“Olor a oveja”, un artículo sobre ‘Amoris Laetitia’ la exhortación del Papa
Al leer la Exhortación del Papa Francisco sobre la familia Amoris Laetitia me parece no estar leyendo a un célibe anciano de 80 años, sino a un padre de familia que sabe de las alegrías, desafíos, tristezas y heridas por las que atraviesan tantas familias y personas. Es un documento lleno de vida, como lo es el Evangelio. Y es que el Papa Francisco “huele a oveja” y en el documento percibimos su gran humanidad y su cercanía continua con su grey. La exhortación está escrita además con un lenguaje sencillo, directo y donde todos y cada uno se puede sentir identificado o descrito con frases de una belleza simple y única: “el amor convive con la imperfección”, “el amor es un trabajo artesanal”, “la Biblia está llena de familias, historias de amor y crisis familiares”, “la Eucaristía no es un premio para perfectos sino un generoso remedio para débiles” entre muchas otras reflexiones.
Al escribir el documento Papa Francisco no se ha dejado llevar por las presiones y posiciones diversas: “Los debates que se dan en los medios de comunicación o en publicaciones, y aun entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas” (AL, 2). Por un lado, muchos de los sectores liberales estaban esperando cambios radicales y por otro los grupos más conservadores esperaban que se volviera a afirmar con fuerza la doctrina de siempre. Papa Francisco no hizo ni lo uno ni lo otro. Nos ha invitado a mirar la fe y la doctrina desde otro ángulo, no como un conjunto de normas abstractas que a veces se quieren aplicar a raja tabla sin considerar la diversidad y complejidad de situaciones concretas y complejas que viven tantas personas. Papa Francisco quiere que nuestro enfoque para mirar la realidad sea el amor y la misericordia de Dios, pues sólo a través de ella podemos comprender la verdad: “la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad” (AL, 311).
Creo que es un don que la Iglesia tenga un Papa “latinoamericano”. Una virtud de nuestro pueblo latinoamericano es vivir una fe que se aleja de un racionalismo frío y que privilegia una fe del corazón -que no es mero sentimentalismo-, así como una experiencia existencial desde la cual se entiende las razones de la fe. El teólogo Newman consideraba que hacía falta en la Iglesia esa dimensión cordial de la fe, pues decía que sólo una verdad encarnada en la vida puede llegar a la verdad religiosa. Cuando la “doctrina” no toma en cuenta la vida, el camino y la historia de cada quien, ésta no tiene la capacidad de alcanzar la sabiduría de la verdad religiosa.
El Papa quiere que con esta sabiduría nos alejemos de toda actitud moralista y de juicio rígido. Invita a una dinámica de inclusión, que no es ni relativismo ni laxismo como señalara el Card. Schönborn en la presentación del Documento. Y por ello el Santo Padre pide eliminar la distinción entre “matrimonios irregulares” y “matrimonios regulares”, como si unos fueran del grupo de los pecadores y los otros de los buenos. Papa Francisco considera que no necesariamente todo aquel que vive una “situación irregular” está necesariamente en pecado mortal y por lo tanto privo de la gracia santificante (cfr. AL, 301). Por ejemplo, mi generación fue formada con una mentalidad donde te enseñaban que alguien divorciado y vuelto a casar, estaba en pecado mortal y lejos de la comunión con Dios. Papa Francisco afirma en cambio que “ninguno puede ser condenado para siempre porque esta no es la lógica del Evangelio” (AL, 297) y que si bien “la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL, 79).
Una de las grandes fuerzas de esta Exhortación es que vuelve a poner la responsabilidad en la conciencia moral -sagrario íntimo de cada corazón-, así como en la labor imprescindible del discernimiento personal y pastoral. No da normas generales, fórmulas o recetas fáciles, como por ejemplo para los casos de los divorciados vueltos a casar, de los convivientes o de los matrimonios civiles. Invita más bien a cada cristiano a discernir su situación particular ante Dios y con el apoyo de sus pastores u otros laicos evaluar su camino de maduración hacia la participación en la Iglesia: “Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal” (AL, 312).
El documento además se centra en su dimensión positiva, en la belleza y la alegría de la vida matrimonial y familiar. No propone un ideal inalcanzable o lejano, sino que con el realismo de la fe nos invita a un camino y trabajo de filigrana que llena de alegría el corazón: “quizás la misión más grande de un hombre y una mujer en el amor sea esa, la de hacerse el uno al otro más hombre o más mujer. Hacer crecer es ayudar al otro a moldearse en su propia identidad. Por eso el amor es artesanal” (AL, 221).
En el capítulo IV, el Papa desarrolla el himno a la caridad y lo explica con ejemplos y situaciones de la vida ordinaria. Su lectura y meditación podría ser una linda actividad en familia.
El Papa hace ver como el amor es una realidad siempre en crecimiento y maduración: “ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar” (AL, 325). El Papa lo entiende bien, la vida en familia es un camino: un camino con alegrías, tensiones, tristezas, fracasos y es en esta historia y a través de nuestra pareja y nuestros hijos donde hemos de reconocer nuestra propia historia de salvación.
En ese sentido, al leerla es como si hubiese respirado aire fresco, quizás porque siento que se cumplen las palabras del Papa Juan XXIII: “no es el Evangelio que cambia sino que nosotros lo comprendemos mejor”. Siento que este Papa comprende mejor el Evangelio y nos ayuda a comprenderlo mejor.
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