el poder tecnológico quedará como el único ideal. El individuo entonces tiene solo el deseo de producir y consumir. Su única preocupación es el dinero. Estamos con un individuo que no sabe relacionarse con los demás. El individualismo es egoísmo. El progreso se basa en la desconfianza y la convicción de que el amor de solidaridad es imposible. La sociedad no ofrece un ambiente donde se puede vivir las normas éticas. Para sentirse moderno hay que criticar todos los valores de la tradición. El filósofo ateo Luc Ferry se pregunta: ¿A donde lleva esta contracultura? Sólo queda el “amor de lo presente” como decía Nietzsche. El hombre se vuelve cínico, desengañado porque tiene como única meta adaptarse a la realidad. Es el fin de la cultura.

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Dr. Johan Leuridan Huys