Homilía del XXVII Domingo del Tiempo Ordinario: Corazones de niño en el reino
Hoy entramos en una de las páginas más lindas del Génesis: La creación de la mujer que trae la felicidad al hombre en su unión matrimonial. Veamos con qué cariño crea Dios y cómo Jesús respalda con su sacramento este matrimonio natural creado por Dios.
- Génesis
Cuenta cómo Dios hizo pasar a todos los animales que había creado para que Adán les pusiera nombre. Poner nombre significa tener dominio de todos los animales que pasaron delante de él.
Adán comprobó que ninguno de ellos era como él, capaz de ayudarle.
Entonces, Dios crea a un ser semejante al hombre, tomado del cuerpo de Adán, y es la mujer.
Al verla, Adán se alegra y exclama:
«¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!».
Encontramos aquí una bellísima presentación poética del matrimonio.
Concluye el párrafo indicando que, de esta manera, Dios ha querido establecer el matrimonio:
«Por eso, abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
De esta forma hemos conocido el matrimonio natural en el que un hombre y una mujer propagarán, en adelante, de una manera admirable la especie humana.
Jesús llevará a su perfección este matrimonio natural, elevándolo a sacramento con el significado precioso del amor de Cristo a su Iglesia.
- Salmo 127
Se trata de una hermosa bendición matrimonial. El hombre que teme al Señor sigue sus caminos: «Comerás el fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien».
La mujer es comparada con «una parra fecunda en medio de la casa».
Y los hijos como «renuevos de olivo alrededor de su mesa».
Viviendo así tendrán la bendición del Señor:
«El Señor te bendiga desde Sion y que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida».
Finalmente, concreta la bendición con estas palabras: «Que veas a los hijos de tus hijos».
- Carta a los hebreos
Nos dice esta carta cómo Dios escogió a Jesús (hombre), el grande, un poco inferior a los ángeles:
«El padeció la muerte para salvación de todos».
Ahora lo vemos glorificado como fruto de su pasión y muerte. Y así «puede llevar una multitud de hijos a la gloria».
- Verso aleluyático
La plenitud del amor está en amarnos unos a otros, para que Dios permanezca en nosotros: «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud».
- Evangelio
Después de haber presentado la Escritura la belleza del matrimonio, hoy nos cuenta San Marcos que unos fariseos preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba:
«¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?».
Cuando ellos afirman que Moisés ha permitido divorciarse «dándole a la mujer un acta de repudio», Jesús aclara:
«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer, por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
Y Jesús completa:
«Ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre».
Más tarde, hablando con sus discípulos en la casa, Jesús aclara:
«Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Después de aclarar el valor del matrimonio y el pecado del adulterio, Jesús pone un niño en medio de los apóstoles y dice:
«Dejad que los niños se acerquen a mí… De los que son como ellos es el reino de Dios».
Esta afirmación es muy importante: «Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Será bueno que, en este día, después de hablar tantas maravillas del matrimonio, entendamos que hay que tener corazón de niño para enamorar a Dios y entrar en su reino.
José Ignacio Alemany Grau, obispo
Redentorista. Obispo Emérito de Chachapoyas y escritor. Cada semana comparte a ‘Perú Católico’ su Homilía dominical.