Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

En el simposio acerca de la Iglesia y la Independencia organizado por la Academia Peruana de Historia de la Iglesia en el mes de octubre del 2019, en la PUCP, el benemérito Fray Saúl Peredo. O. de M. se refirió a “La contribución de los mercedarios a la Emancipación Peruana (1800-1826)”, destacando el protagonismo de la orden mercedaria en todos los aspectos de la vida del virreinato peruano, no podía permanecer al margen del acontecimiento decisivo de la Independencia. Para valorarla con precisión –nos expuso- que deben estudiarse a sus miembros destacados como Melchor de Talamantes, la situación de los conventos en sus provincias religiosas de Cuzco, Lima y La Paz, la participación a favor o su resistencia ante la Emancipación, la adaptación y respuesta ante la nueva situación, especialmente creada por el “Decreto sobre la reforma de los regulares” de 1826.

En el célebre cuadro de Lepiani sobre la proclamación de la Independencia que pintó en 1904 llama la atención el corpulento religioso mercedario que acompaña a José de San Martín. Según el egregio historiador mercedario P. Saúl Peredo correspondería al fraile arequipeño P. Mario Butrón.

El distrito limeño de San Isidro dedicó una estatua y un parque entre las calles Dr. Ricardo Angulo Ramírez y Los Ruiseñores Este, de la Urb. Corpac, a otro gran mercedario limeño olvidado, pero que fue doctor por la Universidad de San Marcos, primer constitucionalista de México y que puede ser considerado mártir de la Independencia de México, Fray Melchor Talamantes y Baeza.

En el informe de Monseñor Bartolomé de las Heras señala entre los destacados mercedarios a los “maestros Tejero y Durán, actualmente es el primero provincial y el segundo lo acabó de ser; ambos son casi de igual suficiencia y buen manejo”. El P. Higinio Durán Martel será obispo de Panamá y en 1821 firmó el acta de independencia de la nación; le acompañaron Melchor Talamantes, Melchor Aponte, Manuel Cavero, Anselmo Tejero, Domingo de Oyergui.

De igual modo Monseñor Severo Aparicio Quispe dedicó su artículo “Los Mercedarios del Perú en el siglo XIX” en la Revista Peruana de Historia Eclesiástica (nº 5, Cuzco 1996, pp.113-133). En el mismo manifiesta el vigor de la Orden en vísperas de la Independencia y el “tsunami” sufrido con motivo de la Emancipación, específicamente con las disposiciones dadas por el gobierno en el Reglamento de regulares de 28 de setiembre de 1826 que tuvieron inmediata aplicación en el ámbito de la Provincia Mercedaria del Perú. La medida conllevaba la supresión de la autoridad de los Superiores Generales y Provinciales de las órdenes religiosas; la sujeción de los conventos a los obispos; el cierre de los noviciados; la profesión religiosa debía hacerse cumplidos los 30 años de edad (después se bajó a 25); facilidades para la exclaustración de los religiosos; el cierre de los conventos que no tuviesen 8 religiosos como mínimo. Junto a la rápida disminución de religiosos y cierre de conventos en el Perú, el gobierno se apoderó de los bienes de los institutos religiosos. Al desaparecer la autoridad unificadora del superior provincial, se deshizo la Provincia, y los conventos de hecho desaparecieron y los pocos que quedaron, convertidos en autónomos entre sí, dependían de la autoridad del obispo. En poco tiempo, de los conventos de la provincia limeña quedó solamente el de San Miguel de la Capital, sujeto a la autoridad del Arzobispo. El edificio del Colegio fue entregado al Gobierno por el provincial Fr. Francisco Bustamante en 1825, y adjudicado al Convictorio do San Carlos; y el convento de la Recoleta de Belén y sus temporalidades pasaron a la Beneficencia Pública.

Sobre la Provincia de Lima, extinguida por decreto del Gobierno de 1826, se tiene una Relación de los conventos clausurados, hecha en Lima, el 11 de marzo de 1848, y enviada a Roma por el maestro Fr. León Fajardo, comendador general, con indicación precisa del estado y destino de cada casa.

            En medio de tanta convulsión, no está de más recordar el gran aporte mercedario a través de la entrañable y arraigada devoción a su titular Nuestra Señora de la Merced que se constituyó en referencia de alivio y esperanza. Así, el 24 de mayo de 1822, el general Antonio José de Sucre, vencedor en Pichincha por la que se alcanzó la independencia de la gran Colombia, y encaminado hacia el Perú, propuso que esta nación reconociese a la Virgen de la Merced por patrona de sus ejércitos; de hecho, en 1823, fue declarada Patrona de las Armas de la República por el Presidente José Bernardo Tagle. Al cumplirse en primer Centenario de la independencia de la nación, el 24 de septiembre de 1921 fue coronada canónicamente y como recuerdo de esto, se colocó a la Sagrada imagen las insignias de su alto patronato militar, consistentes en una faja de Gran Mariscala y un cetro de Oro, a partir de entonces, se ha llamado la Gran Mariscala del Perú. Desde entonces esta fecha del 24 de septiembre es declarada fiesta nacional. Cada año el ejército le rinde honores a su alta jerarquía militar de “Mariscala”.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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