Homilía del VI Domingo del Tiempo Ordinario: El camino a la felicidad

Dios habita en los rectos y sencillos.

Con la liturgia de hoy pedimos vivir siempre en gracia: De esta manera tendremos siempre a Dios con nosotros.

  • Jeremías

El profeta, en el capítulo 17, con palabras fuertes, nos advierte cómo viven, según enseña el mismo Dios, los distintos hombres su relación con Él y con sus semejantes.

La primera parte empieza con la palabra «maldito». La dedica a quien confía en los hombres y no en el Señor, y lo compara con la esterilidad de un cardo plantado en el desierto.

En cambio, la bendición de Dios es para quienes confían en el Señor. A ellos no les faltará nunca lo que necesitan para ser fecundos en la vida:

«Ni en tiempo de sequía dejan de dar fruto».

  • Salmo 1

Este salmo habla del justo y su camino y es famoso porque, con los dos salmos siguientes, forma parte de una especie de introducción al Salterio.

Describe al justo y su camino en contraposición con los malvados y el suyo.

Viene a ser como una continuación de la enseñanza de Jeremías que será también hoy la del Evangelio de San Lucas:

«Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Será como un árbol plantado al borde de la acequia que da fruto y cuanto emprende tiene buen fin».

  • San Pablo

La lectura de hoy es la continuación del interesante párrafo que leímos el domingo pasado. Y las conclusiones que saca en este día van en la misma línea de las otras lecturas, ya que nos enseña que si nuestra fe no acepta la resurrección de Cristo «somos los hombres más desgraciados».

En cambio, si aceptamos y vivimos según el Resucitado, seremos felices.

Por eso termina con estas palabras llenas de fe y esperanza:

«¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos el primero de todos».

  • Verso aleluyático

A quienes aceptan a Cristo resucitado se les dará el profundo gozo de la verdad:

«Alegraos y saltad de gozo porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

  • Evangelio

San Lucas nos presenta el camino de la felicidad (las bienaventuranzas) de manera distinta a como leemos en San Mateo, pero en el fondo nos viene a decir lo mismo.

En una primera parte nos presenta quienes son los que consiguen la felicidad y, por otra, los que tienen la felicidad limitada en este mundo y no gozarán de la felicidad eterna.

Meditemos la primera parte que comienza también diciendo: Bienaventurados o dichosos los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los rechazados por los que tienen poder:

«Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas».

En cambio, según San Lucas, Jesús recrimina a quienes en este mundo tienen de todo y son alabados:

«Ay si todo el mundo habla bien de vosotros. Eso es lo que hicieron vuestros padres con los profetas».

Los que así viven han perdido el camino de la felicidad, según Jesús.

Como seguramente nos enseñaron de pequeños, aprendamos las bienaventuranzas y procuremos vivirlas.

En ellas está el camino de la felicidad.

José Ignacio Alemany Grau, obispo