La Modernidad separó la vida privada de la pública. El hombre debe deshacerse de las tareas domésticas y del trabajo para dedicarse a la gloria y la excelencia de la elevada política. Sin embargo, la virtud no exige el menosprecio de casa y oficio sino, al contrario, abrazar ambas instituciones. En la familia se aprende el ejemplo de la virtud de la justicia, dar a cada uno lo suyo y, así se puede asumir la ejemplaridad pública.

Hacemos referencia al pensamiento sobre la familia y la política de parte de dos prestigiosos filósofos actuales, ateos, y del Concilio Vaticano II.

En primer lugar, Axel Honneth, alemán, define el sentido de la familia para la política, de la siguiente manera: “El liberalismo político, cuyos principios marcan hoy la normativa de nuestras sociedades, dejó siempre al margen toda la esfera material y de la crianza de los hijos. Sin embargo, si se tiene en claro cuánto es lo que depende, en una comunidad democrática, de que sus miembros sean capacitados para un individualismo cooperativo, no se podrá poner en duda el significado político-moral de la esfera familiar, puesto que las condiciones psíquicas para casi todas las actitudes que el individuo debe tener, en virtud de sus competencias y sus habilidades, para interceder por los asuntos de la comunidad mayor, amén de todos sus vínculos con comunidades particulares, se crean dentro de familias intactas, confiables e igualitarias” (Axel Honneth, 2014, El derecho de la libertad: 229). Además, él señala que los gobiernos deberían prestar mayor atención a las condiciones socio-económicas que permiten arraigar y florecer a las familias como son la estabilidad de trabajo, el tiempo abundante para poder interactuar con los hijos y los suficientes márgenes de acción para distribuir las obligaciones durante la vida familiar. También enfermedad, jubilación, desempleo surgen a partir del trabajo renumerado y el tiempo que se ha pasado con los hijos propios no se contabiliza. Esta discriminación, que perjudica el tiempo de dedicación a los hijos, requiere una reforma fundamental del sistema de seguridad social (Ibidem: 228).

En segundo lugar, Luc Ferry, francés, comprueba que, gracias a la deconstrucción de la razón realizada por Nietzsche, hemos descubierto el sentido del amor y de la familia que transciende a las grandes conquistas de la Modernidad que son la razón, los derechos, la nación (la derecha) y la revolución (la izquierda). El amor es la búsqueda del bien y hacer el bien. El amor se manifiesta en la vida privada, pero significará también un cambio en la vida política y debe llevarnos a entender la política de una manera diferente. El amor se inicia primeramente en el matrimonio y se prolonga por una refracción en el plano, público y político. El fundamento de la política para buscar el bien común ya no es la nación o la revolución sino en la relación con el otro. ¿Qué mundo vamos a dejar a los que amamos, a nuestros hijos, en general, a todos los que vienen? Estamos entrando en una nueva era de humanismo. Por primera vez no se exige sacrificios mortales masivos para la nación o para la revolución. No estamos viendo el fin de la política sino una nueva figura de lo sagrado del otro, simbolizado en la preocupación en el modelo del matrimonio del amor y expresado en la preocupación por las generaciones futuras” (Luc Ferry, 2009, Face a la crise: 46-57 y139).    

Ambos filósofos indican que la capacitación político-moral se realiza en las familias y que esta educación es fundamental para el buen funcionamiento del Estado. El Estado tiene a su vez una responsabilidad de apoyo a la familia.

En tercer lugar, El Concilio Vaticano II aclara que “La familia constituye el fundamento de la sociedad… El poder civil, ha de considerar obligación suya sagrada, reconocer, la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla,asegurar la moralidad publicay favorecer la prosperidad doméstica.” (Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes, 52). El mismo pensamiento encontramos en los documentos de los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. La familia es la iglesia doméstica porque es el lugar donde se aprende a orar.

Por Fray Johan Leuridan Huys