Cuando el Señor de los Milagros recorre las calles del mundo, una mujer lo secunda. Cuando la multitud se persigna, levanta las manos y ora al verlo pasar, ella está ahí. Con amor mira a sus hijos esperanzados en el cumplimiento de su mayor anhelo, ella es la Virgen de la Nube, imagen que se ubica detrás del Cristo Morado.

El primer registro de su vinculación con el Señor de los Milagros data de 1747 en “Relación de Sucesos” del peruano Eusebio de Llano Zapata: “Salió por la mañana la imagen de su templo, visitando las calles, ramadas, iglesias y monasterios y duró la procesión cinco días… ese año alargó mucho su recorrido y al reverso de la imagen se veía otra de Nuestra Señora de la Nube, advocación quiteña que se había aparecido en el cielo de dicha ciudad en 1696…”.

Como bien dice el cronista, el origen de la veneración a la Virgen de la Nube surge en el siglo XVII y proviene de Ecuador. El 30 de diciembre de 1696 la población recorría las calles mientras rezaba el rosario y oraba por la salud de Mons. Sancho de Andrade y Figueroa, obispo quiteño, quien agonizaba sobre su lecho. Ante el asombro de los devotos, vieron en el cielo una imagen de la Virgen María formada por unas nubes blancas. Fue el presbítero José de Ulloa y la Cadena, capellán del Monasterio de la Limpia Concepción de Quito, quien dio el aviso al exclamar: “¡La Virgen, la Virgen!”.

Teniendo el celeste cielo como fondo, los feligreses admiraron la bella imagen que llevaba una corona sobre la cabeza, en la mano derecha un cetro y azucenas, mientras que con el brazo izquierdo cargaba al Divino Niño Jesús. A esta visión se le atribuye la milagrosa recuperación del obispo, hombre de fe que es retratado de rodillas en todas las réplicas de la imagen de la Virgen de la Nube difundidas a lo largo de los años por el mundo hasta llegar al Perú.

Según el libro “Historia del Mural de Pachacamilla” de Raúl Banchero Catellano, la representación mariana se incorpora como un homenaje a sor Antonia Lucía del Espíritu Santo, natural de Ecuador y fundadora del Instituto Nazareno que en la actualidad lleva el nombre de Monasterio de Las Nazarenas. Por tal motivo, detrás del Cristo Morado se aprecia la representación de la Madre de Dios.

Ataviada de oro, plata y perlas, la Virgen de la Nube es más que una hermosa imagen en el anda del Señor de los Milagros, es la madre valiente que en silencio acompaña a su hijo por el vía crucis, la representación del amor incondicional e inacabable que bendice a su paso a todos los creyentes que acompañan los recorridos procesionales de octubre.

Por Fabiola Milagros Espinoza Cañari