Vivimos en un mundo extrovertido que nos absorbe por los programas en función del rating, corrupción de los líderes políticos, la vida de las celebridades de Hollywood, uso de drogas y alcohol glorificado en las canciones, campeonatos deportivos, accidentes de tránsito, feminicidios, asesinatos, asaltos, robos, fakenews y estafas en las redes, competencia en el mercado, etc.  No podemos asimilar la enorme cantidad de informaciones que nos asaltan. La vida se vuelve cambiante e inconsistente.

En nuestra época se entiende la vida como un triunfo del poder tecnológico, de las armas y del dinero. También todos creen en las estructuras socio-económicas-políticas de su preferencia y de esta manera se sienten exonerados de cuestionar su propia vida. El gran desarrollo de las ciencias y de las tecnologías en la modernidad ha creado un mundo externo que ha orientado al hombre de buscar la soluciones hacia afuera de él. La estructura, cualquiera que sea, define la vida “externa” del individuo. El hombre actual se niega a reflexionar sobre sí mismo.

La reacción en la posmodernidad contra este predominio de la naturaleza muda ha llevado a entender la vida privada como ajena al sistema de la sociedad. El individuo es autónomo, e independiente.  Esta filosofía lleva al hombre encerrarse en sí mismo. No tiene criterios para tratar a los demás. Ya no distingue entre el bien y el mal. La persona se caracteriza por el individualismo y el egoísmo. Estamos en un mundo de solos.

En la tradición se celebraba tres formas de nacimiento de Jesús: desde el inicio como Hijo del Padre, nacido como un ser humano en Belén, y nacido en el corazón de cada creyente. De allá la costumbre de celebrar tres misas en Navidad, para recordar el triple nacimiento. Algunos místicos, como el maestro Eckhart dieron mucha importancia al último nacimiento. La afirmación de este nacimiento interno es muy importante en nuestro mundo extrovertido y bullicioso y está en oposición a la manera como se celebra esta fiesta.  

El teólogo y poeta holandés, Huub Oosterhuis dice que el relato de Navidad nos obliga a buscar el niño en nosotros. Nos enseña que uno no lo encuentra en la bulla de los espectáculos, sino en un lugar insignificante donde recibe el calor de los animales y la visita de los últimos de la sociedad. No podía ser más pobre. El relato nos lleva a la parte más débil y desamparado de nosotros mismos y quiere que lo reconozcamos. Solo podemos redescubrir este niño cuando desaparece todo en lo cual estamos fuertes o queremos jactarnos. El nacimiento del niño Jesús en un lugar insignificante, un establo pobre, nos lleva reconocer a nosotros mismos, también desamparados como niños. El silencio de la noche en un lugar apartado es el único lugar donde podemos encontrar a nosotros mismos. Se trata de un nacimiento en nuestro corazón. Por eso debes atreverte de abandonar todo. Porque es el único lugar donde la verdadera liberación de Dios puede nacer. Este relato de nacimiento trata de la propia dignidad. Vivimos en un mundo nuevo y participamos en una humanidad nueva.

“Como el padre me amó, así también los he amado Yo: permanezcan en mi amor” (San Juan 15: 9-10). Dios manifiesta a cada uno de nosotros que lo ama. Se establece una comunión de corazón a corazón entre Dios y cada uno de nosotros. “Los llamo amigos. Porque he dado a conocer todo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron; he sido Yo quien los eligió a ustedes” (Juan 15, 15-16). En la oración diaria descubrimos una transcendencia que es fuente de amor, vida, bien, libertad y belleza.

Por P. Johan Leuridan Huys