papa francisco muerte

Les informamos lo que acontece tras la muerte de un Papa, porque en ese acontecimiento se entrecruzan el misterio, la tradición, la fe y el gobierno de la Iglesia.

Cuando el Santo Padre muere —o, como decimos con reverencia, cuando el Papa es llamado a la Casa del Padre— se activa un proceso sumamente ordenado y sagrado llamado Sede Vacante. Este término significa, literalmente, que la sede de Pedro está vacía.

Primero, se confirma la muerte del Pontífice. En el pasado, el Camarlengo —el cardenal encargado de administrar los bienes de la Iglesia en este periodo— solía llamar al Papa tres veces por su nombre bautismal. Al no obtener respuesta, se declaraba oficialmente su fallecimiento.

¿Qué sucede después?

1. El Camarlengo toma un rol central.

Él sella los aposentos del Papa, interrumpe su anillo del Pescador (símbolo de su autoridad) y asume el cuidado de los asuntos ordinarios del Vaticano, pero sin poder tomar decisiones de gobierno espiritual.

2. Se organiza el funeral.

El Papa es velado y sepultado con solemnidad. Su cuerpo reposa por unos días en la Basílica de San Pedro para que los fieles se despidan. El funeral suele celebrarse al noveno día, en lo que se llama el novemdiale.

3. Comienza el Cónclave.

Después de al menos 15 y no más de 20 días de la muerte, los cardenales menores de 80 años se reúnen en cónclave —encerrados, sin comunicación con el exterior— para orar, discernir y elegir al nuevo Sucesor de Pedro. Todo esto sucede en la Capilla Sixtina, bajo la mirada imponente del Juicio Final de Miguel Ángel.

4. El Espíritu Santo actúa.

En cada votación, se requiere una mayoría calificada de dos tercios. Las papeletas se queman y, si no hay Papa, del pequeño horno se eleva humo negro. Si hay elección, el humo será blanco… y el mundo sabrá que habemus Papam.

5. El elegido acepta.

El nuevo Papa, una vez elegido, acepta libremente y escoge el nombre con el cual será conocido. Después se reviste con la sotana blanca, sale al balcón central de San Pedro y bendice al mundo entero con la urbi et orbi.

Y todo este proceso es signo del cuidado providente de Dios sobre su Iglesia.

No hay vacío en el alma del Cuerpo de Cristo. Hay expectativa. Hay fe. Y sobre todo, hay oración, porque la Iglesia es de Cristo, y Él no la abandona jamás.