Dios decidió revelarse. Podemos leer en los evangelios que Dios se manifiesta en tres personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No es un invento humano o la conclusión de una investigación científica. Estamos frente a un misterio absoluto.

  1. Presentamos el testimonio bíblico en textos de varios autores que hablan de la Trinidad:

Gálatas, 4,6: Ustedes ahora son hijos, y como son hijos, Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abbá, o sea, Padre!

Mateo, 28, 19: Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Romanos, 5, 10-11: Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con él por medio de la muerte de su Hijo, con mucha más razón ahora su vida será nuestra plenitud. No sólo eso: nos sentiremos seguros de Dios gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, por medio del cual hemos obtenido la reconciliación”.

Lucas, 10,21-23: En este momento Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo:  Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado esas cosas a los sabios y entendidos y se las ha dado a conocer a los pequeños. Mi padre me ha puesto todas las cosas en mis manos; nadie sabe quien es el Hijo, sino el padre; nadie sabe quién e el Padre sino el Hijo y aquel a quién el Hijo quiera dárselo a conocer”.

Marcos, 14,36: “Decía: Abba, o sea Padre, para ti todo es posible, aparte de mi esta copa. Pero que se no haga copa lo que yo quiero, sino lo que quieras tu”.

Hebreos, 9,14: Con mucho mayor razón la sangre de Cristo, que ofreció a Dios por el Espíritu eterno como víctima sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras de muerte, para que sirvamos al Dios vivo”.

Sin embargo, la fe en la Trinidad es siempre la fe en un Dios. Leemos en Deuteronomio, 6,4: Escucha, Israel: Yavé, nuestro Dios, es Yavé único.

2. La futura resurrección de los muertos es obra del Padre, del Hijo y del Espíritu:

Romanos,8,9: Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida sus cuerpos mortales por medio de su espíritu, que habita en ustedes.

I Juan, 3,2: Amados, a pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos, pero sabremos cuando él aparezca en su gloria, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es. Y si es esto lo que esperamos de él, querremos ser santos como él es santo.

I Tesalonicenses, 1,10: Pues empezaron a servir al Dios vivo y verdadero, esperando Que venga del cielo el, que nos libera del juicio que se acerca: este es Jesús, su Hijo, al que resucitó de entre los muertos.

Tito, 3, 4-7: Vivíamos en la malicia y la envidia, éramos insoportables y nos oíamos los unos a los otros. Pero se manifestó la bondad de Dios, nuestro salvador, y su amor a los hombres, pues no fue asunto de obras buenas que hubiéramos hecho, sino de la misericordia que nos tuvo. El nos salvó por el bautismo que nos hace renacer y derramó sobre nosotros por cristo Jesús, nuestro salvador el Espíritu Santo que nos renovaba. Habiendo sido reformados por su gracia, esperamos ahora nuestra herencia, la vida eterna.

El Hijo y el Espíritu forman con el Padre la una y única realidad que se realiza con amor. Son una con el Padre y relacionados entre sí, la

única divinidad. Este misterio de amor de la Trinidad llega al cristiano por el Espírito Santo por la muerte y resurrección de Jesucristo que nos hace hijos del Padre.

Romanos, 5, 4-6: “Que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.

Romanos 8, 14-15: “Todos aquellos que guía el Espíritu de Dios son hijos y hijas de Dios. Entonces no vuelvan al miedo; ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino un espíritu propio de los hijos, que nos permite gritar: ¡Abbá! o sea: ¡Padre!”.

3. El misterio de la Trinidad es la revelación que nos invita a participar.

El momento culminante es la resurrección. A partir de la resurrección de Cristo, Dios incorpora el cristiano en la vida divina:

Juan, 14, 23: “Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada”.

I Corintios, 6,19: “¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y está en ustedes?”

Romanos, 8,9: “Pero cristo está en ustedes, y aunque lleve en sí la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu es vida por haber sido santificado”.

Gálatas, 5,22: En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo.

Hechos, 2,32: Después de haber sido exaltado a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el don que había prometido, me refiero al Espíritu Santo que acaba de derramar sobre nosotros, como ustedes están viendo y oyendo.