Cuando un niño nace se suele escuchar que “viene con un pan bajo el brazo” algo similar podemos imaginar con respecto a los tres primeros regalos que infunde Dios a sus hijos como son las tres virtudes teologales: La fe, la esperanza y la caridad.

El Catecismo en el numeral 1813 dice al respecto que “fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano”, asimismo que es la “garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano”, por tanto no son ajenos al hombre.

Pero las virtudes teologales recibidas en el Bautismo actúan como la semilla que debe ser regada constantemente con la oración, las prácticas espirituales, el sacrificio para que no se marchite con el aire rancio del mundo del cual está expuesto diariamente el hombre.

Con la fe creemos en Dios y en todo lo que nos ha dicho y revelado. El Santo Padre, en su homilía de abril del año 2013, añade que debe desarrollarse en la vida y quien lo consigue tiene la eternidad.

En cuanto a la esperanza, el Catecismo refiere a la aspiración al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad y se pone toda confianza en las promesas de Cristo apoyados no en nuestras fuerzas sino en la gracia del Espíritu Santo.

Y con la caridad que es superior a todas las virtudes y la primera de las teologales por la cual “amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios, así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica.