Cristo irrumpió en la historia para que el ser humano vuelve descubrir el verdadero sentido de su existencia.  “Como el padre me ha amó, así también los he amado Yo: permanezcan en mi amor” (Juan, 15: 9-109). Se presenta el misterio de Dios en la historia como fuente de amor, vida, bien, libertad y belleza.  El amor al Hijo de parte del Padre, para que Él lo pueda dar a nosotros.  “Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros.” (Efesios,5, 1-2). Cristo no elimina nuestra responsabilidad, pero hace acordar que la responsabilidad es un don de amor y que el ser humano debe hacer prevalecer el amor en toda su vida. El ser humano no es propietario del amor. Un hombre y una mujer llegan amarse porque ofrecen y reciben mutuamente el amor. El amor se aprende por el don del otro. Los padres aman a sus hijos y sus hijos aprenden a amar. Dios es la única fuente de la posibilidad de amar. “Al aceptar la verdad, han logrado la purificación interior, de la procede el amor, sincero; ámese, pues, unos a otros, de todo corazón, no de semilla corruptible, sino de palabra incorruptible de Dios que vive y permanece” (I San Pedro, 1:22-23).

La moral no es simplemente cumplir normas para evitar las sanciones de Dios. La ética parte de un proyecto de vida de amor. Antes de poder hablar de normas debemos saber lo que es la vida. “Pero Dios dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos,5,8). Dios no nos ama en función de lo que damos o hacemos por Él, ni a causa de nuestra buena conducta; nos ama, pues Dios es amor (1 Juan,4,8).  En el encuentro con los demás el ser humano busca un sentido de su vida. El nuevo mandamiento del amor es una ley interna que el Espíritu Santo infunde en nosotros.

La ley del amor es la ley esencial del ser humano nacido de nuevo (Juan,3,5). Por nuestra libertad tenemos la disponibilidad de recibir la invitación o rechazarla. La revelación de Dios no puede agotarse en los hechos históricos de salvación y anuncio de los profetas sin la relación personal que penetra el corazón de cada uno. No solo los logros sino también los fracasos tienen un sentido en nuestra vida. La presencia de Cristo nos da la certeza que algo tiene sentido en diferencia con la ciencia y la tecnología que no pueden asegurar el sentido de una vida.  La perfección del ser humano no está en mera adquisición de conocimientos abstractos y técnicos, sino que consiste también en una alegría por haber logrado una relación de paz y mutuo servicio con Cristo y otra(s) persona(s).  La postura básica de la fe es el amor. “Y los daré un corazón nuevo, y los infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y los daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que, observen mis leyes y que las pongan en práctica. Vivirán en el país que di a sus padres, ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ezequiel, 36: 254-28).

La gran diferencia con la ética de otros pensamientos está en que el cristianismo arranca siempre, como podemos observar en los evangelios, por una invitación de Cristo al cambio o conversión de la actitud de la persona hacia el bien.  Cristo decía: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. Renuncien al mal camino y crean en la buena Nueva” (San Marcos, 1, 14). No se trata tanto del perdón de los pecados sino de la invitación al bien. Lo que cambia la vida y trae felicidad es seguir a Él por el camino del amor. “Y les pedía que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, mostrando en adelante los frutos de una verdadera conversión” (San Pablo en los Hechos, 26,20). Se establece una dimensión totalmente nueva en nuestra vida y entre nosotros. Su presencia nos transforma. Nos transformamos en personas que aman. Decidimos quedarnos en su amor. No nos cerramos en nosotros mismos ni en nuestro ambiente sino vamos a buscar el bien de todos. En lo más profundo de nuestra existencia encontramos a Dios, la conciencia, donde suscita la oración.

Por Fray Johan Leuridan Huys