Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

El padre Ángel Vicente de Zea (1760-1844), arequipeño, ingresó a la vida conventual dominicana en su plena adolescencia de quince años. Poco después de su ordenación sacerdotal fue elegido prior en los conventos de Huancavelica, Potosí, La Plata y Arequipa sucesivamente, hasta culminar el retiro en la célebre Recoleta santificada por sus antecesores Martín de Porres y Juan Macías. En el tranquilo convento podrá gozar de la música y el teatro que tanto gustaban al pueblo, como se comprueba en las canciones patrióticas de su hermano de hábito Bernardo Alcedo. Más allá de su estética tales expresiones contenían sentimientos de la voluntad de la peruanidad en ciernes que se iba afirmando como sentimiento colectivo de algo propio y nuevo diferente del pasado hispanoandino. Nuestro fraile -según el historiador dominico P. Morales (1921)- era visto por los patriotas lo como el “padre devoto y los realistas como el santo insurgente” (Morales, 1921).

Fue en 1820, al ser nombrado prior del santuario de santa Rosa por el provincial fray Jerónimo Cavero cuando debe optar. Y lo hace redactando el opúsculo titulado Clamor de la justicia, e idioma de la verdad. Tal tratado se plantea como un diálogo entre dos hermanos: Paulino y Rosa, sobre la posición de cada uno de ellos sobre la independencia chilena. Paulino  nota que su hermana no se muestra contenta por estos acontecimientos  y le pregunta a su hermana las razones. Rosa explica que su condición de creyente (“Tengo religión”) es condición de su posición realista (“así he sido yo seré realista toda mi vida”). Los argumentos de Rosa reflejan una visión negativa sobre la ilustración, a cuyos representantes considera “pseudofilósofos” por “inspirar sentimientos impíos contra la religión y las autoridades legítimas”. Esto la lleva a considerar a “los patriotas como herejes, excomulgados y sacrílegos”. Por su parte, Paulino trata de demostrar la justicia de la causa independentista y para ello se remonta a la conquista, afirmando que los “americanos poseían pacífica y legítimamente sus tierras y demás bienes antes de la conquista”, que los españoles armados invaden y vencen, preguntándose luego “¿Y después de estos nosotros como hijos de aquellos antiguos poseedores legítimos no tendremos derecho para reclamar contra una usurpación tan manifiesta?”. El argumento de legitimidad basado en la propagación de la fe es cuestionado por haberse desvirtuado por el uso de la espada, así considera que “No ha sido ni será lícito, que la Religión sirva de motivo para una usurpación”. También cuestiona el derecho derivado de la traslación hecha por el papa a los reyes católicos por cuanto esta no tendría validez para los infieles. Finalmente, ante el último argumento de Rosa basado en su temor a faltar a un juramento de obediencia ante el Rey, De acuerdo a los testimonios de la época, esta obra tuvo impacto en la causa patriota, por lo que su autor recibió felicitaciones de las autoridades. San Martín le dirá en una correspondencia epistolar: “Vencer en los campos de batalla no es tan glorioso como hacer triunfar la razón” (Carta de José de San Martín al padre Zea. Lima, 21 de agosto de 1821).

En 1823, tras la ocupación de Lima por Rodil, y ante su negativa de retractarse por lo escrito en favor de la independencia, optó por abandonar sigilosamente su convento, refugiándose por un tiempo en un lugar de la sierra y retornando a la capital en 1825.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito Rodríguez.

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