Homilía del Domingo XI del Tiempo Ordinario: la semilla es la Palabra de Dios

Antes de reflexionar los temas de este domingo hablamos un momento de la gran solemnidad del Corazón de Jesús que celebramos el viernes.

Hay que tener presente, como una verdad hermosa, que el Corazón de Jesús es el corazón de Dios.

Sabemos que Dios eterno es puro espíritu y no tiene corazón pero también sabemos que el Verbo encarnado tiene corazón como el resto de los humanos.

Por eso al Corazón de Jesús lo adoramos por ser realmente Dios y también hombre verdadero.

¡Le debemos tanto!

Posiblemente no pensamos mucho lo que significa el Corazón de Jesús para nosotros.

La liturgia nos ha dicho:

“Con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran con el agua y la sangre los sacramentos de la Iglesia para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación”.

Sí. Es fuente de salvación que físicamente nos entregó por su costado abierto, sangre y agua.

Además de esta forma se abrazó definitivamente con la Iglesia que brotó de su corazón abierto.

Digámosle con frecuencia: “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío” y recordemos que mientras vivamos, tenemos que aprender de Él que es manso y humilde de corazón, como Él mismo nos ha pedido.

Que Dios nos dé un corazón tierno con los hombres y fiel a Dios.

Comentemos la liturgia de hoy.

  • Ezequiel

El profeta, bajo una imagen preciosa de un gran cedro que tiene sus raíces en David, el rey, nos dice que llegará un día en que Dios arrancará una rama del alto cedro y la plantará en un monte elevado para que dé fruto y se haga un cedro noble, el Mesías prometido.

A él vendrán aves de toda especie; es decir, hombres de todo pueblo y raza para aprovechar la salvación.

Evidentemente que se trata de David que es el retoño de Jesé.

Alegrémonos del día en que Dios hará realidad este encuentro de todos los hombres con Jesús y por Jesús con Dios.

  • San Pablo

Nos invita a vivir de la confianza aunque sabemos que “mientras sea el cuerpo nuestro domicilio estamos lejos de Dios y caminamos sin verlo conducidos por la fe”.

Una vez más San Pablo nos repite esta idea: “preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor”, o como el apóstol decía también: “ansío morir para estar con Cristo”.

Para terminar nos invita a esforzarnos por agradar siempre a Dios recordándonos que tendremos que comparecer “ante el tribunal de Jesucristo un día para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho mientras teníamos este cuerpo”.

  • Verso aleluyático

Nos prepara para el evangelio, enseñándonos que la semilla es la Palabra de Dios; es decir, el Reino de los cielos y el gran tesoro que hay que cuidar.

  • Evangelio

San Marcos nos presenta el Reino de Dios en dos parábolas:

En la primera nos dice que la semilla que nos ha regalado Dios va a ir creciendo sin interrupción sin que se dé cuenta el que la tiene. Hasta que al fin llega la cosecha que es el fruto de la semilla del Reino de Dios.

En la segunda parábola Jesús compara también el Reino con un granito de mostaza que siendo una semilla muy pequeña se hace muy alta y da cobijo a los pajaritos que anidan en ella.

Pensemos que bajo estas sencillas parábolas Jesús nos está invitando a todos a aprovechar las semillas que Dios nos ha regalado en su infinita misericordia.

José Ignacio Alemany Grau, obispo