XI Domingo del tiempo ordinario: Un corazón que arde por ti
El tiempo pascual interrumpió lo que la liturgia llama tiempo ordinario. Después de celebrar la Pascua y las últimas grandes fiestas, retomamos la serie de domingos “verdes” (ese es el color de los ornamentos). En concreto, hoy es el domingo XI.
Como de costumbre Jesús nos va a dar enseñanzas importantes sobre el Reino. La razón es ésta: Dios ha querido salvarnos a todos y para ello nos ha enseñado una manera de vivir, pensar y amar a la que ha llamado su Reino. En el Reino hay un Rey que es el Padre, dueño y Señor de todo, que nos envió a su Hijo para librarnos de la esclavitud del pecado y para hacernos libres e hijos de Dios.
En el Reino no hay esclavos ni gente forzada. Somos libres o Dios nos hace libres. Como el pecado nos había encadenado, el Verbo encarnándose nos liberó. De esta manera el Señor nos está ofreciendo la felicidad no solamente para el tiempo sino también el regalo de ser felices con Él para siempre en el cielo.
Jesús nunca define qué es el Reino, del que habla con mucha frecuencia, pero nos va explicando sus características para que nosotros podamos llevar sus enseñanzas a la vida.
Hoy nos recuerda dos de esas características tomadas de la vida del campo, donde vivían los oyentes que solían acompañar a Jesús: La Palabra de Dios es como una semilla muy pequeña, la mostaza. No solo es pequeña sino la más pequeña de todas las semillas. Pero tiene tal fuerza su pequeño germen que se desarrolla y crece hasta el punto en que los pajaritos pueden anidar entre sus ramas.
Qué bien entendemos esto cuando vemos tantas personas que oyen la Palabra de Dios. Parece que no pasó nada y… San Antonio Abad, después de oír el Evangelio en la Iglesia de su pueblo, sale del templo, se desprende de todo y se dedica a una vida de contemplación y servicio a los demás.
Como este santo conocemos a muchísimas personas, hombres y mujeres, a los que la luz del Evangelio les ayudó a cambiar totalmente de vida. Pero, ¿cómo va cambiando los corazones la Palabra de Dios? No se sabe cómo pero es tan fuerte que el que la sembró “duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga y después el grano”
y así nos encontramos con un apóstol del Reino. San Pablo nos enseña que esta vida del Reino es la gracia de Dios que es transformante. De lo mortal nos hace pasar a la eternidad feliz. Vivimos en confianza a pesar de que caminamos sin ver a Dios: “porque sabemos que mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor pero guiados por la fe”.
“Esta confianza – según el mismo apóstol – es tan fuerte que deseamos salir del cuerpo para vivir junto al Señor”. Por su parte Ezequiel, en la primera lectura, nos ha enseñado con imágenes también tomadas del campo, cómo Dios ensalza a los humildes y pequeños y humilla a los creídos.
El profeta habla de árboles: los árboles pequeños (en su comparación) los coloca Dios en los lugares más visibles y los hace crecer. A estas enseñanzas las he querido llamar “Ecos del Corazón de Jesús” porque es de su Corazón de donde brota tanto cariño, para enseñarnos no solo el camino sino también cómo acercarnos a Él, que es el camino, la verdad y la vida. De esta forma Jesús nos lleva al Padre.
Este viernes pasado la liturgia nos ha recordado la solemnidad del Corazón de Jesús. Él es la personificación del Reino. Por eso nos hablaba del Reino y los discípulos, iluminados por el Espíritu en Pentecostés, predicaban a Jesús. ¿Qué hizo ese Corazón Divino por nosotros? Meditemos lo que la liturgia nos enseña en el prefacio leído hace dos días. Jesucristo “con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia: para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con gozo de las fuentes de la salvación”.
¡¡En el Corazón de Cristo bebemos la salvación!! Hermosa comparación que nos habla del amor verdadero. Con la oración del viernes pidamos al Padre, que ha puesto en Jesús tesoros infinitos de caridad, que nos conceda todas las gracias que necesitamos para reparar con ellas nuestras limitaciones y pecados.
José Ignacio Alemany Grau, obispo
Medios Católicos comparte artículos de católicos de todo el mundo.