Los ‘dientes’ de los medios de comunicación pueden destruir pero también ‘purificar’

El cardenal predicador pontificio pronunció el primer sermón de Cuaresma en el Aula Pablo VI, hablando entre otras cosas de la labor de los medios de comunicación y las redes sociales: merecen «respeto y estima» cuando «señalan los males de la sociedad o de la Iglesia», no cumplen su misión cuando «se vuelven contra alguien»

L’Osservatore Romano

Hoy, por desgracia, existe en la sociedad «una especie de ‘dientes’ que muelen sin piedad, más cruelmente que los dientes de leopardo» de los que hablaba san Ignacio de Antioquía: son «los ‘dientes’ de los medios de comunicación y de las llamadas redes sociales». Lo dijo, esta mañana, el cardenal capuchino Raniero Cantalamessa en el Aula Pablo VI, durante el primer sermón de Cuaresma en preparación a la Pascua.

Molido por los dientes de las fieras

Actualizando las palabras del obispo mártir Ignacio – «Yo soy trigo de Dios y [debo ser] molido por los dientes de las fieras para convertirme en puro pan de Cristo»-, el predicador de la Casa Pontificia explicó que los medios de comunicación «merecen todo respeto y estima» cuando «señalan las distorsiones de la sociedad o de la Iglesia»; mientras que no cumplen su misión si «se vuelven contra alguien por sus propias razones, simplemente porque no pertenece a su propio bando». Todo ello «con malicia, con intención destructiva, no constructiva». Pobres de los que hoy terminan en esta picadora de carne, sean laicos o clérigos’, comentó.

En este caso, añadió Cantalamessa, «es lícito y propio hacer valer las propias razones en los foros adecuados, y si esto no es posible, o se ve que no sirve de nada», no le queda al creyente más que «unirse a Cristo flagelado, coronado de espinas y escupido». En la carta a los Hebreos, señaló el cardenal, leemos esta exhortación a los primeros cristianos que puede ayudar en tales ocasiones.

Es «difícil y doloroso en el mejor de los casos, sobre todo si está en juego la propia familia natural o religiosa», pero la gracia de Dios «puede hacer -y a menudo ha hecho- de todo esto una ocasión de purificación y santificación». Se trata de «tener confianza en que, al final, como le ocurrió a Jesús, la verdad triunfará sobre la mentira». Y triunfará mejor, «tal vez, con el silencio que con la autodefensa más agresiva».

Convertirnos en harina de Dios

Otra oportunidad «que no hay que desaprovechar, si también queremos ser ‘molidos’ para convertirnos en harina de Dios» es la de «aceptar que nos contradigan, renunciando a justificarnos y a querer tener siempre razón, cuando no lo exige la importancia del asunto». O también, «soportar a alguien cuyo carácter, modo de hablar o de hacer las cosas nos saca de quicio, y hacerlo sin irritarnos interiormente, pensando, más bien, que también nosotros somos tal vez para alguien una persona así». Se trata, observó el fraile menor capuchino, de dos significativos «campos de prueba», especialmente para quienes trabajan en la Curia romana, «que -señaló Cantalamessa- no es una comunidad religiosa o matrimonial, sino de servicio y de trabajo eclesial».

En esencia, la finalidad última de dejarse «moler» no es «de naturaleza ascética, sino mística; sirve no tanto para mortificarse como para crear comunión». Esta es una verdad que ha acompañado a la catequesis eucarística desde los primeros tiempos de la Iglesia. Sigue siendo ejemplar, a este respecto, un discurso de san Agustín que, desarrollando este tema, establece un paralelismo entre el proceso que «lleva a la formación del pan que es el cuerpo eucarístico de Cristo y el proceso que lleva a la formación de su cuerpo místico que es la Iglesia». Entre los dos cuerpos, el «cuerpo eucarístico y el cuerpo místico de la Iglesia, no sólo hay semejanza, sino también dependencia». Y es gracias «al misterio pascual de Cristo que actúa en la Eucaristía, que podemos encontrar la fuerza para dejarnos ‘arraigar’, día a día, en las pequeñas, y a veces grandes, circunstancias de la vida».

El «yo soy» de Jesús

El cardenal desarrolló el tema de los sermones «Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mateo 16,15)» a partir del diálogo entre Cristo y los apóstoles en Cesarea de Filipo. La pregunta de Jesús, explicó, no debe tomarse «en el sentido en que suele entenderse esa pregunta»; es decir, como si el Señor «estuviera interesado en saber lo que la Iglesia piensa de él, o lo que nuestros estudios teológicos nos dicen de él». Debe considerarse del mismo modo que «toda palabra que sale de la boca de Jesús debe tomarse, es decir, como dirigida, hic et nunc, a quien la escucha, individualmente, personalmente».

Para llevar a cabo este examen, dijo Cantalamessa, otro evangelista, Juan, viene al rescate. En su Evangelio, en efecto, «encontramos toda una serie de declaraciones de Jesús, el famoso Ego eimi, «Yo soy», con las que revela lo que piensa, él, de sí mismo, de quien dice ser: «Yo soy el pan de vida», «Yo soy la luz del mundo», etcétera». Durante los sermones, el predicador repasará cinco de estas autorrevelaciones para preguntarse cada vez si «Él es realmente para nosotros lo que dice ser y cómo hacer que lo sea más».

Será un momento, añadió, «para ser vivido de manera especial». No «mirando hacia fuera, a los problemas del mundo y de la propia Iglesia, como uno se ve obligado a hacer en otros contextos, sino con una mirada introspectiva», como una «evangelización para evangelizar, un llenarnos de Jesús» para hablar de Él «por redundancia de amor».

«Yo soy el pan de vida»

Partiendo de la primera de estas afirmaciones del Señor, «Yo soy el pan de vida», el predicador se preguntó: «¿cómo y dónde se come este pan de vida?». La respuesta de los Padres de la Iglesia, señaló el cardenal, fue: en dos «lugares» o de dos maneras, «en el sacramento y en la Palabra, es decir, en la Eucaristía y en la Escritura». Ha habido, reconoció, «énfasis diferentes»: algunos han insistido «más en la Palabra de Dios», mientras que otros han subrayado «la interpretación eucarística». Sin embargo, ninguno de ellos «pretendía hablar de una manera excluyendo la otra». Se habla de la Palabra y de la Eucaristía como de las «dos mesas» puestas por Cristo. Y esto es especialmente evidente en la liturgia, donde «su síntesis se ha vivido siempre pacíficamente».

Precisamente a partir de ahí, Cantalamessa instó a «dar un paso adelante», que consiste en «no limitar la comida de la carne y la bebida de la sangre de Cristo sólo a la Palabra y al sacramento de la Eucaristía, sino verla realizada en cada momento y aspecto de nuestra vida de gracia». Al fin y al cabo, Jesús es pan de vida eterna no sólo por lo que da, sino también -y ante todo- por lo que es. La Palabra y el Sacramento son los medios; vivir de Él y en Él es el fin». Todo el discurso de Jesús, por tanto, «tiende a aclarar qué vida es la que Él da: no vida de la carne, sino vida del Espíritu», es decir, «vida eterna».