La resurrección de Jesús encontramos en los cuatro evangelistas: Mateo, 28, Marcos, 16,9-20; Lucas, 24 y Juan, 20 y 21.

Presentamos los otros textos del Nuevo Testamento que mencionan la resurrección.

Pablo habla de la Resurrección en la carta a los Corintios que es uno de los textos más antiguos, 55 años dc. Este texto es más antiguo que el evangelio de Marcos. Leemos en I Corintios, 15,3-6: “En primer lugar les he transmitido esto, tal como yo mismo lo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen la escrituras; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, también según las escrituras; que apareció a Pedro y luego a los doce: después se dejó ver por más de quinientos hermanos juntos, algunos de los cuales ya han entrado en el descanso, pero la mayoría vive todavía”.

El aclara que ha recibido este mensaje de personas que él ha conocido personalmente. Lo explica en I Corintios que él ha conocido a los apóstelos Pedro, Santiago y Juan. Leemos Hechos, 9,27: “Entonces Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a los apóstoles y les contó cómo Saúl había visto al Señor en el camino y como el señor lo había hablado. También les expuso la valentía con que había predicado en Damasco en nombre de Jesús.”

Leemos en los Hechos, 15, 2 y 4: “Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y presbíteros. Al llegar a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia, por lo apóstoles y los presbíteros, expusieron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos.”

Los padres de los primeros siglos, Clemente, Policarpo, Ignacio, Tertuliano y Orígenes confirman la resurrección.

La resurrección es un suceso fuera de las posibilidades humanas. Dios se da conocer su unión con Jesús en la resurrección. Leemos en Efesios 1, 20-21: “Es la misma fuerza poderosa que actuó en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar su derecha en la morada celestial. Por encima de todo poder, autoridad, dominio, Soberanía, por encima de todo poderío que se puede nombrar en este mundo y en el otro.”

Por la resurrección de Jesús, Dios indica que ha llevado la realidad humana de Jesús a su plena consumación. De esta manera Dios termina su revelación en la historia: el Hijo que se hizo hombre, hizo el bien e invitó a seguirlo, padeció, murió en la cruz y fue resucitado y está con el Padre como salvación de los seres humanos.

La resurrección es la experiencia del pueblo escogido por Dios, creador de todo. Leemos en los Hechos, 17, 24.27-28: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él no vive en santuarios fabricados por humanos, pues es el señor del cielo y de la tierra, y tampoco necesita ser servido por manos humanos, pue ¿qué le hace falta al que da a todos la vida, el aliento y todo los demás?” Habían de buscar por sí mismos a Dios, aunque fuera a tientas: tal vez no lo encontrarían. En realidad, no está lejos de cada uno de nosotros, pues en el vivimos, nos movemos y existimos.”

El encuentro con Jesús provocó un cambio en la conducta de los que había vivido con él. Cristo invita a la conversión personal y denuncia los falsos líderes. Leemos en Marcos, 8, 34. Luego Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y les dijo: “El que quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Leemos en Lucas, 20, 25: “Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad.” No debemos seguir sus malos ejemplos.

El Espíritu Santo transmite por la resurrección la relación con Cristo, siempre permanente en los seres humanos. Leemos en Juan, 20, 19-22: “Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes.” Dicho esto, mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús volvió a decir: ¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mi, así los envío yo también. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo “Reciban el Espíritu Santo”. Jesús ordena el bautismo y la enseñanza, como leemos en Mateo, 28, 19-20: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes hasta el fin de la historia. Leemos en los Efesios, 1, 1-2: “Como hijos amadísimos de Dios, esfuércense por imitarlo. Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como esas ofrendas y víctimas cuyo olor agradable subía a Dios”.