Homilía del XX Domingo del Tiempo Ordinario
Perú Católico, líder en noticias.- En el libro de Isaías Dios pide a su pueblo: “guardad el derecho y practicad la justicia que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria”. Después, el Señor les dice a los israelitas cómo Él acogerá a todos los extranjeros que quieran pertenecer a su pueblo “guardando el sábado, perseverando en la alianza con Él…”.
Es la gran apertura de Dios a todos los pueblos que leemos como una profecía en tiempos de este gran profeta.
El Señor promete llevar al monte santo y alegrar en su casa, que es casa de oración, a todos los pueblos.
Ten presente que la casa de Dios, donde tú también vas a rezar, es casa de oración y fe. Demuéstralo en tu silencio, tus actitudes y hasta en tu vestido.
Salmo 66
Los Santos Padres ven en un detalle de este salmo (que precisamente no se lee hoy en la Santa Misa) algo muy especial y aplican a María estas palabras: “la tierra ha dado su fruto”.
Para ellos María ha sido como la tierra fecunda que ha dado el “ciento por uno” y su fruto bendito ha sido Jesús.
El mismo salmo canta la alegría de Israel que espera el día en “que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.
Y por nuestra parte, aprovechemos para pedir a Dios con el salmista:
“Que Dios tenga piedad y nos bendiga, que ilumine su rostro sobre nosotros, conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación”.
En este último versículo podemos advertir un eco del tema del día en el que nos encontramos a Dios ofreciendo la salvación a todos los pueblos de la tierra.
San Pablo a los Romanos
El apóstol resalta un párrafo interesante que es continuación de lo que leímos el domingo anterior.
El pueblo de Israel, al que perteneció Pablo, rechazó a Jesús. Entonces el Señor, por medio de los apóstoles llamó a todos los pueblos, para que aprovecharan la salvación que el Mesías prometido había realizado con su pasión, muerte y resurrección.
Pablo, sirviendo al Evangelio, hizo realidad este plan de Dios y por eso se reconoce como “apóstol de los gentiles”.
¿Qué pasará entonces con el pueblo judío predilecto de Dios en el Antiguo Testamento?
Pablo hace una consideración muy especial:
Ellos no aceptaron al Mesías tan esperado y al abandonarlo y separarse de Él, Jesús fue una bendición para todo el mundo.
Pablo afirma que volverán y su regreso será una bendición mucho mayor para todos.
En la Iglesia siempre hemos esperado “a nuestros hermanos mayores” y pedimos a Dios que se encuentren con Jesús.
Verso aleluyático
Como una confirmación del tema central de este domingo el versículo de Mateo (4,32) nos dice que Jesús proclamaba el Evangelio del Reino “curando las dolencias del pueblo”; es decir, estaba cumpliendo su misión de evangelizar por todas partes, incluso el Evangelio de hoy nos lo presenta fuera del territorio de Israel.
Evangelio de San Mateo
Jesús, según el Evangelio de hoy, salió del territorio de Israel, que era propiamente el lugar donde tenía que evangelizar, y llegó hasta Tiro y Sidón. La fama de Él había llegado hasta allí. y una mujer, saliendo “de aquellos lugares”, le gritó, y su grito era extraño porque no le dolía nada a ella sino que el hecho de ser madre le hacía sufrir por su hija: “Ten compasión de mí, que mi hija tiene un demonio muy malo”.
Los discípulos, que no habían recibido el Espíritu Santo por cierto, le pedían a Jesús un milagro solamente porque les molestaban los gritos de aquella mujer.
En ese momento Jesús actúa, ciertamente, de una manera extraña: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
Ante esta respuesta ofensiva, humanamente hablando, la mujer tenía muchos motivos para molestarse y mandar a todos a paseo; sin embargo, se postró delante de Jesús y le dio una respuesta maravillosa que san Agustín explica diciendo que mientras por una parte Jesús probaba su fe con el insulto, por otra parte la animaba para mantener su fe en el Señor.
La respuesta serena y dulce de la madre le arranca el milagro a Jesús: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
Fue la gran lección que venció el amor de Jesús y seguro que quedó grabado en el corazón de los apóstoles. Jesús mismo afirmó: “mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. Y se curó la hija y la madre se fue feliz.
Esta es la gran lección para nuestra fe: confiar siempre en el Señor y estar seguros de que, aunque se nos haga extraño tarde o pronto Él nos escucha.
José Ignacio Alemany Grau, obispo
Medio de comunicación digital líder en informaciones. 12 años evangelizando con las buenas noticias.