El desarrollo del ser humano es sostenible por la propia responsabilidad, por Johan Leuridan Huys

A pesar de los enfoques económicos diferentes, las ideologías coinciden en una moral relativista. Se pierde el origen de la ética que está en la conciencia personal formada en base de valores.
El nuevo orden tecnológico exige que los seres humanos dejan de sentirse seres humanos y se resignen a ser pobres egoístas aislados. Hannah Arendt escribía: “Lo que es enojoso en las teorías nuevas no es que sean falsas, sino que puedan llegar a ser verdaderas. Si es verdad que el hombre no es un egoísta por naturaleza, no es menos verdad que el adiestramiento jurídico y del mercado crean el contexto cultural ideal, que permite que el egoísmo sea la forma habitual del comportamiento humano.” Por reducir el ser humano a producción y consumo, se pierde el valor de la persona en sí misma, su dignidad y también su solidaridad con los demás. Se comprueba esta realidad de la violencia, en los matrimonios, en los centros educativos, en los feminicidios y entre las personas. Sin embargo, el verdadero humanismo no se limita a dominar el mundo material.
Los materialistas niegan toda forma de transcendencia, sin darse cuenta, que su afirmación por la infraestructura que explicaría todo, es onto-teológica. El materialismo no puede presentar una moral. Con más razón, la libertad transciende las ideologías. El materialismo es aceptable cuando todo funciona bien, pero cuando surgen enfermedades, guerras, accidentes etc. el materialista recurre a la libertad para ver como puede intervenir.
El hombre tiene la capacidad para superar la naturaleza y la historia. La libertad permite transcender al materialismo. También transciende la ciencia que se limita al entorno material. La persona es inteligente y libre. Tengo un espacio interior propio. Puedo reflexionar sobre mi mismo. Soy un ser espiritual y trasciendo lo material. La libertad es del orden espiritual. La persona se auto-determina. La persona es fuente de sus propios actos. Por la libertad una persona debe decidir sobre su propia realización de su vida económica y su relación con los demás. La persona, consciente de su libertad, se vuelve creativa. La sociedad civil, entendida como el conjunto de relaciones, existe gracias a la creatividad de los ciudadanos: la familia, las asociaciones de tipo profesional, deportivo, cultural, social, económico, recreativo, científico y político. Es imposible promover la dignidad de la persona sin estas iniciativas de los individuos. El Estado no puede destruirlos o absolverlos en una burocracia en nombre de una pretendida igualdad. Sin embargo, el Estado tiene la obligación de ordenar la actividad económica a la consecución del bien común.
La sociedad no solamente debe distribuir bienes materiales sino también valores. Los deseos y las necesidades no son exclusivamente materiales. También existen los deseos espirituales. Muchos valores no están en las leyes como por ejemplo la paz, la amabilidad, el respeto, la misericordia, la lealtad, el agradecimiento, decir la verdad etc.
“Actualmente se tiende a creer que todo incremento de poder constituye sin más un progreso de bienestar, como si el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto, porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores y conciencia” (Francisco, Laudate Si, 81-82). Se ha eliminado la pregunta por el bien espiritual y la conciencia personal.
La revelación de Dios no puede agotarse en los hechos históricos de salvación y anuncio de los profetas sin la relación personal que penetra el corazón de cada uno. Antes de ser profeta, el cristiano es un convertido. Cristo invita a la conversión de la persona para poder cumplir con los valores del encuentro. “Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tu no desprecias” (Salmo 50). En su última aparición a los apóstolos Jesús dijo: “Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se convierten” (Lucas 24, 47).

Dominico. Doctor en teología. Miembro honorario de la Sociedad peruana de Filosofía. Ex decano de la USMP.