Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario: Siempre con el Señor

Según la liturgia en este día se pueden suprimir estas palabras (del título) tan consoladoras de la carta de San Pablo a los Tesalonicenses.

Nosotros meditémoslas y hagámoslas llegar, sobre todo, a las familias de algunos difuntos.

  • Libro de la Sabiduría

Este libro de la Sabiduría, dicen que cronológicamente es el último libro del Antiguo Testamento.

Nosotros podemos, con la Tradición, referir la Sabiduría a Dios y en concreto al Verbo, Palabra, Sabiduría del Padre:

«Meditar en ella (la Sabiduría) es prudencia consumada; el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones. Ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen…».

  • Salmo 62

Nos invita a tener presente a Dios, día y noche, en nuestra vida. Experimentar el hambre de Dios es algo muy importante que el mismo Dios ha puesto en nuestro corazón de criaturas:

«Mi alma está sedienta de ti.

Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. Mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene hambre de ti como tierra reseca, agostada, sin agua».

Pidamos a Dios tener conciencia de esta necesidad de Él.

  • San Pablo

Quiere que los Tesalonicenses no ignoren la suerte de los buenos después de la muerte. Todo esto es debido al sacrificio de Cristo Jesús:

«Si crees que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él».

Confiando en los méritos del sacrificio de Cristo, Pablo exclama:

«Seremos arrebatados al encuentro del Señor».

Por eso, nos anima a la confianza diciendo:

«Estaremos siempre con el Señor».

Ese sí es motivo de consuelo que debemos de llevar, sobre todo, a los familiares que han perdido un ser querido. Y repitamos:

«Consuélense mutuamente con estas palabras».

  • Verso aleluyático

Recoge el pensamiento principal de este domingo:

«Estad en vela y preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».

  • Evangelio

Nos trae un detalle más sobre lo que es el reino de los cielos, según enseña Jesucristo:

«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo».

Se trata de las jóvenes que embellecen la fiesta de un matrimonio. Jesús las divide en dos grupos: unas que llevan sus lámparas junto con alcuzas de aceite de repuesto. Las otras no.

Como nos ha repetido muchas veces Jesús, la llegada del esposo siempre es inesperada:

«A medianoche se oyó una voz: que llega el esposo, salid a recibirlo».

Entonces, despertaron todas y las necias pidieron: «Dadnos un poco de vuestro aceite que se nos apagan las lámparas».

Las sensatas les pidieron que fueran a comprar para que luego no les faltara el aceite a todas.

Cuando llega el esposo, entran cinco, y más tarde las otras cinco golpeaban la puerta pidiendo: «Señor, ábrenos».

El señor les dijo esta respuesta muy dura:

«Os aseguro: no os conozco».

La conclusión la saca el mismo Evangelio de hoy y debemos tenerla en cuenta:
«Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

José Ignacio Alemany Grau, obispo