El divorcio por la Iglesia Católica no existe. ‘Lo que Dios unió que no lo separe el hombre’, se menciona en el Evangelio de San Mateo 19, 4-6. Sin embargo, ante situaciones como la agresión, la infidelidad, la inmadurez afectiva, la presión social y otras causales contempladas en el Código de Derecho Canónico, la Iglesia tiene la facultad de aprobar la nulidad matrimonial, es decir la inexistencia del matrimonio religioso. Pero cabe precisar que el proceso amerita un estudio minucioso de la situación conyugal por parte de los expertos del Tribunal Eclesiástico.

En el 2015, en una entrevista en RPP, el sacerdote Luis Gaspar, doctor en Derecho Canónico, se pronunció sobre las reformas del proceso canónico para la declaración de nulidad del matrimonio que el papa Francisco publicó ese mismo año.  Enfatizando que en la Iglesia no existe ni existirá el divorcio y el documento promulgado por la Santa Sede facilita la brevedad y agilidad en el proceso de nulidad muy diferente a una indisolubilidad del sacramento matrimonial y a la doctrina de la unión del varón y la mujer que es para toda la vida.

Al cerrarse una experiencia dolorosa con la sentencia de la nulidad matrimonial, los esposos quedan en la libertad de casarse nuevamente por la Iglesia y acceder al sacramento de la Reconciliación y recibir la Eucaristía. Así se alejan de una situación irregular y no se privan de la gracia sacramental.

La Iglesia en su calidad de madre busca atender y recuperar a los fieles afectados por esta situación para acompañarles a encontrar el camino que les acerque a recibir las gracias que brinda el Cuerpo Místico de Cristo. En ese sentido, es vital una estrecha relación con una parroquia, un sacerdote para resolver las dudas frente a casos de matrimonios en crisis.

Puntualizar que aparte del matrimonio civil, para el católico debe ser muy importante que su unión conyugal reciba la bendición de Dios por medio del sacramento del Matrimonio Religioso, en el cual los esposos con la ayuda de Dios se perfeccionan y crecen mutuamente, además son colaboradores junto a Dios en la procreación de nuevas vidas.