¿Dónde vamos al morir?
Es común escuchar frente a la muerte de un familiar o amigo que este “ya está en el cielo” o que “ya goza de la Gloria de Dios”. Pero a la luz de la fe, ¿qué tan verdadera es esta afirmación? ¿Qué tan seguros estamos que al morir alguien ya se encuentra frente al mismo Cristo? La respuesta es escalofriante, pues nadie puede decir que tal persona ya está en el cielo al menos que cumpla dos criterios: Que haya muerto en olor a santidad (olor agradable que emana de cadáveres y cuyo origen se desconoce, la Iglesia lo considera como un signo de santidad), o que sea beatificado por la Iglesia católica. Este tipo de afirmaciones no debería estar en nuestro lenguaje cotidiano y más bien debería llevarnos a reflexionar acerca de nuestra vida espiritual: ¿estamos preparados para la muerte?
Dice el Catecismo: Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (CIC 989). Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre (CIC 1022).
Para entrar al reino uno debe tener el alma limpia, blanca y sin pecado. Imposible para el hombre, pero con ayuda de Dios todo es posible. “El vencedor vestirá de blanco. Nunca borraré su nombre del libro de la vida, sino que proclamaré su nombre delante de mi Padre y de sus ángeles.” Ap 3,5. Bíblicamente vestiduras blancas denotan santidad, pureza, perfección. Es por ello que Juan el Bautista predicaba “arrepiéntanse que el reino de Dios está cerca” Mt 3,2. Como no sabemos cuándo, dónde y cómo moriremos; debemos estar preparados, esforzarnos por alcanzar la meta. “Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” Flp 3,12 .
El camino hacia Dios es único para cada persona, para algunos puede ser más liviano que para otros, pero todos estamos en la lucha, así que animo la meta es preciosa y vale la pena el sacrificio. Una buena práctica cristiana es el acto de misericordia espiritual para con nuestros hermanos de la Iglesia Católica Purgante, es decir, el de ayudar con nuestra oraciones, misas y sufragios a las Almas del Purgatorio, para que se les alivien sus sufrimientos, abrevien su estadía en ese Estado de Purificación y salgan pronto de allí para el Estado del Cielo.
Por José Andrés Alvarado Morveli
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