Lo que no sabías de la Iglesia católica en China

Entrevista con el obispo que guía la diócesis de Hong Kong: «No hay ninguna incompatibilidad de principio entre la naturaleza de la iglesia y el hecho de que en China la Iglesia tiene que ser plenamente china. Si acaso al contrario. Y estoy muy contento al ver los frutos que la Santa Sede y China ya están haciendo madurar, con la reapertura del diálogo».

Las actividades religiosas en China deben ser «chinas». Hay que «insistir en la dirección de la ‘sinologización’», dando valor a «las personalidades religiosas» y pidiendo su compromiso en la promoción del «desarrollo económico, la armonía social, la prosperidad cultural y la unidad nacional, al servicio de la patria». El presidente chino Xi Jinping había insistido en estos tres aspectos en mayo del año pasado durante el discurso que pronunció en un encuentro con los representantes del Frente Unido, la estructura que engloba a todas las fuerzas políticas y sociales chinas fuera del hegemónico Partido comunista.

Esas palabras son consideradas como el discurso más relevante pronunciado por el presidente Xi sobre la cuestión de las religiones en China. Después de esa ocasión, Xi ya no ha afrontado la cuestión en público y tampoco se ha llevado a cabo el anunciado (para finales de 2015) Congreso general sobre las religiones en la República popular china, que habría analizado el estado de la cuestión de la integración de las comunidades religiosas en la «sociedad socialista».

Las afirmaciones del presidente sobre la necesaria «sinologización» de los grupos religiosos expresan, in primis, la preocupación del liderazgo chino en relación con el independentismo tibetano y con los grupos de musulmanes uyguri, que podrían ser infiltrados por yihadistas. Pero, obviamente, también se refieren a la Iglesia católica en China. Algunos ven en esas afirmaciones la intención de reforzar con intensidad la vigilancia estatal de las dinámicas internas de las diferentes comunidades religiosas; pero el cardenal John Tong Hon, Obispo de Hong Kong, no parece compartir alarmismo prefabricados

Eminencia, ¿la Iglesia católica en China debe (y puede) ‘sinologizarse’, o esta perspectiva representa un peligro?

Es la vieja cuestión que siempre aflora con nuevas formas: la integración de la Iglesia católica en la sociedad china. No es una cuestión sobre la que haya que decir ‘Sí’ o ‘No’, y tampoco se trata de tener que decidir su hay que hacerlo o no. La cosa en sí misma no está en discusión. La verdadera cuestión es ‘cómo’ hacerlo, cuales vías hay que encontrar para llevar a cabo este proceso.

Hay algunos que dicen que se podría provocar confusión con respecto a la naturaleza de la Iglesia, y ofrecer un instrumento más para la sumisión a las políticas religiosas del gobierno…

No hay ninguna incompatibilidad de principio entre la naturaleza de la Iglesia y el hecho de que en China la Iglesia debe ser plenamente china. Si acaso lo contrario. Se puede apreciar una familiaridad y una simpatía espontáneas entre la fe cristiana y muchos valores de la cultura china tradicional. Sucede con la cultura china lo que sucede con otras culturas: el cristianismo aprecia y abraza todo lo que encuentra en sintonía con las aspiraciones humanas, imaginado o construido en todas las culturas. Y esto crea un sentido de afinidad y una apertura para colabora con todos.

¿Incluso con el gobierno chino?

Claro. Si el gobierno tiene la misión de ayudar a las personas a realizar las propias aspiraciones humanas positivas, no es posible que haya hostilidad con la Iglesia, que solo quiere servir al pueblo, por lo que compete a su naturaleza.

Y entonces, ¿qué explica todos los sufrimientos de los cristianos en China y todos los problemas todavía pendientes?

Si hablamos de las últimas tres décadas, por diferentes circunstancias históricas, han faltado una adecuada comunicación y una comprensión correcta de la naturaleza de la Iglesia. Así, muchas personas, incluso influyentes, han seguido considerando a la Iglesia como un ‘elemento extranjero o ajeno’ y como un ‘factor de desarmonía’ en la sociedad china. Por ello han continuado los maltratos hacia las personas de la Iglesia, pero se está superando esta fase.

¿Cuáles son los signos que demuestran y favorecen esta superación?

En el pueblo están aumentando las personas que se hacen cristianas, y ven que esto las ayuda a perseguir también los valores a los que aspiran como chinos. Además, he escuchado que China y la Santa Sede están dialogando mediante delegaciones de representantes. No hay obstáculos que no puedan ser superados. Estoy muy contento de ver los frutos que la Santa Sede y China ya están haciendo madurar, con la reapertura del diálogo.

¿Usted cree que hay ciertas condiciones para continuar con este diálogo?

Para un diálogo auténtico, en casos como este, hay que sentarse juntos y verse a la cada, con calma y sin dejarse condicionar por la impaciencia o por el cálculo de querer imponer al otro las propias posturas. No se puede dialogar verdaderamente si en medio está la montaña del prejuicio y de la desconfianza. Hay que expresar la propia opinión y escuchar atentamente al otro, tratar de comprender sus preocupaciones para buscar juntos una solución al problema que se comparte.

¿Por qué no está tan alarmado por las palabras sobre la necesaria ‘sinologización’ de la Iglesia católica?

La inculturación siempre ha sido uno de los criterios-guía de la Iglesia católica. Porque la Iglesia católica no existe para sí, sino para los demás. Jesús le dio la misión de ir al encuentro de cada pueblo y cultura del mundo. Y, al hacerlo, no defiende ningún interés propio. La misión de la Iglesia no tiene el objetivo de forzar a los pueblos y obligarlos a abandonar sus culturas, sino que quiere favorecer a cada pueblo, desde su interior, tratando de perseguir y alcanzar de manera excelente los valores positivos que le son propios. Este es uno de los objetivos para cada Iglesia local. Por lo tanto, en China, la Iglesia no solo ‘puede’ ‘sinologizarse’, sino que en cierto sentido ‘debe’ hacerlo. Es casi indispensable que lo haga para cumplir su misión de anuncio.

Pero, ¿cómo hay que llevar a cabo este proceso? ¿Hay «protocolos», plazos que respetar?

La «sinologización», como cualquier «localización» de la Iglesia, es un proceso orgánico. Se desarrolla gradualmente, y hay que darle tiempo. Entonces, hay que evitar forzar el proceso con automatismos abstractos, constricciones. Quien fuerza el proyecto de la «localización» de una manera artificial para obtener resultados rápidos con ritmos forzados ca en contra de las dinámicas de desarrollo que le son propias, y que son parecidas a las que caracterizan los procesos a largo plazo en la historia y en la cultura. Sin esta paciencia no se puede llegar a ningún resultado auténtico. Cualquier «localización» forma parte del proceso orgánico de desarrollo de todas las Iglesias locales. Y no puede ser utilizada de ninguna manera como pretexto para que entren a la Iglesia elementos que van en contra del Evangelio.

¿Quién debería, de alguna manera, guiar el proceso de «sinologización»? ¿Quién indica la vía: los profesores, los teólogos, los obispos?

En China, como he dicho, la «sinologización» de la Iglesia forma parte de la naturaleza misma de la Iglesia, y de su «ser para los demás». Todos están implicados en ella, y todos pueden aportar. Obviamente también los estudiosos. Pero no es un proceso relacionado exclusiva o principalmente con la esfera intelectual. Se da no solo en relación con la expresión de la doctrina y de la teología, sino también (y casi principalmente) en la practica de la fe de la Iglesia.

¿Este proceso puede tener efectos y ecos en la sociedad china?

Todos los católicos chinos no son solo cristianos, sino también chinos. Forman parte integral de la sociedad china. Por ello es un bien que, en esta época, ayuden a la sociedad china y a sus hermanos chinos a desarrollar los valores en su sociedad y a perseguir lo que llaman «el sueño chino». Vivir para el pueblo chino, favoreciendo el espíritu de fraternidad que forma parte de la cultura china, representa en China una manera concreta para vivir el espíritu de amor cristiano por el prójimo. lastampa