Benedicto XVI afirma que en la modernidad se ha intentado construir la fraternidad entre los hombres, fundándose sobre la igualdad, pero es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad. La autonomía secular de igualdad necesita también incorporar el anuncio del amor para no terminar en una auto-suficiencia con sus consecuencias de envidia, egoísmo, perversión y violencia que podemos comprobar hoy en día. La igualdad es un principio fundamental, pero el principio del amor es más importante.

Sin amor, la verdad se vuelve opresiva para la vida de la persona. Un intercambio de ideas sin sentimientos de unión termina en un conflicto insuperable. Quien ama comprende que el amor mismo abre nuestros ojos de manera nueva sobre las personas amadas y con ellas sobre la realidad. El sentido de la vida no es en primer lugar tener la razón pero dar amor y recibir amor. La mayor belleza es el amor. La vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de su amor por nosotros. Si dar la vida por los amigos es la demostración más grande de amor, Jesús ha ofrecido la suya para todos (Juan, 15,13). Dios nos ha llamado al amor por medio del misterio de Cristo.

Sin embargo, no se puede separar el amor y la verdad. En la encíclica “Lumen Fidei” del Papa francisco leemos: El descubrimiento del amor como conocimiento se encuentra en la concepción bíblica de la fe. La fe nos da a conocer que nuestra vida es un don. La pregunta por la verdad se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro “yo” pequeño y limitado. Es la pregunta por el origen de todo, a cuya luz se puede ver el sentido del camino común. La inteligencia no es solo para investigar, planificar y organizar sino también para reconocer lo que ha recibido.

La biblia entiende el corazón como el centro del hombre donde se entrelazan la interioridad de la persona, el entendimiento, la voluntad, la afectividad y su apertura al mundo de los otros. El corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones porque en él nos abrimos a la verdad y al amor. Amor y confianza van juntas. Se confía en la persona amada y se ama a la persona de confianza. La fe conoce por estar vinculado al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad.

El conocimiento de la fe, por nacer del Dios del amor que establece la alianza, ilumina un camino. Para la fe, Cristo no es solo aquel en quien creemos sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. Tenemos la necesidad de confiar en alguien. Confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Así, la compañía de Cristo nos hace entrar en una historia nueva. Creemos a Cristo cuando lo acogemos en nuestra vida personal y lo seguimos mediante el amor. Por El que el don de fe nos transformamos en un nuevo ser humano. “Cristo habita por la fe en nuestros corazones (Efesios. 3,17). No soy yo el que vive sino es Cristo que vive en mi (Gálatas, 2,20). La vida del hombre está privada de sentido si no lo experimenta y lo hace propio. Previo a la igualdad somos un don que recibe su sentido por ser amado y por amar. Así podemos entender la novedad que aporta la fe. El creyente es transformado por el amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este amor se dilata más allá de sí mismo. De su experiencia nueva brota el anuncio. “Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie?” Y ¿cómo predicarán, si no son enviados? (Romanos, 10,14).  El creyente se convierte en existencia eclesial. Y como Cristo abraza en sí a todos los creyentes, el cristiano se encuentra unido con los otros hermanos en la fe. La fe pierde su sentido sin la comunión real de los otros creyentes. La luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano. La fe no es algo privado o individualista sino nace y crece por el encuentro con los otros dentro de la iglesia. Una fe sin entrar en la vida se pierde. La fe ilumina también todas las relaciones humanas y pone el ser humano al servicio de la justicia, del derecho y la paz. La cultura y la naturaleza participan en la revelación de Dios que nace del amor originario de Dios. “Solamente vale la fe que actúa mediante el amor (Gálatas,5,6).

Por Fray Johan Leuridan Huys