El engaño de la neutralidad de los Gobiernos, por Fray Johan Leuridan

A pesar de creer en Dios Kant fue el primero en lanzar una filosofía atea.  Por negar la posibilidad de una relación con Dios, ya no existe un fundamento para la ética. Su afirmación de que no podemos conocer el bien trae como consecuencia que solo la voluntad dirige la vida. Con la visión de la vida solo en base de la voluntad, como afirmaba Kant, estamos a un paso de la libertad sin normas de Nietzsche (1844-1900).  Nietzsche saca la consecuencia de la negación de la existencia de Dios. El ser humano que no cree en Dios, es un átomo suelto en el universo sin destino. El universo es mudo e indiferente. Ya no se puede dar una definición del bien. El concepto de autonomía absoluta del ser humano inevitablemente desembocó en la voluntad del superhombre de Nietzsche que no distingue entre el bien y el mal. La característica del siglo XX es el individualismo. Por la influencia de Nietzsche, la duda y el escepticismo serán las características del pensamiento de grandes filósofos del siglo XX. Sigue creciendo el ateísmo y la duda al respecto de la capacidad de la razón porque según Nietzsche la Modernidad no había logrado su propósito de lograr la felicidad para el ser humano.

Puesto que no se puede conocer el “bien” los gobiernos deben ser neutrales. El Estado no puede intervenir en la vida privada. El gobierno no puede imponer valores o fines porque faltaría el respeto a la persona como individuo libre e independiente que toma sus propias decisiones. Definir una cualidad quitaría la autonomía a los ciudadanos. Las leyes deben ser neutrales; es decir, no pueden proponer una manera de vivir. El gobierno debe solo cuidar que la libertad de uno no hace daño a la libertad de otro. Solo se puede evitar el mal porque no se sabe lo que es el bien. El gobierno se considera responsable de definir lo que es el mal que hace daño al otro.

Sin embargo, la historia humana es una historia de muchas violencias, abusos y guerras. La gravedad de la segunda guerra mundial, setenta millones de muertos, despertó la necesidad en los gobiernos a reunirse en 1948 y recuperar el gran aporte histórico de la revolución de Paris: los derechos humanos. La negación de la existencia de Dios no les permite fundamentar los derechos, pero por la experiencia negativa de las violencias en la historia están obligados a reconocer los derechos humanos porque sin la obediencia a la universalidad de estos conceptos el ser humano es capaz de las cosas más atroces. Se acepta la idea de la dignidad humana como evidente y los derechos humanos son un deber para todos.

En la segunda parte del siglo XX el importante filósofo Jürgen Habermas observó que la persona no es solo relación con la producción material, como decía Marx, sino también relación con las otras personas. Su teoría de la comunicación trata de fundamentar una ética a partir del consenso sobre los valores entre las personas. El Congreso de la República sintetiza la gran pluralidad de ideas y las transforma en leyes. Los derechos se transforman en leyes y leyes se imponen por coacción, pero estamos sólo en el plano jurídico como observa Juan Pablo II. Otra vez falta la educación de la decisión libre. La historia demuestra que la obediencia por miedo a la sanción no es una solución suficiente.

La filósofa Martha Nussbaum señaló que esta filosofía de la neutralidad de los gobiernos, esta libertad negativa, ha sido particularmente negativa para las familias y sobre todo para la educación de los hijos. Las leyes no prohíben egoísmo, envidia, acoso, resentimiento, odio, ira etc. Solo en la familia se aprende a controlar estos vicios.

Jürgen Habermas observó que la crítica de Nietzsche ha cuestionado las ideologías del liberalismo y del socialismo como explicaciones de la sociedad, pero no se ha señalado los límites de la ciencia. Ella verifica los “datos”, pero no el “valor”. ¿La ciencia puede producir una bomba atómica, pero cual es su valor? ¿La ciencia puede convertir el petróleo en plástico, pero cual es su valor? ¿Acaso la ciencia indica los valores éticos entre las personas?

Por Fray Johan Leuridan Huys