San Jerónimo, traductor de la Biblia y Padre de la Iglesia

San Jerónimo de Estridón, Padre y Doctor de la Iglesia. 30 de septiembre y 9 de mayo (invención y traslación de las reliquias).

Jerónimo, cuyo nombre completo es Eusebio Jerónimo Sofronio, nació entre 340 y 345, en Estridón, localidad de Aquileya. Fue formado en artes, ciencias, lenguas, oratoria. Estudiando en Roma volvió a la fe de la infancia, recibiendo el bautismo ya adulto, cerca de los 20 años. En Roma gustaba de visitar las catacumbas y los sepulcros de los mártires, algunos de los cuales describe y narra las devociones que junto a ellos el pueblo cristiano realizaba. Esta veneración y el bien espiritual alcanzado le llevaría a escribir años más tarde, contra los herejes que negaban la veneración a las santas reliquias:

“…no adoramos las reliquias de los mártires, pero sí honramos a aquellos que fueron mártires de Cristo para poder adorarlo a Él. Honramos a los siervos para que el respeto que les tributamos se refleje en su Señor”. (…) “Si es cierto que cuando los apóstoles y los mártires vivían aún sobre la tierra, podían pedir por otros hombres, ¡con cuánta mayor eficacia podrán rogar por ellos después de sus victorias! ¿Tienen acaso menos poder ahora que están con Jesucristo?”

En 370 entra en contacto con el círculo que rodeaba al obispo San Valeriano (27 de noviembre), un obispo culto y preocupado por la formación de su clero. Entabla amistad con el presbítero San Cromacio (2 de diciembre) y el diácono San Heliodoro (3 de julio), que luego sería discípulo de Jerónimo, entre otros. Principalmente, con quien más unión tendría, el ¿presbítero? Rufino, un personaje amante de la verdad, pero conflictivo en sus relaciones, pues era bastante colérico y poco dado a reconocer la razón al opositor. Primero amigos, luego enemigos, también Jerónimo, que tampoco tenía un carácter apacible, lo padecería luego, a causa de la guerra que Jerónimo haría la doctrina de Orígenes.

Cerca de 374, Jerónimo se entusiasma con la idea de visitar Oriente, Tierra Santa, gracias a Evagrio, un sabio y santo presbítero antioqueno. Y ese año de 374 partió a Antioquía acompañado de San Heliodoro, Inocencio, e Hylas, un otrora esclavo de Melania. Apenas llegar cayeron enfermos y solo sobrevivieron Heliodoro y el mismo Jerónimo, que de la enfermedad saca la resolución de abandonarlo todo, ciencia incluida, para retirarse del mundo en busca de la soledad, la penitencia y el encuentro con Cristo. Se retiró al desierto de Calquis durante cuatro o cinco años, en medio de ásperas penitencias, como la de golpearse el pecho con una piedra, y forma parte de su iconografía. Padeció durísimas tentaciones en las que solo su amor por Jesús le permitía salir victorioso. Allí perfeccionó su griego y aprendió hebreo. En este ínterin se dirigió adonde San Gregorio Nacianceno (1, Iglesia Siria; 2, Iglesia Romana; 19, traslación de las reliquias; 25, traslación de las reliquias, y 30 de enero, Iglesias orientales: la Sinaxys; 9 de mayo; 11 de junio, traslación de las reliquias a Roma, y 23 de agosto, Iglesia georgiana), en Constantinopla, para dedicarse al estudio de las Sagradas Escrituras. En 328 volvió a Roma para dirimir en el concilio convocado por el papa Dámaso la situación antioquena, en la que había mediado. Ocurría que tres candidatos se peleaban por la sede episcopal, y aunque se le invitó a tomar partido, Jerónimo prefirió escribir a San Dámaso papa (11 de diciembre), para que este le dijera lo que había de hacer:

“Estoy unido en comunión a vuestra santidad, o sea a la silla de Pedro; y sé que sobre esa piedra está construida la Iglesia y quien coma al Cordero fuera de esa santa casa, es profano. Quien no esté dentro del arca, perecerá en el diluvio. No conozco a Vital; ignoro a Melesio; Paulino, y todo es extraño para mí. Todo aquel que no recoge con vos, derrama, y el que no está con Cristo, pertenece al anticristo… Ordenadme, si tenéis a bien, lo que yo debo hacer”.

Unas letras que expresan la verdadera fe de la Iglesia.

Fue Paulino el elegido para la sede. El papa quiso ordenar presbítero a Jerónimo, que se negó rotundamente, y solo aceptó por obediencia, aunque nunca celebró la santa misa. También lo quiso el papa como secretario y le ordenó la revisión de los textos del evangelio, comparándolos con los hebreos y griegos, y corrigiendo los errores que con el tiempo se habían introducido. También entró en contacto en Roma con un grupo de damas nobles, a las que dirigía espiritualmente hacia una vida cristiana perfecta. A veces con dureza y poca libertad. Las principales, que luego le seguirían, son Santa Paula (27 de enero) y sus hijas Santa Eustoquio (28 de septiembre) y Santa Blesila (22 de enero); las matronas Santa Balbina (2 de mayo) y sus hijas Santa Marcela (31 de enero) y Santa Asela (6 de diciembre); Santa Lea (22 de marzo), Santa Melania la Joven (31 de diciembre), y Santa Fabiola (27 de diciembre). A esta última le criticaría siempre su preferencia por la vida activa que la contemplación y la oración. Dirá: “no le entra en la cabeza el ideal de soledad en Belén. Sin duda, hubiera preferido que Cristo hubiera nacido en la posada llena de peregrinos”. A todas dirigiría cartas que hoy forman parte de la espiritualidad clásica e ineludible para un católico que quiera formarse.

Antes apuntaba que Jerónimo no tenía precisamente un carácter dócil y el sarcasmo y, la crítica abundan en sus escritos, en ocasiones con poca caridad, como las críticas a la sociedad romana, clérigos incluidos, a las mujeres vanidosas y a los ricos avariciosos. Esto le pasó factura luego de 384, cuando muere San Dámaso y los enemigos latentes de Jerónimo aprovechan para hacerle la guerra. Fue calumniado por su relación con Santa Paula. En 385 decide marcharse de la corte papal, una inmundicia, como el mismo calificaría, para dirigirse a Oriente. Un poco después escribirá:

“Dejémosle a Roma sus multitudes; le dejaremos sus arenas ensangrentadas, sus circos enloquecidos, sus teatros empapados en sensualidad y, para no olvidar a nuestros amigos, le dejaremos también el cortejo de damas que reciben sus diarias visitas”.

Ese mismo año se le reunirían sus fieles devotas, que abandonaban todo para consagrarse a Cristo, bajo la dirección de Jerónimo. Se establecieron en dos casas en Belén y Jerusalén, con una regla de vida en común. Fundarían un monasterio masculino y tres casas más para mujeres devotas. No hay que tomar esto como el nacimiento de la Orden Jerónima, ni mucho menos, que no nacería hasta 1373, cuando Gregorio XI concede la Regla de San Agustín a algunos grupos de eremitas que pretendían imitar a San Jerómino en su vida penitente y contemplativa de Belén. No sería hasta 1415 en que se erigen jurídicamente como orden monástica, dedicada a la oración, el estudio, la promoción del saber y la cultura. Fue España la tierra donde se desarrolló fundamntalmente, otras fundaciones no durarían mucho e incluso en España las visicitudes darían mucha guerra a la Orden: Padecieron exclaustraciones en varias ocasiones y sobre todo la de 1836, que significó la extinción de la Orden en su rama masculina, ya que las monjas continuaron su andadura y en 1925 consiguen revitalizarse ellas y refundar a los monjes, pero con escaso éxito.

Y volvemos a Jerónimo que, mientras, se retiró a una gruta cercana a la de Belén, donde había nacido el Salvador (no es la misma, por más que se diga). Y, por lo que hay que agradecerle, fundó la primera Escuela Bíblica que se conozca, donde tenía discípulos dedicados al estudio de los Evangelios y demás textos sagrados. En 393, por petición de San Pamaquio (30 de agosto), yerno de Santa Paula, responde con energía a Joviniano, un hereje romano que, entre otras cosas, negaba la Perpetua Virginidad de María. Con demasiada energía, pues para defender la virginidad echa tierra sobre la santidad del matrimonio, lo que le trae enemistad incluso con sus propios amigos y discípulos casados. El mismo San Pamaquio y su mujer Paulina. Que la diplomacia y el tacto no eran lo de Jerónimo, no.

Los últimos años del siglo IV, hasta el 400, Jerónimo se dedicó a desacreditar la doctrina de Orígenes, lo que, como decía antes, rompió su estrecha amistad con Rufino. Aunque en un principio, Jerónimo tomaba como referencia la obra de Orígenes, pronto comprendió que tenía algunas doctrinas peligrosas de herejía, y de hecho, en Oriente algunos herejes usaban estos escritos para afirmar sus errores. Rufino era un prestigioso estudioso de la doctrina de Orígenes y se sintió atacado por Jerónimo. San Agustín también sufrió estos exabruptos de Jerónimo, para el cual todo aquel que no comiera de su mano, no solo era enemigo suyo, sino de la fe cristiana.

La gloria de San Jerónimo es su amor y estudio sobre la Biblia, la cual tradujo al latín, salvo “Sabiduría”, “Baruc”, “Macabeos I y II” y “Eclesiástico”. Hebreo, arameo, griego, se convirtieron en sus lenguas cotidianas de trabajo, hizo amistad con judíos y maestros de la ley, que conservaban en su hablar un hebreo puro, el mismo que usado en tiempos del A.T, y de los que se servía para sus traducciones. Pero hay que decir que Jerónimo cometería algunos errores, como el famoso “primero pasará un camello por el ojo de una aguja”, traduciendo “kamel” como “camello”, como lo que debió traducir como “cuerda”, ya que esta palabra se refiere a una especie de cuerda gruesa empleada para atar barcos o fardos pesados. Esta traducción, conocida como “La Vulgata” fue el texto bíblico por excelencia de la Iglesia, y la única traducción aceptada por el Concilio de Trento, frente a la herejía protestante. Luego de esta reforma protestante, con las traducciones a español, inglés, alemán, sería muy tergiversada y manipulada. Hoy hay traducciones que la superan.

En 420, el 30 de septiembre, Jerónimo falleció, enfermo y agotado por las penitencias y la austeridad,y fue enterrado en la Basílica de la Natividad. En la edad Media sus reliquias fueron trasladados a la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, donde se le dedicó un altar. Su culto comenzó muy pronto y sus escritos se convirtieron en fundamentales para la apología, la explicación de las verdades de la fe. Teólogos, místicos, apologistas lo citan frecuentemente. Es abogado de los traductores, y no en vano el 30 de septiembre es el Día del Traductor.

Iconografía:
Y ahora entramos en la segunda parte de la respuesta. La figura de San Jerónimo es muy rica iconográficamente hablando, y ampliamente representada en todos los estilos del arte cristiano y técnicas y formatos posibles. Iconos, esculturas, relieves, pinturas, vidrieras, etc., ya sea solo, formando parte de una serie de Padres de la Iglesia, o alguna escena de su vida. De estas, principalmente se prefiere su estancia en la cueva de Belén, escribiendo en su estudio, o el episodio de la flagelación por los ángeles.

Sus atributos principales son:

El capelo y vestiduras cardenalicias, aunque no fue cardenal, ni mucho menos. Son los servicios que prestó al papa San Dámaso como secretario y puntualmente como dirimente de asuntos, lo que le han hecho aparecer en la iconografía como un cardenal, que, estrictamente, son colaboradores del papa en el gobierno de la Iglesia. Ocasionalmente aparece con el hábito de la Orden Jerónima, siempre en circulos relacionados con estos monasterios.

El libro (o los libros si es una escena interior, en su biblioteca) representa, en primer lugar, la Sagrada Escritura, y en todo caso, la sabiduría, la enseñanza y la predicación de la fe, como en la mayoría de los santos cuyo atributo es un libro. La piedra con la que aparece golpeándose el pecho en las escenas en las que se le representa como penitente. A estas escenas suele acompañar un crucifijo, y/o una calavera a los que el santo mira fijamente. La pintura y escultura del barroco desarrollaron bastante este tema iconográfico. La obra en cuestión recoge precisamente este momento de las penitencias de San Jerónimo, que abandona las dignidades (capelo y vestidura roja a un lado), viste una túnica áspera y con la mirada fija en Cristo, abre su túnica para comenzar a golpearse el pecho con la piedra que sostiene en la mano derecha. Otro atributo presente sobre todo en la pintura y los relieves, es la trompeta del Juicio Final tocada por un ángel o emergiendo de entre las nubes, visión que le acompaña frecuentemente.

El león, que le acompaña sí o sí. Es probable que en el origen solo se trate de una alegoría al desierto, la soledad, la valentía y carácter de Jerónimo, pero por lo menos desde la Edad Media, pasa a recordar una leyenda en la cual se cuenta que, estando el santo junto al río Jordán, vio venir hacia él un león cojenado, por tener una espina atravesada en una pata. San Jerónimo le calmó, extrajo la espina y le curó la pata. El león se quedó tan a gusto y agradecido, que nunca más le dejó, sino que le servía y al morir Jerónimo se dejó caer sobre su tumba. para morir de hambre. Pero esto es una leyenda que se lee, tal cual, en la leyenda de San Gerásimo (5 de marzo). REL.