Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario: Santa Rosa de Lima y el plan de Dios

Hoy en el Perú celebramos a Santa Rosa de Lima. Es solemnidad para nosotros.

Por eso comienzo mi comentario dominical, recordando cómo Rosa de Santa María es modelo en nuestro camino hacia Dios. Su santidad tiene dos polos fundamentales:

El primero es el amor de intimidad con Jesús, que la llevó al desposorio místico, y el otro, la caridad para con los pobres y enfermos de los que fue una bienhechora sacrificada que les proveía de ropa, alimentos, cuidados y medicinas. Incluso destinó una habitación de la casa para acoger a los pobres enfermos.

Este delicado servicio al prójimo le nació de esa intimidad con Jesús, manifestada especialmente:

+ En el viacrucis rezado en su huerta y cargando una cruz.

+ En la imitación de Jesús sufriente buscando parecerse a Él con cilicios, disciplinas, la corona de rosas que por dentro tenía unos clavitos que torturaban su cabeza, durmiendo sobre un duro colchón que tenía trozos de piedras y vidrios rotos y su almohada era una piedra.

+ En sus largos tiempos de oración en una pequeña ermita que construyó ella misma ayudada por su hermano.

+ Sobre todo por su amor especial a Jesús Eucaristía al que recibía tres veces por semana y cuando se le permitía alguna vez más. Antes de morir pidió el viático y entró en éxtasis.

Sus últimas palabras fueron al amor de su vida: “Jesús, Jesús”.

Podríamos decir que como recuerda el Evangelio de su fiesta, santa Rosa ha sido como el grano de mostaza, sencilla y pequeña, pero después su devoción se ha extendido no solo por el Perú sino también por América Latina, las Filipinas, las Antillas e incluso a la Iglesia universal como la primera santa de América.

Como la segunda parábola del Evangelio de hoy, ella ha sido el poco de levadura que fermenta la masa, haciendo que muchas personas, al invocarla, se hayan encontrado con Jesús.

Para nosotros, tratando el tema de la liturgia de este domingo XXII, santa Rosa ha sido una de las personas que mejor han acogida el plan de Dios en su vida.

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Muchas veces resulta duro aceptar el plan de Dios, pero en los hombres de fe se impone la aceptación y con ella la paz. Así lo vivió, como hemos visto brevemente santa Rosa de Lima, y ahora veremos cómo reaccionaron Jeremías y Pedro, pero al fin Dios se impuso en su vida.

Procuremos seguir el consejo que nos dará San Pablo.

  • Jeremías

Es un profeta muy sensible y culto que tuvo mucho que sufrir.

Un buen día se quejó ante Dios:

“Tú me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí”.

Parece que Jeremías se siente como engañado por Dios que, al llamarlo, no le previno de todo lo que tendría que sufrir al aceptar su misión.

Al fin el santo profeta se siente feliz con Dios y se expresa así:

“El Señor es mi fuerte defensor”.

Y a continuación lo glorifica diciendo:

“Cantad al Señor, alabad al Señor que libera la vida del pobre”.

  • San Pablo

Nos pide que a la hora de actuar procuremos discernir la voluntad de Dios y no seguir los intereses y exigencias del mundo.

Tengamos presente que Dios quiere nuestra santificación procurando “renovar nuestra mente para discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.

  • Evangelio

Es interesante cómo se centra la confesión y el primado de Pedro en el evangelio de Mateo:

Le precede el primer anuncio de la pasión, le sigue la transfiguración y después de ésta Jesús advierte a los suyos que no digan nada hasta que resucite de entre los muertos.

Está claro que Jesús quiere que entendamos que el triunfo definitivo del Hijo del hombre solo acontecerá después de la muerte del Siervo de Dios que se somete al plan de salvación trazado por el Padre.

El párrafo de hoy se realiza después que Jesús da el poder de las llaves a Pedro.

Jesús recalca que irán a Jerusalén donde será ejecutado y resucitará el tercer día.

Pedro, sintiéndose ya responsable de la Iglesia, se rebela contra el plan de Dios y corrige a Jesús:

“¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”.

Jesús rechaza duramente a Pedro, como a un aliado de satanás, que le quiere apartar de su misión y le da a entender que su primera intervención ha sido un fracaso porque “tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Para terminar será bueno que meditemos estas palabras de Jesús:

“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?”

José Ignacio Alemany Grau, obispo