El conocimiento científico de las ciencias naturales en la Modernidad se fue imponiendo y marginando al conocimiento cultural. La Modernidad se caracteriza por el invento de una naturaleza externa, inerte como un dato incuestionable que racionalmente se puede observar. Naturaleza y cultura son conceptos excluyentes. La naturaleza está conformada por hechos externos que se pueden entender por métodos empíricos.  Como consecuencia, el conocimiento se limitaría a una objetividad externa. La naturaleza es la base de nuestro conocimiento, es lo que no hemos hecho y lo que nunc podríamos hacer; mientras que la cultura está hecha por el ser humano, es subjetiva y no tiene valor cognoscitivo u ontológico. La naturaleza tiene un valor superior. La información sobre los hechos de la ciencia tiene un valor normativo.

La sobrevaloración de la naturaleza influye en la política y en la ética o comportamiento de los seres humanos. La naturaleza se vuelve un concepto sagrado porque en ella está la norma económica del bienestar. En esta sociedad el ser humano es un autómata que actúa bajo las normas de la publicidad y la moda. El ser humano ya no se siente actor de u propia historia.

El período, posterior a la Modernidad, llamado la posmodernidad, rompe con esta visión y quiere recuperar al hombre. Considera que la naturaleza no es un refugio para el ser humano. Al contrario, el ser humano define la naturaleza. Sin embargo, no se analiza la contradicción entre ambos conocimientos. Por negar lo dado de la naturaleza, la cultura pierde el contacto con la realidad y se resuelve en un juego de interpretaciones. La posmodernidad se pierde en contradicciones interminables. El ser humano vacío, sin rumbo, que nunca puede ponerse de acuerdo porque no sabe la diferencia entre verdad y mentira, entre bien y mal. Nos encontramos con una contradicción entre un pensamiento que considera que todo ha sido construido por el ser humano (posmodernidad) y la ciencia positiva que opta por la reducción de todo a la naturaleza dada. Existe una dualidad entre naturaleza y cultura.

 El problema de la verdad se agrava con la aparición de la inteligencia artificial. Se puede imitar completamente una persona y hacerle decir cosas como su fuera de uno mismo.  También puede servir pueden para decir cosas malas de una persona correcta que nunca lo dijo. Esta nueva manera de mentir puede malograr relaciones personales y puede servir para atacar a partidos políticos o instituciones que representan los derechos humanos.  Será el arma de gente irresponsable y delincuentes.   Imagínense una lluvia de mentiras a nivel mundial. ¿Cómo se puede saber la verdad? Efectivamente, tenemos la obligación de evitar el relativismo. Además, el relativista cree que el relativismo es verdadero no solo para uno, sino para todos. Con esta afirmación el relativista contradice a sí mismo.

Los filósofos que no reconocen la fundamentación ontológica de la ética, sostienen que la ética es necesaria porque los seres humanos son capaces de las cosas más atroces. Por lo tanto, es necesario, aceptar los principios de la verdad y del bien, porque sin estos principios no se puede justificar ningún pensamiento o actividad. ¿Si todo es caótico, cómo podemos hablar de pensamientos y actitudes racionales? Estos principios se llama hoy en día la función meta. Se llama meta-ética. Este planteamiento no tiene nada de revolucionario. Se sitúa en la línea de los principios de la metafísica tradicional. Los derechos de la persona prevalecen sobre los derechos culturales. Los conceptos de derechos humanos son universales. Existe una profunda conciencia de evitar la relatividad. Las normas abstractas tienen un valor universal, pero no son suficiente para concretar una decisión del bien o del mal. Las normas abstractas dan una orientación general sobre la dignidad de la persona, pero debe tomar en cuenta las situaciones cambiantes. La conciencia necesita el apoyo de los medios de comunicación, de la sociología, psicología y economía en un mundo globalizado.

Carmody Grey afirma que las afirmaciones de la modernidad y de la posmodernidad tienen una dimensión teológica porque preguntan por la posibilidad de la existencia absoluta que precede al ser humano. La teología afirma que la naturaleza es creación de Dios. Cultura y naturaleza son entendidas como participativas en la revelación de Dios. En lugar, de estar frente a la historia, tiempo y cambio, la verdad es un acontecimiento en el cual los actos, pensamientos e imaginaciones participan en lo divino.  La gracia de Dios no es un algo desconocido en el pensar y actuar del ser humano. La gracia divina está presente en el ser humano, tanto si se trata de un acto interno psicológico o mental como si se trata de un acto externo corporal. El actuar humano es el modo concreto de acceso a lo divino. La dificultad de poder hablar la verdad, genera la necesidad de la fe cristiana. Se logra la paz cuando el hacer es comprendido como amor en una historia de salvación.

La gracia es esencialmente comunidad de vida con Dios en Cristo. Dios se manifiesta en nuestra conciencia. Los cristianos tienen una relación personal con Dios por medio de la oración. Esta conciencia no es una visión clara y directa de la revelación interiormente con Dios, pero nos proporciona un conocimiento de simpatía que nos impulsa hacia Él.

La conciencia de la presencia de Dios en el fondo de nuestro ser va a inspirar secretamente el pensamiento. De las ideas que circulen en el ambiente, escogeremos instintivamente aquellas que concuerdan con nuestra conciencia, animada por Dios. Leemos en II Corintios, 4, 16: “Por eso, no nos desanimamos.; al contrario, aunque nuestro exterior está decayendo, el hombre interior se va renovando de día en día en nosotros”. Leemos en Gálatas, 5,25: “Si ahora vivimos según el espíritu, dejémonos guiar por el Espíritu; depongamos toda vanagloria”. Leemos en Efesios, 3,17: “Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y edificados en el amor”. La caridad es principio de las micro-relaciones (familia y amigos) y de las macro-relaciones (sociales y económicas), pero la justicia es la primera vía del amor. Sin verdad, el amor cae en mero sentimentalismo (Benedicto XVI).