La certeza de la existencia de Dios, por Johan Leuridan
- Reflexión de la razón:
Tenemos una experiencia de la gratuidad de nuestra existencia. Las relaciones e interdependencias de las cosas en este mundo muestran no son absolutas. El orden del mundo es una unidad de dependencia y causa, con sus respectivas respuestas. Sin embargo, la insuficiencia es inherente a todas las cosas. Se llama la contingencia extrínseca que no puede explicarse a sí misma. Nadie ha creado a sí mismo. Esto significa que todas las cosas en este mundo aparecen gratuitamente; es decir, sin ninguna explicación o fundamentación. No puede fundarse a sí mismo. Esta evidencia nos obliga a preguntar: ¿por qué existe algo y no más bien nada? Uno puede ser indiferente frente a esta pregunta, pero esto no elimina la pregunta. Esta pregunta nos eleva a un nivel metafísico porque estamos hablando de una evidencia al respecto del Origen de todas las cosas, es decir, lo que engloba lo último de nuestra experiencia porque cada ser puede ser nada y el Origen de cada cosa lo constituye integralmente. El ser solo puede aparecer en nuestro mundo como el signo de gratuidad, que es la prueba de la existencia de Dios. La afirmación de la experiencia de Dios no es otra cosa que la explicitación de una exigencia que está inscrita en el corazón mismo de las cosas. Dios es inmanente porque constituye las cosas y es al mismo tiempo transcendente porque sin Él las cosas no son nada. Dios no es uno más entre los seres. Dios es origen de sí mismo.
Durante la historia se ha utilizado a veces la imagen de Dios para justificar determinadas situaciones establecidas como la voluntad de Dios. Esto ha llevado a afirmar que Dios elimina la libertad y la conciencia del ser humano. Sin embargo, la afirmación de un Dios creador no anula la contingencia y tampoco la libertad porque la contingencia y la gratuidad en este mundo es exigencia de un Dios Creador. Es evidente que la afirmación de Dios presupone la gratuidad y contingencia de los seres en el mundo. Dios es transcendente e inmanente, Él entrega la libertad y la responsabilidad de nuestra vida en nuestras manos. Dios no puede ser competitivo con nosotros porque como creador nos entrega la libertad para asumir la responsabilidad de nuestra propia vida. El ser humano es libre, pero no fundamenta su propia libertad.
2. La relación personal con Dios:
La reflexión filosófica sobre la certeza de Dios aparece como explicación teórica y abstracta, pero esta reflexión tiene una importancia porque el ser humano se hace siempre preguntas por una justificación racional.
Sin embargo, muchos de los creen en Dios, no dan importancia a la reflexión filosófica sobre la existencia de Dios. La vida de la fe no se preocupa por una prueba de Dios. Para el cristiano, Dios está siempre presente en nosotros. La fe es un encuentro con Dios. El amor de Dios no se muestra de vez en cuando por un gesto especial de amor de Dios en nuestra vida, sino es Dios siempre presente en nuestro ser. “¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo único, para quien cree en Él no se pierde sino tenga la vida eterna” (Juan 3, 16). Por la oración el ser humano está siempre en contacto con Dios. Dios está presente y se revela en nuestra conciencia. Él nos orienta y nos apoya. Los hechos extraordinarios son la Encarnación, la Cruz y la Eucaristía.
Nuestra disponibilidad frente a Dios significa abrirse a Él que nos ha creado y amado. San Pablo menciona los signos de la presencia de Dios en nosotros. “En cambio, el fruto es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gálatas, 5, 22-23). Nosotros no podemos definir los valores y las normas por nuestra propia invención. Por reflexión sobre nosotros los descubrimos en nuestra conciencia y sabemos que son las exigencias que dan sentido a nuestra vida y que debemos obedecerlas. El conocimiento de mi existencia me está donado por la conciencia que tengo de mi propio conocimiento y este conocimiento va acompañado por una conciencia moral de los valores que me obligan. Esta conciencia de los valores implica la presencia de Dios, pero previamente es la experiencia religiosa de Dios y después se expresa en los actos morales.
La experiencia de Cristo precede necesariamente también a la doctrina. La doctrina es importante, pero la doctrina que enuncia las verdades sobre Cristo tiene sus raíces en la experiencia del encuentro. La fe es adhesión, pero no a un conjunto de dogmas y decretos, sino a Cristo mismo que se revela dentro de la experiencia de la Iglesia.
No es un análisis del sistema o una estructura que indican cual es el sentido de la vida, sino un encuentro con otra persona, una relación de personas. Entender la vida es recibir a Él que da la vida. Dios vino al mundo en la persona de Cristo, quien realizó encuentros con personas cuya experiencia será transmitida durante la historia. “Esto es muy cierto, y todos lo pueden creer, que Cristo Jesús, vino a mundo para salvar a los pecadores, de los cuales soy yo el primero. Por esa razón fui perdonado, para que en mí se manifestara en primer lugar toda la paciencia de Cristo Jesús, y fuera así un ejemplo para todos los que han de creer en Él y llegar a la vida eterna” (Timoteo, 1, 15-17).
Teólogo, filósofo y escritor. Padre Prior de la Basílica y Convento del Santísimo Rosario de Lima.