Después de haber repetido que termina un año litúrgico (el civil continúa) y que empieza otro distinto, uno podía esperar un cambio radical de temas.

Pero empezamos prácticamente como terminamos, con orientaciones idénticas: «vigilar».

Es más, la liturgia nos va a llevar a lo mismo en el nuevo año: la imitación de Cristo y esto comienza también con el ciclo de Navidad.

¿Qué pasó?

Que la meta es la misma: Dios. Y el camino es idéntico: Jesús.

Por Jesucristo llegamos a Dios: ¡Eso es todo!

Así que, amigos, tomemos esto en serio: nosotros somos los mismos. Dios es el mismo, «Jesús es la vida, la verdad y el camino».

Este es el grito espontáneo que brota de la liturgia del primer domingo de Adviento: ¡Misericordia!

El pecado nos quiere alejar de Dios, pero nuestra confianza en la paternidad divina está por encima de todo y, por eso, suplicamos.

  1. Isaías

El profeta hace «la gran súplica al Señor». Apelando a la paternidad de Dios le suplica con confianza, pensando en su misericordia.

El profeta comienza:

«Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es nuestro Redentor».

Y al final del párrafo nos invita a decir:

«Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obras de tus manos».

A pesar de nuestros pecados e infidelidades seguimos confiando en nuestro Creador y Alfarero.

Qué bueno meditar la obra de Dios que resalta Isaías y pedirle con humildad de corazón su perdón, e incluso su presencia continua entre nosotros:

«Ojalá rasgases el cielo y descendieras»

Su presencia renovaría todo, permitiría a Dios gobernar y nosotros seguir invocando el nombre del Señor.

En Adviento, muchas veces, repetiremos peticiones de estas para que el Redentor venga a la tierra reseca.

  • Salmo 79

Pedimos con el salmista poder vivir de nuevo la obediencia a nuestro Buen Pastor:

«Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

Que Dios nos cuide como a su viña predilecta.

Con el salmo hacemos un firme propósito: «No nos alejaremos de ti; danos vida para que invoquemos tu nombre».

Confiando y pidiendo siempre su fortaleza: «Que tu mano proteja a tu escogido al que tú fortaleciste»

  • San Pablo

Comienza con un bello saludo que la liturgia hace suyo y que podemos emplear para saludarnos entre nosotros:

«La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo sea con vosotros».

Jesús es fiel. Por eso lo esperamos con la seguridad que merece su palabra. Este es el motivo profundo de nuestro Adviento:

«Vosotros aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo». Con Él nos debemos sentir seguros en el comienzo de este nuevo Adviento.

Seguros de que «Él os mantendrá firmes hasta el final para que no tengan de que acusaros en el día de Jesucristo, nuestro Señor».

Palabras de gran esperanza para mirar con serenidad y paz el futuro confiando en que «Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo, Señor nuestro. ¡Él es fiel!».

  • Verso aleluyático

Tiempo de Adviento, tiempo de esperanza. Esta esperanza se fundamenta no en nosotros, sino en la misericordia de Dios:

«Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».

  • Evangelio

San Marcos, nuestro compañero en el ciclo B, nos invita hoy a vivir el ambiente de vigilia y de espera que Jesús nos repite una vez más en Adviento:

«Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: velad».

Una vez más, uniendo el fin del año con el principio del siguiente, Jesús nos repite:

«Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa… No sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos».

Entendamos que estas palabras de Jesús son una invitación para que cada uno de nosotros viva en Adviento y en esperanza.

+ José Ignacio Alemany Grau, obispo