Lo más apasionante en este tiempo de Pascua es ir conociendo cómo vivió la Iglesia primitiva la resurrección de Jesucristo y su propio nacimiento.

Les invito a seguir la liturgia o, si prefieren, ir leyendo los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles.

  • Hechos de los Apóstoles

Nos cuenta hoy San Lucas la gran predicación kerygmática, muy valiente por cierto, de San Pedro en el día mismo de Pentecostés:

«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchadme: os hablo de Jesús nazareno… Conforme al designio previsto y sancionado por Dios os lo entregaron y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte…

Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos».

Y termina, en este día glorioso de Pentecostés, diciendo:

«Ahora exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido y lo ha derramado».

  • Salmo 15

Nos invita a celebrar la protección de Dios. Este Dios que «es el lote de mi heredad y mi copa…».

El salmista bendice y alaba al Señor porque siente su protección día y noche y es su fortaleza: «Con Él a mi derecha no vacilaré».

A continuación, se llena de alegría porque Dios lo libra de la corrupción y de la muerte eterna:

«Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción» (en esto encuentra la Iglesia una profecía sobre la resurrección del Mesías).

  • San Pedro

Nos recuerda que hemos recibido el regalo de Dios que es nuestra fe y nuestra esperanza gracias a Jesucristo, resucitado de entre los muertos.

El apóstol nos advierte que gracias a la preciosa sangre de Cristo hemos recibido esas dos virtudes fundamentales de nuestra vida cristiana: la fe y la esperanza en Dios:

«Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza».

  • Verso aleluyático

Nos invita a hacer una hermosa petición del Evangelio del día:

«Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas».

Pidamos con mucha fe este regalo a Jesús para que su Palabra sea nuestra fortaleza.

  • Evangelio

En este tercer domingo de Pascua la liturgia nos presenta de nuevo la aparición de Jesús a los dos discípulos que iban a Emaús.

Son muchas las lecciones que debemos aprender.

Ante todo, debemos tener en cuenta que leer o escuchar la Palabra de Dios, para que sea eficaz en nuestra vida, se necesita que el Señor mismo ilumine nuestra mente y nos llene de fervor el corazón.

Llama la atención cómo los dos peregrinos se regresan desilusionados de Jerusalén, a pesar de que prácticamente se habían enterado de las distintas apariciones de Jesús en ese primer día de la semana, pero no creyeron.

Vemos cómo por el camino Jesús mismo es el que va explicando a los dos todo lo que la Escritura hablaba del Mesías y cómo todo se había cumplido.

Y entonces sí, al escuchar a Jesús mismo, sienten arder su corazón y se conmueven. Por eso, cuando Jesús parte el pan regresan a Jerusalén para unirse nuevamente a la comunidad que habían abandonado, confirmando con valentía que habían reconocido a Jesús al partir el pan:

«Ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan».

Para nosotros, entre otras lecciones, vemos cómo se cumplió la promesa de Jesús:

«Tuve hambre y me disteis de comer» y, además: «Fui peregrino y me acogisteis».

José Ignacio Alemany Grau, obispo