Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario: El sufrimiento es fecundo

Sabemos, y de una manera muy especial en los últimos tiempos, cómo la humanidad está sometida al sufrimiento.

Tenemos que ser conscientes de ello, pero no olvidemos nunca que lo importante es que ningún sufrimiento se pierda.

Si es posible, antes de padecer o mientras se sufre, ofrezcámoslo inmediatamente al Señor por nosotros mismos, por los seres queridos o por la Iglesia de Dios para que sea fiel.

Nos ayudará un poco pensar las palabras que ha dicho últimamente el Papa Francisco:

«El cristianismo sin cruz es mundano y estéril».

  1. Isaías

Nos habla del siervo, que la tradición ha entendido que representa al Mesías redentor, que «soportó los trabajos y pecados… fue tomado entre los pecadores y Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores».

Todos reconocen la fuerza que tiene el profeta Isaías en lo que se llaman los cánticos del siervo. Sus sufrimientos son eficaces para toda la humanidad:

«Mi siervo justificará a muchos porque cargó con los crímenes de ellos».

  • Salmo 32

Nos invita a repetir: «Que tu misericordia venga sobre nosotros como lo esperamos de ti».

A continuación nos recuerda que la Palabra del Señor y sus acciones son eficaces y que Él actúa con amor en la justicia y en el derecho y de esta manera «la misericordia de Dios llena la tierra».

Con el salmista también repitamos nosotros:

«Aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo».

  • Hebreos

La carta nos invita a acercarnos al trono de la gracia sin temor, para conseguir la gracia que nos ayude siempre que lo necesitemos.

Podemos acudir a conseguir la gracia del Señor, no apoyados en nuestros méritos sino porque tenemos un sumo sacerdote que ya ha sido probado como nosotros, en todo menos en el pecado.

Pero nuestra seguridad en Dios se apoya en nuestro sumo sacerdote.

Conviene que tengamos siempre en cuenta este pensamiento: que le debemos a Jesucristo la salvación porque  Él cargó con nuestros pecados y nos hizo libres ante Dios.

  • Verso aleluyático

Nos hace pensar en las últimas palabras del evangelio de hoy:

«El hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos».

Quede claro que la salvación se la debemos a Jesús y que si no la obtenemos es por nuestra culpa e ingratitud.

  • Evangelio

San Marcos, el compañero de nuestro ciclo B que ya pronto termina, nos refiere de una manera un poco distinta a como lo hace San Lucas, que un buen día se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo y le dijeron:

«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir… Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».

Jesús advierte que cuando se trata de la gloria todo depende de la divinidad, o sea, que Él como hombre tiene que ver las cosas como criatura de Dios y entonces distingue y aclara: Cuando se trata de la cruz y el sufrimiento en este mundo sabe que ese el camino normal para toda criatura y la recompensa será después de esta vida y, por tanto, depende del Padre.

La conversación termina preguntándoles Jesús si serán valientes para beber el cáliz que Él ha de beber.

Ellos, sin saber de qué se trata, les contentan que sí. Los otros discípulos «se indignaron contra Santiago y Juan».

Jesús aprovecha una vez más la oportunidad para explicarles a todos que, tratándose del Reino, el que quiera ser grande tiene que hacerse servidor de todos «porque el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos».

Esta es la novedad del Evangelio: amar a Dios y servir al prójimo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo

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