Arzobispo de Lima Carlos Castillo: “continuaré lo bueno que ha hecho el cardenal Juan Luis Cipriani”

Perú Católico, líder en noticias.- La República acompañó al Arzobispo electo de Lima por las calles de su barrio, en Lince. Recibió el abrazo y saludos de sus amigos de infancia y de la gente que lo iba reconociendo. No hacía distinciones y saludaba a todos con la misma amabilidad. Compartió diversas anécdotas.

Aunque aún no asume oficialmente como arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo Mattasoglio no pasa desapercibido en su barrio de Lince.

No camina ni media cuadra sin que algún vecino se acerque a felicitarlo por el nombramiento de nuevo arzobispo de Lima y pedirle la bendición.

Él se detiene, los escucha, los abraza. A algunos los conoce de toda la vida; otros lo reconocen por haberlo visto en las noticias. Pero él no hace distinción alguna.

Es afable con todos. Se da tiempo para cada uno.

“Yo soy el último de siete hermanos”, nos dice mientras nos muestra la casa donde pasó los primeros años de su vida, en la calle Ignacio Merino. “Ahora van a construir un edificio, pero aún se puede ver la fachada por Google”, añade, sonriendo.

A media cuadra hace la primera parada, en la tienda de abarrotes de don Pancho, un señor de ascendencia china que fue amigo de su padre.

“Un día mi padre nos dice que lo había invitado a almorzar, y mis hermanos le dijeron de broma que iba a comer sin sal. Y cuando volvió nos contó que había comido una salsa oscura saladita. Por primera vez probaba el sillao”, cuenta como anécdota.

Ni bien entra a la bodega, todos lo reciben como a un gran amigo. “Yo casé a su hija y bauticé a sus nietos”, dice con orgullo mientras recuerda cuando llegaba a la tienda de la mano de su madre.

Al salir, la gente lo reconoce, le da la mano, lo felicita, le pide bendiciones.

Caminamos un par de cuadras hasta el Colegio Dalton, donde estudió hasta tercero de primaria.

“Allí me prepararon para la Primera Comunión con el padre Cecilio, que era de la parroquia Santa Beatriz”, rememora.

A partir de cuarto de primaria y toda la primaria estudió en el colegio San Agustín, en la Av. Javier Prado, de donde egresó en la promoción 66.

Compromiso de todos

Más de 15 minutos tardamos en llegar a la avenida Pardo, donde funcionaba la librería imprenta de sus padres. No por lo lejos, sino porque se detiene a agradecer a las personas que se detienen para saludarlo. Una de ellas es una agente pastoral de la salud de la parroquia Santa Beatriz.

Monseñor Castillo resalta la importancia del trabajo de los laicos que se ofrecen a estar al servicio de los más frágiles y necesitados.

Por ello, cuando asuma el cargo de obispo está pensando sugerir una pastoral de salud preventiva.

Él mismo fue un laico que participó activamente en los movimientos juveniles y estudiantiles en los años 60 y 70.

“Ellos conocen los problemas de la comunidad. Su papel es muy importante. Los movimientos laicos hoy en día se han modificado y son muchos”, recalca.

Hace un alto en la Municipalidad de Lince, donde en la placa está el nombre de su hermano Augusto, que era ingeniero y fue teniente alcalde de esa comuna y encargado de obras públicas.

“Mi hermano amplió las calles, que antes tenía veredas más anchas y tenían jardín. Yo le digo, en broma, que antes eran más bonitas. Él explica que es necesario por la modernidad”, comenta.

Lo que no ha cambiado casi nada, señala, es el Parque Pedro Ruíz Gallo, donde su hermana lo llevaba a pasear en su cochecito.

“Ella me cantaba y así nació mi afición a la música”, indica.

La gente se sigue acercando, ahora le piden fotos, selfies, como si estuvieran ante una actor o una estrella de rock. Él no se niega, más bien se ríe y bromea con todos sin medir el tiempo.

Primera “misarock”

Muchos recuerdos se entrelaza cuando monseñor Castillo ingresa a la parroquia Santa Beatriz.

“En este confesionario atendía el padre Saturnino, que era sordo de una oreja. Él les decía que los que tuvieran pecados veniales se pusieran a un lado, y al otro los que tuvieran algo más graves. Pero a veces, se ponían en la fila por donde oía menos para que no los pueda escuchar”, relata entre carcajadas.

Y con una gran sonrisa dice orgulloso que en esa iglesia se realizó la primera “Misarock” en Lima.

“En Lima, se realizó el Concilio Vaticano II que terminó en 1965. Y se permitió que la Iglesia se acercará a los jóvenes. Vinieron Los Doltons y cantaron con el coro, con batería y todo”, sostiene.

“Y yo prediqué en esa misa, siendo laico”, rememora. Poco después, volvió a hacerlo cuando se llevó a cabo la misa de honras por la muerte de su hermano Ismael, asesinado en 1965 durante un ataque a un contingente policial.

“Ese día mencioné un texto de Juan 15, que dice: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Me sirvió eso para comprender lo que hizo mi hermano”, refiere.

Señala que Ismael era administrador de una hacienda Kiatari, en Satipo. El 9 de agosto de 1965 escuchó por radio aficionado que estaban atacando en una zona donde vivía un amigo suyo. No lo pensó dos veces y fue a rescatarlo en su camioneta, trasladando también a varios policías.

“Los emboscaron, y como él estaba manejando, le tiraron un explosivo y destrozaron su cuerpo”, comparte con nosotros.

Con hechos concretos

Monseñor Barreto recuerda que con ocasión del Concilio Vaticano II se formó en Roma una comisión de Justicia y Paz, que debía formarse en todos los países para promover la acción social de la Iglesia y la acción humanitaria.

En Perú, recibió el encargo monseñor Luis Bambarén, y participó también el ahora arzobispo electo, entonces presidente de la Juventud de Estudiantes Católicos (JEC)que tenía apenas 15 años.

De allí nació su solidaridad con los más pobres, lo que se fortaleció cuando era universitario de San Marcos, cuando participó en un movimiento que apoyó a los damnificados del terremoto de 1970.

“Tenemos que aportar cuando hay sufrimiento. La entrega de Jesús en la cruz se hace para que todos tengamos fuerza, pero sobre todo para los desvalidos, y el sacerdote tiene que estar a su lado para darle fuerza”, se reafirma.

Dice que anunciar que Dios ama a una persona, tiene que ir acompañado de un testimonio de compromiso que es un signo efectivo de que “Cristo, Dios mismo, te ama y te lo muestra con hechos concretos”.

Se reafirma en que él continuará con lo bueno que ha hecho el cardenal Juan Luis Cipriani y lo complementará con otras cosas que pueda necesitar la gente.

Castillo no se molesta ni le importa que le puedan decir “cura rojo”, aludiendo a una supuesta preferencia ideológica.

“Si es rojo es porque es la sangre de Cristo y de los mártires. Es el color que llevan todos los cardenales como testigos de los que dieron su vida por la gente”, señala.

Y añade, enfático: “Para mí, el color rojo nunca será comunismo”.

Quiere ayudar al renacimiento de nuestro país, sin que ello signifique impunidad ni para los temas de corrupción ni para las denuncias sobre violaciones sexuales del caso Sodalicio. Monseñor Castillo invoca a un cambio radical. Fuente: Diario La República.