Espiritualidad de las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación
Sencillez, trabajo y pobreza. La sencillez, rasgo de familia, se traduce en actitud de humildad en la vida de Marie Poussepin y en los Reglamentos.
«El espíritu de pobreza y el amor al trabajo» son las últimas recomendaciones de Marie Poussepin: «que jamás la Comunidad degenere en este punto». Nuestras primeras hermanas llevan una vida pobre y laboriosa, «sin distinguirse de las personas del mundo más que por su piedad y por su modestia en el vestir». Su pobreza se traduce en una gran sencillez, que desde el origen, caracteriza la Comunidad. Tejen medias, lo que les permite vivir «sencilla y frugalmente», sin ser carga para nadie», y asistir a los pobres gratuitamente, «buscando sólo la gloria de Dios y el bien del prójimo».
Es la marca que debe identificar cada una de nuestras actitudes personales y comunitarias y el conjunto de nuestra vida. Nos sitúa en la verdad de lo que somos ante el Señor y ante los otros. Nos ayuda a descubrir con alegría, que recibimos de Dios fuerza, seguridad y libertad. Nos hace valorar nuestras posibilidades personales y comunitarias en la verdad, sin ostentación ni temor. Nos estimula a ponerlas al servicio de los otros.
El amor al trabajo, la aplicación a él con todas nuestras fuerzas y según nuestras posibilidades, nos permite asistir a los pobres sin ser carga para nadie. La negligencia en este aspecto hemos de considerarla como tentación peligrosa (cf. R XXVI y XLII). Para Marie Poussepin todos los “empleos” necesarios para “utilidad de la comunidad” son formas de participar, por el trabajo, en la obra común. No son iguales pero todos son necesarios: entre estas tareas no existe jerarquía sino complementariedad que hace posible la vida y la misión. En Sainville la gratuidad y la limosna son posibles gracias al trabajo perseverante de todas las hermanas. La libertad para el anuncio de la Palabra, no debe quedar condicionada por el hecho de tener que depender financieramente de aquellos a quienes se dirige. Actividades misioneras y recursos económicos se encuentran relacionados con frecuencia hoy, en nuestra vida apostólica. Trabajo, pobreza y puesta en común, permiten la gratuidad y garantizan la libertad.
Para Marie Poussepin todos los “empleos” necesarios para “utilidad de la comunidad” son formas de participar, por el trabajo, en la obra común
Una reflexión seria y profunda se nos exige constantemente, a partir de un análisis de los diferentes contextos socioeconómicos en lo que nos encontramos, para que “la Palabra no sea encadenada” y los pobres puedan “acudir sin dinero a las fuentes de agua viva” (Is 55,1). Hay una estrecha relación entre sencillez, trabajo y pobreza. Esta última se expresa como desprendimiento, gratuidad, puesta en común, compartir y abandono en las manos de Dios. Así vivida, la pobreza nos hace sensibles a las urgencias y a las situaciones de tantas personas y países, y moviliza nuestras fuerzas y nuestras energías personalmente y en Congregación.
La seriedad de nuestro compromiso conlleva, desde la entrada en la Congregación, el aprendizaje personal y comunitario de una vida sencilla y pobre. En cualquier parte donde estemos, en cualquier responsabilidad que nos sea confiada, nuestra acción evangelizadora ha de hacerse en coherencia con nuestra opción preferencial por los pobres. La actitud de pobreza evangélica debe reflejarse en nuestro compromiso de vida, para contribuir al avance de la fraternidad y la justicia entre los hombres y los pueblos.
Fuente: «La Formación en la Congregación. Ratio Formationis».
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