33.- Iglesia ante el Bicentenario: Monseñor Hipólito Sánchez Rangel (1761-1839), Obispo de Maynas y Lugo

Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

Nace en Villa de los Santos (Badajoz), 2.XII.1761 en familia de noble linaje, muy relacionada con los franciscanos, lo que será decisivo para ingresar en la Orden seráfica a los 15 años en San Francisco en Segura de León (Badajoz), profesando en 1783 en el Convento de San Buenaventura de Sevilla.

Cursa Filosofía y de Teología en Lebrija y en Sevilla, ejerciendo posteriormente como profesor de Teología en Sevilla, Utrera, Arcos de la Frontera y Jerez.

En 1795 fue nombrado custodio y provincial de la provincia franciscana de Florida (con sede central en La Habana), para proceder a la reforma de dicha provincia, gravemente alterada por las disensiones existentes entre los religiosos criollos y los españoles. Por diversos problemas internos en la Orden no embarcará hasta 1802 poco después de la muerte de su madre. Lleva consigo 34 franciscanos para acometer la reforma. En los dos primeros años simultanea la cátedra con el cargo de regente mayor de los estudios de la provincia franciscana, allí obtiene los grados de licenciado y de doctor en Teología en la Universidad Pontificia de San Jerónimo de La Habana y restablece la vida común en ella, imponiendo la disciplina regular y ejerciendo una celosa tarea pastoral con la predicación.

El obispo de La Habana, Juan Díaz de Espada y Landa lo nombró compañero suyo durante la visita general de la diócesis, con el cometido especial de que preparara para la confirmación a los negros y a los “rústicos”. Finalizada la visita, quiso regresar a España, pero no pudo hacerlo por nombrarle primer obispo de Maynas.

Antes de establecerse, en febrero de 1808, inició una visita general a la diócesis que perduró hasta 1810 y que estuvo precedida por el apoyo a la destitución del gobernador de Maynas, Diego Alfaro, por maltratar a los indios. Durante la visita confirió 73.524 confirmaciones en Maynas, 60.260 en un viaje que realizó a Lima y 25.000 en la de Trujillo, en estas dos últimas al pasar por ellas en sus continuos desplazamientos y con permiso de sus respectivos obispos. Su diócesis la describe como “un obispado de una extensión inmensa, en el que apenas hay pueblo donde vivir sin incomodarse lo sumo en el cuerpo y en el espíritu por su situación local, por sus habitantes o por sus escaseces y plagas”, a lo que luego añade que “esto es un desamparo, un carecer de todo, aun de lo más necesario para la vida; aquí no hay orden ni se puede poner.

Esto no es posible arreglarlo ni espiritual ni materialmente”. Tal ruina se debía, en parte, al abandono ocasionado por la expulsión de los jesuitas.  El Colegio de Misiones de Ocopa (Perú) puso a disposición del nuevo prelado a dieciséis franciscanos en 1806, es decir, antes incluso de que él llegara a Maynas. La segunda visita la practica desde 1810 hasta 1812, recorriendo de 400 a 800 leguas a pie por un terreno muy abrupto.  Es aquí cuando comienza a ejercer su jurisdicción episcopal sobre las doctrinas o parroquias misionales que estaban a cargo de los religiosos.

En 1813 como fruto también de la visita cursada de 1810 a 1812, le propuso a la Corona española la adopción de un total de ocho medidas para mejorar el estado de la diócesis: autoridad episcopal sobre los religiosos y las misiones; fundación de un colegio de misiones o de un seminario conciliar; establecimiento de un gobernador único para todo el territorio y supresión del gobierno militar; comunicación directa con España a través del río Marañón; traslación de la sede episcopal de Jéveros a Moyobamba; envío de familias españolas selectas a Maynas; posibilidad de disponer de misioneros distintos de los franciscanos de Ocopa; apertura de un camino directo de Maynas a Lima.

En marzo de 1820, al iniciarse definitivamente el proceso de independencia del Perú, los independentistas, ante su irreductible postura a favor de la Monarquía española, saquearon su palacio episcopal y a él lo amenazaron personalmente de muerte, por lo que, sin más equipaje que el breviario y el báculo, emprendió a pie la huida (o “fuga”, como él mismo dice) desde Moyobamba hasta Chachapoyas, distantes 40 leguas. Por esa misma causa, a finales de ese mismo año 1820 y comienzos de 1821 tuvo que emprender una segunda “fuga”, hasta que en octubre de este mismo año pudo refugiarse en Brasil y desde allí emprender en 1822 viaje a Lisboa, desde donde en agosto de 1823 se trasladó a Madrid. A finales de este último año se dirigió al rey Fernando VI para pedirle que le proporcionara un destino que, al mismo tiempo que le sirviera de medio para servir a la Iglesia, le proporcionara también ingresos para su propia subsistencia, a lo que el Monarca le respondió proporcionándole en 1823 el nombramiento de administrador apostólico de Murcia y poco después el de obispo de Lugo. En el desempeño de este segundo ministerio se vio enfrascado en frecuentes desavenencias con su Cabildo, al mismo tiempo que trató de cumplir con su responsabilidad pastoral mediante la difusión impresa de algunas pastorales y la realización de una visita pastoral a la diócesis. Esta actividad episcopal se vio dificultada no sólo por los problemas políticos y religiosos por los que atravesaba toda España en esos momentos sino también por el desempeño de sus responsabilidades personales en cuanto presidente de la junta diocesana de religiosos exclaustrados y sobre todo como miembro de la junta eclesiástica de 1833 y más aún como prócer del Reino desde 1834, títulos que lo obligaban a ausentarse de su diócesis frecuentemente y por largo tiempo para acudir a las Cortes en un momento como ese, tan delicado para la Iglesia.

Su actividad pastoral la conjugó con sus facultades de escritor, las que desarrolló sobre todo en los aspectos autobiográfico y pastoral, con la sorprendente característica de haberse valido a veces de la poesía en la elaboración de sus pastorales. Falleció en Lugo de una congestión cerebro-pulmonar el día 29 de abril de 1839.

Foto del autor de esta sección y de este artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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