La Semana Santa en tiempos de Santo Toribio, por el Dr. José Antonio Benito

Santo Toribio describe detalladamente las procesiones: «El miércoles, jueves y viernes santos salen cinco procesiones de diversas vocaciones de penitentes, la una se dice de Nazarenos que sale de Santo Domingo y salen mucho número de hombres en forma de penitentes, todos con cruces grandes en hombros; otra que sale del propio monasterio que se llama de la Veracruz sale el jueves por la noche y van en ella más de cuatrocientos penitentes; otra la propia noche de San Francisco, en la cual salen quinientas cincuenta personas, disciplinándose; otra de San Agustín á devoción del Santo Crucifijo de Burgos, cuyo retrato tienen, lleva más de ochocientas personas disciplinándose. Otra el viernes en la noche que llaman la Soledad de Nuestra Señora, sale de la Merced, es muy devota procesión, salen más de mil personas disciplinándose, y sacan todas las insignias de la pasión, va con gran silencio. Otra sale de San Agustín la mañana de la Resurrección».

El Jueves Santo por la mañana celebraba de Pontifical y consagraba los Santos Óleos. Al acabar el Oficio se iba al palacio donde daba de comer a doce indios pobres, sirviendo él mismo los platos y la bebida. A las dos se sentaba a comer un poco de pescado cocido en agua. A las 3 volvía a la iglesia y lavaba los pies a los doce indios, con aguas olorosas y se besaba con suma humildad; a cada uno daba un vestido, un paño de manos y una limosna. Luego asistía a la publicación de la Bula de la Cena y en el Coro a las Tinieblas. Se recogía en su cuarto a rezar, hacía colación de pan y agua y a las doce salía con dos criados a las Estaciones y volvía cerca del Alba. Reposaba un poco y el viernes de madrugada se iba a la Iglesia donde se estaba en oración delante del Santísimo Sacramento hasta que se empezaban los oficios que también celebraba o asistía a ellos. A la una del día comía solo pan y agua y hasta el sábado a la misma hora lo payaba en ayunas. Repetía mucho las palabras escuchadas al predicador P. Lobo, en Salamanca: «Juicio, infierno, eternidad».

23 años después de la muerte del Santo, don Feliciano Vega, el 2 de abril de 1629, canónigo, provisor y vicario general de este arzobispado en Sede vacante, proveyó mediante auto “que las procesiones de la Semana Santa de este año y todas las de este tiempo en adelante salgan de día y no de noche por haber parecido esto ser más conveniente para el servicio de Dios Nuestro Señor

“Que el miércoles santo salga la procesión de los Nazarenos que está instituida en el convento de Santo Domingo a las cuatro de la tarde, de suerte que a esta hora haya comenzado a andar por las calles y vía recta vaya a la iglesia mayor y de allí{i a las demás estaciones que se acostumbran y que por auto aparte están señaladas y el jueves santo salga luego a la misma hora de las cuatro en punto la procesión del Santo Crucifijo de la Iglesia de San Agustín, de manera que a este tiempo esté toda en la calle y vaya andando a la dicha iglesia mayor y el mismo día a las cinco de la tarde que vendrá a ser una hora después salga y comience a andar la procesión de la Santa Veracruz que sale de dicho convento de Santo Domingo y sin detenerse pase a la dicha iglesia mayor; y luego media hora después que será a las cinco y media salga la procesión de la iglesia de la Compañía de Jesús por la calle de don Francisco de la Presa y de allí hasta la esquina de loa dicha iglesia mayor, para que en acabando de pasar la dicha procesión de la Santa Veracruz entre luego dentro de la dicha iglesia mayo y de allí vaya a las demás estaciones.

Y el viernes santo salga la procesión de la Piedad del convento de Nuestra Señora de la Merced a la hora de las cuatro de la tarde sin más dilación. Y luego, a las cinco de la tarde en punto, salga la procesión de la Soledad del convento de San Francisco, para que de esta suerte las unas y las otras se hayan acabado a prima noche”.

Que los presentes apuntes nos sirvan para agradecer el legado religioso de nuestros antepasados, vivir con fervor la presente Semana Santa y confiar esperanzados en mejorar las próximas.