Confianza: un artículo de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima
Perú Católico, líder en noticias.- En esta oportunidad, quisiera narrarles una experiencia misional que comparten con nosotros nuestras Misioneras del Patmos de Rosaspata. El protagonista es un niño, que nos enseña a ser fuertes en el dolor y confiar plenamente en Dios
El Patmos de Rosaspata está ubicado en la Provincia de Huancané, Departamento de Puno al sudeste de Perú, a una altura de 3,887 msnm. El idioma oficial que se habla en esta zona es el aimara. Eclesiásticamente pertenece la Prelatura de Juli. Estos pueblos en los meses de enero a marzo, están expuestos a continuas tormentas eléctricas y lluvias muy fuertes. Las tormentas eléctricas destruyen casas, matan el ganado y los animalitos domésticos.
En diciembre, para las festividades navideñas, gracias a la generosidad de algunas personas, pudimos regalar botas plásticas a los niños de algunos de los pueblitos que atendemos, pues son ellos los que constantemente sufren enfermedades por estar descalzos.
El 15 de enero estando en la sede, nos avisaron que había ocurrido un accidente en la comunidad de Esquerica. Un rayo había caído sobre un niño. Su papá estaba en nuestro Pueblo buscando ayuda. Salimos rápidamente del convento a su encuentro, el Señor estaba desecho, nos contó lo que había sucedido: Gerónimo su hijo mayor -un niño de 9 años- estaba en el campo con las ovejas. Era más o menos mediodía, cuando a lo lejos se comenzó a escuchar el ruido de rayos y truenos. Se acercaba una tormenta, pero como se veía lejos, su madre no le dio importancia y continuó haciendo las labores al otro lado del cerro. Después de un tiempo vio la señora que las ovejas estaban dispersas, comenzó a llamar a su hijo para que las junte, pero al no encontrar respuesta subió al cerro para buscarlo. Al llegar vio al niño tirado en tierra con la ropa quemada y votando espuma por la boca. Con ayuda de algunos vecinos que escucharon los gritos desesperados de la madre que pedía ayuda, pusieron el cuerpecito del niño en una manta para llevarlo a su casa pensando que ya estaba muerto. A mitad del cerro comenzó nuevamente a moverse en forma convulsiva, cayó de las mantas y rodó cerro abajo, cuando su madre y los vecinos llegaron junto a Gerónimo, este lloraba sin poderse mover, lo único que podía balbucear fue: “¡Dios mío, ayúdame! Mamá no llores”. Con mucho cuidado fue llevado a su casa. La ropa que tenía puesta estaba casi toda quemada. Con mucha delicadeza le fueron quitando la ropa con unas tijeras, en su cuerpo se notaba claramente el recorrido del rayo. El rayo había ingresado por la cabeza, quemando una buena parte del cabello y el oído izquierdo bajando por el hombro, siguió su recorrido hasta llegar a la pierna izquierda saliendo por el pie que se había reventado como una rosa, perforando las botas de jebe que le habíamos regalado en Navidad. Su cuerpecito estaba totalmente frío, pero él, lloraba porque sentía que se quemaba. Los vecinos afirmaban que las botas de jebe le habían salvado la vida.
Nos dirigimos a Esquirica en camioneta hasta una cierta parte, después teníamos que adentrarnos en medio de los cerros a pie para encontrar su precaria casita. Luego de una caminata de casi una hora llegamos al lugar. Al niño ya lo habían colocado en un cuarto, estaba acostado en una cama. Los “Yatris” o curanderos habían llegado antes que nosotras y le ponían una serie de yerbas y ungüentos que iban a infectar las heridas. Encomendándome a Dios y al Espíritu Santo, hablé con mucho cuidado y cariño a los padres, que era mejor despedir a los curanderos y cuidar al niño de otra manera. Habíamos llevado del tópico todo lo necesario y la ayuda de Dios. Luego de hablar entre ellos me dijeron: “Madre, usted sabe lo que hace, cure a nuestro hijito. ¡Sálvelo!” y se pusieron a llorar.
Me acerqué a Gerónimo que estaba despierto, lo miré a los ojos y sonriendo le dije: “Gerónimo, te vamos a curar. Confía mucho en Dios y reza para que nuevamente puedas estar sanito”. Con su mirada y asintiendo con la cabecita me dio una respuesta afirmativa. Descubrimos cada parte quemada y comenzamos con sumo cuidado a limpiar las heridas, pidiendo a nuestro Padre Fundador que interceda ante Dios para que no se infecten las heridas, pues, en el estado que las habían dejado los curanderos era muy posible la infección. Si esto sucedía, los “Yatris” aprovecharían en decir que es nuestra culpa y que ellos tenían más poder. Mientras curábamos a Gerónimo percibí que el niñito estaba rezando, pues, sus labios se movían y sus ojitos se elevaban hacia un cuadro del Señor crucificado que estaba frente a la cama. Como no podíamos volver todos los días dejamos a sus padres las pomadas, medicina y gasas suficientes. Les enseñamos como lavar y curar las heridas, rezamos junto con ellos pidiendo la pronta recuperación del niño, a medida que rezábamos, Gerónimo con voz todavía débil nos iba acompañando, por último, realizamos una pequeña catequesis.
Antes de irnos, fuimos hasta el cerro donde había sucedido el accidente teniendo como guía a la mamá de Gerónimo. Aún se notaba las huellas donde descargó a tierra el rayo. Eses día entendí la frase: “gemidos inefables”, el dolor de una madre no tiene comparación, la consolé lo mejor que pude y le dije que se abandone y encomiende a la Misericordia Divina. Dios nunca abandona a los que confían en Él. Mientras manejaba de regreso al convento, no podía dejar de pensar en Gerónimo. Rogaba con todas mis fuerzas a Dios por él y por su familia, sentía dolor al pensar que no podríamos atenderlo nosotras mismas los días sucesivos pues teníamos otros compromisos en distintas comunidades vecinas. Sin querer, comencé a rezar en voz alta: “Señor, tú lo puedes todo, sana a Gerónimo”. La madre que me acompañaba respondió. “Sálvalo”. Nos miramos y comenzamos a rezar el Rosario hasta llegar al pueblo.
Después de cuatro días regresamos a ver a Gerónimo. Gracias a Dios y para mi sorpresa se encontraba bastante mejor, las heridas estaban cicatrizando bien y sorprendentemente rápido. Para nosotras este niño es un vivo ejemplo de paciencia en el dolor y confianza en Dios. En ningún momento dejó de rezar su Rosario y tenía al lado de su cama el Catecismo. Con mucha devoción rezaba las oraciones pidiendo por su salud. En poco tiempo, Gerónimo había mejorado notablemente. Podía ir otra vez a la escuela. Quería ayudar nuevamente a sus padres en el campo, estaba completamente feliz, porque Dios lo había salvado.
En la actualidad Gerónimo nos visita algunas veces en la Parroquia cuando puede venir del campo. Es un niño normal y muy feliz. Del accidente quedan pocas huellas en su cuerpo. Sonríe pensando en que Dios lo ama muchísimo y le devolvió la vida.
Con este ejemplo de Gerónimo recordamos las palabras del Papa Francisco quien nos dice que: “Los niños nos enseñan el modo de ver la realidad de manera confiada y pura. Cómo se fían espontáneamente de papá y mamá, cómo se ponen sin recelos en manos de Dios y de la Virgen.” “Tratándose de los niños, ningún sacrificio es demasiado costoso. Podemos estar seguros de que Dios no se olvida de ninguno de sus hijos más pequeños: sus ángeles están viendo continuamente su rostro en el cielo. Jesús los trató con especial predilección, imponiéndoles las manos y bendiciéndolos; de ellos y de los que se hacen como ellos, es el Reino de los cielos”.
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