La advocación de la Merced se encuentra en el Proemio de nuestras Constituciones primitivas, específicamente: “en la voluntad de Dios, Padre de Misericordia que en comunión con su Hijo y el Espíritu Santo, acuerdan por su misericordia y piedad, fundar y establecer esta Orden con el título de la ‘Virgen María de la Merced’”, y Ella es un signo y condensación de la misericordia de Dios, que significa y fundamenta el gesto de la “merced” en favor del cautivo.

 Ella tuvo un papel trascendental en la fundación y en la vida de nuestra amada Orden que lleva su nombre; por eso, los mercedarios llamamos a María “Madre de la Merced” y la veneramos como inspiradora de su obra de redención y estamos dispuestos a amar y honrarla como nuestra Madre. Asimismo, nos sentimos obligados a cultivar con ardor su devoción entre los otros miembros de la familia mercedaria, cristianos oprimidos y demás fieles encomendados a nuestro servicio apostólico; y este amor y devoción a la Virgen de la Merced se difundió muy pronto por Europa y luego, con la evangelización de América, se extendió y arraigó profundamente en dicho territorio y sobretodo en nuestro país, esto gracias al trabajo y compromiso de sus religiosos evangelizadores que no se cansaron en manifestar el amor maternal de María. Así pues, a lo largo de la historia del Perú, nuestra Madre de las Mercedes ha recibido varios títulos y homenajes, los cuales hablan de su profunda vinculación con nuestra Nación. Y una de las cuales fue que al cumplirse el primer centenario de nuestra independencia, el día 24 de septiembre de 1921, la imagen fue solemnemente coronada y recibió el título de “Gran Mariscala del Perú”. Posteriormente, durante el gobierno de las Fuerzas Armadas, se dio el Decreto Ley Nº 17822, de fecha 23 de setiembre de 1969, por el cual se oficializó el título de “Gran Mariscala del Perú”. Es por ello que nuestra Madre es la Patrona de nuestras Fuerzas Armadas y a Ella se le rinden honores por su alta jerarquía militar, que se le tributa en el día de su Solemnidad. En efecto, nuestra Mariscala del Cielo, mujer y discípula obediente en realizar la voluntad de Dios, nos invita a vivir esta virtud que Ella vivió en plenitud, y nos exhorta a ello amparada en su coherencia y testimonio de vida. Esa invitación es: “Hagan (lo que mi Hijo) les diga”. En esta afirmación está el horizonte de la vida plena. Ella nos pide que obedezcamos; es decir, que sigamos a Cristo, no sólo para darle una alegría a Él, su Divino Hijo, sino porque es lo mejor para sus hijos redentores y cautivos.

 También, estimados hermanos en la fe, Ella, como Protectora de nuestros campos, nos exhorta -mediante esa autoridad, dada por Dios y reconocida por el pueblo peruano al honrarla con el máximo grado en el ámbito castrense-, a seguir siendo portadores del amor misericordioso de Dios, especificado en el carisma redentor; nos continúa recordando que estemos alegremente dispuestos a entregar nuestras vidas, a estar prestos en servir a nuestra sociedad, que clama por recuperar su libertad y dignidad. Así pues, nuestra Madre de la Merced al llevar el Escudo Nacional en su vestido blanco, símbolo de su pureza inmaculada, nos recuerda que somos sus hijos y que todos somos peruanos, y si queremos una Patria grande que realice su pleno desarrollo, ahora más que nunca, en el Bicentenario de nuestra Independencia Nacional, urge erradicar el egoísmo partidista y personal; apremia lograr que los poderes del Estado se unan en la común misión de hacer del Perú una verdadera Nación. Se hace necesario superar la violencia en todas sus formas, porque además de ser anti-cristiana, trae consigo destrucción, atraso y muerte de peruanos. Urge también sacudirse de las ideologías relativistas y reduccionistas, las cuales empobrecen y distorsionan la verdad de la persona humana, y se debe más bien impulsar la educación en valores cristianos, orientada a nuestra juventud, y que se debe propagar en el hogar y en los colegios.

Además, quien observe la imagen de Nuestra Madre de la Merced, verá que Ella sostiene en su mano izquierda unas esposas o grilletes, símbolo que Santa María nos alcanza de su Hijo, el Señor Jesús, la verdadera liberación del pecado, fuente del mal en todas sus formas, y la capacidad para amar y obrar el bien y así poder edificar la ansiada “civilización del Amor”. Es por ello, que debemos dejarnos liberar primero de nuestras esclavitudes, acudiendo a Ella constantemente en nuestras oraciones, para rescatar a quienes estén en situación de perder su fe, y así podamos dirigir a María nuestra Madre y decirle: “Santa María de la Merced, sabemos que Tú atiendes nuestras súplicas porque eres nuestra Madre. Tú que cuidaste a Jesús, protege al Perú, y sana con tu amor maternal a nuestra Patria, herida hoy por la enfermedad, la corrupción, la desunión y la pobreza. Tú, que en tu vientre llevas el Escudo Nacional, escucha en esta hora los tristes lamentos de tus hijos peruanos”. (Fuente: Novena a la Virgen de la Merced, publicado por la Provincia Mercedaria del Perú).