La familia es la Iglesia doméstica, por Fray Johan Leuridan

“¿Cómo invocarán al Señor sin haber creído en él? Y ¿cómo podrán creer si no han oído hablar de él? Y ¿cómo oirán si no hay quien proclama? Y ¿cómo proclamarán si no son enviados? (Romanos, 10, 14). Ni los gobiernos, ni los Congresos nacionales, ni el Poder Judicial, ni los medios de comunicación, ni las universidades, ni muchos colegios, ni muchas escuelas anuncian a Cristo. ¿Donde oiremos de la existencia de Cristo?

El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. El cambio del mundo empieza con la familia y los más cercanos. “La palabra central de la revelación, “Dios ama a su pueblo”, es pronunciada a través de las palabras vivas concretas con que el hombre y la mujer se declaran su amor conyugal. La espiritualidad del amor familiar está hecha de miles de gestos reales y concretos. Dios tiene su morada. Cristo va al encuentro con ellos para incorporarlos en su vida y darlos la gracia de amar y hacer el bien. La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana se halla estrechamente ligada con la felicidad misma de la comunidad conyugal y familiar” (Francisco). La familia cristiana es decisiva para la educación en la fe. El testimonio de fe y de amor entre los padres, originado en el amor de Cristo a la Iglesia, se transmite a los hijos. Esta familia es la iglesia doméstica. “Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un niño… Sin las madres, no sólo no habrá nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que son en la familia y por lo que dan a la Iglesia y al mundo” (Francisco, Amoris Laetitia, n. 174).

Para aprender, desarrollar y no perder la fe necesitamos compartir la vida con otras personas que están en la misma experiencia de fe y amor. Debemos tomar conciencia de pertenecer a una comunidad de fe y cultivarla. La pertenencia es la experiencia más profunda.  La pertenencia de la persona a los valores de la fe y el amor solo puede crecer en la medida que la persona se identifica con esta experiencia. La fe tiene un proceso de crecimiento. La persona necesita dar amor y recibir amor. La persona no puede encontrar la felicidad sin la felicidad de las otras. La Iglesia es el lugar donde se vive esta experiencia. “Acójanse unos a otros como Cristo los acogió para la gloria de Dios” (Romanos, 15,7). “Más bien seamos buenos unos con otros, perdonándose mutuamente como Dios nos perdonó en Cristo” (Efesios, 4,32)”. Cristo opera en nosotros las energías de nuestra relación con El y con los otros seres humanos. Entonces, la idea fundamental de la Iglesia es un encuentro con Cristo y los otros creyentes. La Iglesia no es en primer lugar un templo, un clero, memorizar un catecismo sino una comunidad de fe y amor. El verdadero creyente no está solo en su fe. El comparte con todos los otros miembros la misma y única esperanza. La presencia de Cristo nos hace amar a todos, independientemente de su situación social o económica.  

Sin embargo, la cultura dominante es a menudo contraria a los valores y obliga a nosotros a luchar contra el ambiente y contra nosotros mismos. El poder civil siempre intenta el dominio sobre las conciencias. Ya estamos viendo las consecuencias de una sociedad de exclusiva formación tecnológica y competitiva en el individualismo, en el buylling, en la manipulación del poder político  y en el acoso creciente a la mujer. Otro extremo es el gobierno de Rusia que pretende defender los valores tradicionales, pero promueve la guerra que siembra la muerte y es el fin de todos los valores. Encontramos a Cristo en las personas marcados por el mensaje evangélico del amor. La oferta de Dios se hace transparente en la historia cuando el misterio es recibido en los comportamientos de los seres humanos que realizan algo bien. La respuesta de Dios está escondida en la iniciativa de la respuesta de fe de los seres humanos. “En cambio, el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, y dominio de sí mismo” (Gálatas, 5, 22-23). Somos conscientes de nuestra salvación, pero no es perfecta. Estamos en Cristo, y estamos aun en este mundo. Si somos salvados, es “esperanza”, y tenemos que esperar. Pero esto no significa que el principio de salvación no esté en nosotros, o que no esté activo (Henri De Lubac, Meditación sobre la Iglesia).

Por Fray Johan Leuridan Huys